XV

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Los caballos galopaban a toda prisa y no era ni medio día aún cuando comenzaron a finalmente ver los primeros rastros de civilización luego de cruzar la tundra por una semana. Alphonse había decidido suspender temporalmente todo el entrenamiento de Marco en pro de no dejar el carruaje y cuando esté insistía en querer estirarse era retenido hasta que no quedaba otra opción que dejarlo salir para ir al baño, siempre acompañado por Alphonse desde atrás apresurandolo sin importar los reniegos de Marco.

Alphonse pasaba la mayoría del tiempo al lado de Sir Liondas guiando a los caballos. Mientras tanto dentro del carruaje los papeles de maestro y aprendiz se habían invertido cuando Marco comenzó a enseñarle a Sophia el juego de las palmas, la cual siempre se equivocaba poco después de la mitad. Fueron interrumpidos por un repentina gran sacudida que culminó con el carruaje deslizandose fuera del camino hasta caer en vertical sobre la nieve

—¿Están bien? —abrió con gran apuro Alphonse la puerta ayudándolos a salir.

Vieron que ningún tenía ni un dedo roto y al salir contemplaron a los caballos avanzar sin ellos a toda prisa asustados.

—¿Maestro? —preguntó Alphonse al ver qué Sir Liondas dirigía su atención a algo en dirección opuesta al destino de los caballos sino al lugar del accidente donde se descarrilaron.

El archimago elevó su cetro y con el un extraño objeto comenzó a levitar desde el suelo. Al acercase Alphonse y Sophia reconocieron de inmediato de que se trataba al ver aquel muñeco de paja azul con una rueda de carruaje del mismo material pegada en su espalda.

—¡Un embrujo! —exclamó Sophia sorprendida.

—¿Y burló la protección del carruaje? —preguntó Alphonse arqueando una ceja.

—Ya no tiene poder, pero vale la pena analizarlo —dijo Sir Liondas estirando su mano debajo del muñeco que cayó en su palma.

Al buscar por Marco Alphonse descubrió que no se encontraba junto con ellos observando el embrujo sino que miraba a un costado del camino, en dirección oblicua del paradero de los caballos. Hacía una serie de estructuras que se elevaban con torres cubiertas por la nieve en el paramo. A la lejanía era posible ver qué estás aumentaban en cantidad hasta desvanecer en el horizonte.

—¿Esa es la ciudad? —preguntó mientras simulaba con sus manos en el rostro tener un par de vinoculares.

—Casi, es el parque mecánico de Trimount —respondió Alphonse al colocarse a su lado.

—Si caminamos ahora seguro llegamos al aterdecer —dijo Sophia siguiéndolos.

—¿Caminar? ¿No pueden arreglar el carruaje con magia? —habló Marco con la angustia en su voz ante la idea de tener que ir a pie. Aunque su ropa inteligente ajustara su temperatura corporal salavandolo del frío que los demás debían de estar sintiendo, era mínimo, pues no estaba diseñado para soportar el clima gélido de Wealthland.

—No, el embrujo lo arruinó —suspiró Sophia tampoco complacida por la idea.

—¿Y no podemos usar magia en nosotros para volar o en un objeto? —volvió a preguntar.

—No para llegar hasta la ciudad. Sería mejor usar el mana para obtener calor en la noche y protección —dijo Alphonse mientras miraba a su alrededor

—¿Y no se podía evitar que los caballos se fueran? —siguió Marco mirando dos pequeños puntos en el horizonte desaparecer.

—Van más rápido de lo usual —respondió Sir Liondas. Alphonse inmediatamente se arrepintió de haberlos hechizado. Se sentía de racha con los errores.

Sin ninguna otra opción continuaron su camino a pie al filo de la tundra helada. De las pociones que siempre llevaba Sophia en su cinturón desde lo de la academia se incluía un pequeño y potente frasco de poción anticongelante que acordaron racionar y una sola gota al tacto de la lengua bastó para eliminar los temblores. Cuando la nevada se reaunudó se tomaron los cuatro de la mano formando una fila mientras se nublaba la visibilidad. Sir Liondas elevaba su cetro iluminando en busca de que el autor de aquel embrujo no estuviera por ahí.

Crónicas De Fere: El Príncipe Y El Héroe Invocado. (Primer Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora