Capítulo 1: Tulipanes.

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Cinco años seis meses atrás.

29 DE ENERO DEL 2013.

Si había algo que amaba más que a mí misma eran las flores. Flores de todo tipo, color, olor y textura. Podía pasar horas en jardines admirando su misteriosa belleza y no lograría cansarme. Me gustaba hacerme cargo de mi propio jardín, claro que este no solo tenía flores, me gustaba adoptar distintos tipos de plantas para diferentes cometidos y mantenía una pequeña huerta que de vez en cuando me proporcionaba verduras y frutos sencillos para desayunos.

No sólo conservaba ese amor en mi jardín, lo llevaba a un punto extremo donde hasta mi ropa y accesorios tenían detalles de florecitas o enramados lindísimos.

El 29 de Enero del año 2013, desperté deseando tulipanes. En la tarde, luego de hacer mis deberes matutinos, me dirigí a mi florería favorita, mi segundo hogar. Era una florería holandesa llamada "Home Tulips" que quedaba a dos calles debajo de mi casa. Siempre tenían flores hermosas y colores brillantes que no encontrabas en cualquier lugar; esta se convirtió en mi lugar favorito cuando llegué a vivir a este pueblo.

Mi plan era conseguir tulipanes de distintos colores pero resaltando morados y azules, mis colores favoritos. Cuando abrí la puerta, el timbre de la tienda cantó su suave tintineo a modo de bienvenida. Una vez dentro, el olor a flores de todo tipo inundó mi nariz, haciendo cada vez, esta visita más alegre.

Tras una pequeña caminata por el lugar, la dueña de la florería, una anciana holandesa de unos setenta y tantos años de edad llamada Olga, llegó a mí con una enorme sonrisa que amplió aún más la mía.

-Querida Camelia. ¿Qué piensas asaltar hoy? ¿Tal vez las petunias? -tocó mi espalda como una abuela lo haría con sus nietos.

-Hoy las petunias están a salvo, Olga. Mi misión del día son los tulipanes. –contesté sonriendo.

-¿Algún color en específico? –me miró fingiendo intriga.

-Los que estén a tu alcance, querida. Si es posible, me gustaría de más cantidad azul y morado. Medio ramo de cada color, dos ramos de azul y dos ramos de morado. ¿Sí?

-¿Qué celebras, cariño? Me parece que tenemos, para tu suerte, morados, azules, amarillos, anaranjados, rojos, lilas y unos derivados del rosado ¿Está bien? –asentí entusiasmada.

-Acompáñame a la recepción y que el chico nuevo te haga la nota.

-¿Chico nuevo? Creí que estabas cómoda con tus actuales empleados y que no querías más. ¿Qué ha pasado con Clark? –pregunté con recelo.

-Tranquila, niña. Clark enfermó de gripe y no quiero que empeore y contagie a los otros empleados. No debemos tener flores marchitas en el lugar, así que lo mandé a casa. El chico nuevo solo es un reemplazo temporal. Claro que, si hace un buen trabajo puede y lo contrate permanentemente –me guiñó un ojo y en silencio caminamos a la recepción.

-¿Azael? -le dijo la anciana a un chico alto y esbelto que daba la espalda a la caja. Apilaba unas cajas por color con tanta determinación que sentí pena al interrumpir su trabajo.

-Azael -repitió Olga un poco más duro.

-¿Qué...? Oh, lo siento, Olga. Estaba... –rascó su cabeza nervioso y miró al piso– estaba apilando de forma correcta los registros en las cajas.

-Muy necesario, a decir verdad. Gracias. Escucha, esta es Camelia, te hablé de ella cuando recién empezaste. Es nuestra clienta estrella y debo decir, íntima amiga.

-¿Necesita que cumpla con algo en particular, Olga? –miró a Olga incómodo y luego dirigió su vista a mí, siendo esta su primera vez en prestarme atención.

Pasó rápido su mirada sobre mí, como si tuviese miedo de verme o tal vez sin ganas de hacerlo.

-Sí, Azael. –Me miró sonriente e imité su gesto–. Necesito que hagas su factura. Su compra es por mayoreo y se le aplica un descuento especial. Ya sabes qué hacer cuando pague.

Procedió a darle las especificaciones de mi compra así como la suma de otros artículos para envolver: papel celofán de los distintos colores de los tulipanes, un bulto de tierra y unas cajitas de cartón.

-¿La señorita llevará tulipanes de todos los colores existentes en la tienda? –preguntó Azael incrédulo.

-Como dije, es una clienta estrella. Iré a envolver tus flores, Camelia. Ya vuelvo.

Olga se dirigió al invernadero que tenía una puerta directa en la recepción. Era ahí donde gran parte de la magia de este lugar sucedía. El nuevo empleado y yo quedamos solos y sólo pasaron pocos segundo cuando él comenzó a hablar ya sin un atisbo de incomodidad y nerviosismo.

-Siempre compras aquí. –Dijo Azael–. Supongo.

-No estás suponiendo, lo afirmas –contesté sonriendo.

-Es lo mismo –dijo mientras volteaba los ojos.

-Claro que no es lo mismo. Suponer es aún no dar por hecho algo, tener duda sobre eso. Afirmar es darlo por hecho, no lo supusiste. –Puse la cara más seria que podía mostrar.

-Entonces afirmo que siempre compras aquí –sonrió divertido mientras hacía mi factura.

-Sólo aquí tienen lo que necesito.

-¿Un montón de tulipanes?

-Un montón de tulipanes de todos los colores posibles por la naturaleza que no se encontrarán en ninguna otra florería... o al menos de los posibles colores exportables.

Sonrió por el comentario y volvió a su seriedad de trabajo. Luego volvió a hablar.

-Camelia. Tu nombre.

-¿Qué tiene mi nombre, Azael?

-Es como el de una flor. Y además llevas puesta una falda con flores muy discretas, es linda a decir verdad. También llevan unas botitas bastante percudidas, puedo asegurar que pasa mucho tiempo con ellas en la tierra. Rematas con... –me miró el hombro derecho donde posaba la trenza que hice con mi cabello–. Con una margarita, vaya. Así tus hombros descubiertos no son algo sensual, sino algo que resalta tu cabello pelirrojo y la linda margarita.

Dirigió su vista a mis ojos y sonrió enseñando los dientes. Acto seguido, aún con su sonrisa, volvió la vista a mi factura.

-Me has mirado bastante –dije incomoda–. Muchísimo. Muchísimo.

-No. Solo te he mirado lo suficiente.

Sonrió aún más divertido y noté que se formaba un tierno hoyuelo en la mejilla izquierda.

Ahora era yo quien le ponía atención. No era precisamente guapo y fuerte. Sí, tenía unos brazos grandes a proporción con su torso. Se marcaba un poco sus músculos a través de la camisa polo pero no parecía precisamente fuerte. Su cabello estaba cortado al ras y tenía una perforación en la oreja derecha. Sus labios eran medianos, ni muy grandes ni muy pequeños, casi perfectos. Tenía sus cejas tupidas que al verlo detalladamente parecía casi gracioso al tener su cabello tan corto. Sus ojos color café oscuro con unas pestañas cortas. Un barro a la altura de su ceja izquierda que parecía explotar en cualquier momento. Una nariz redonda pero bonita. Y por último, lo que le daba el toque varonil y picarón, una barbilla cuadrada y marcada.

-Pues acabo de hacer lo mismo, Azael.

-¿Qué?

-Mirarte lo suficiente –me entregó la nota y pagué la cantidad mostrada–. Por cierto, tienes un barro que va a explotar en la cara de algún cliente si no lo exprimes.

-Aquí están tus flores, querida Camelia –interrumpió Olga– te las puse en esta pequeña carretilla para que no se te haga pesado el viaje a casa. Te espero pronto mi hermosa flor.

-Gracias, Olga. Y pronto estaré de vuelta. Nos vemos, Azael. Asegúrate de no dejar marcas en tu piel. Hay un remedio floral que sirve muchísimo.

-Floral debe de ser. Toda tú es cursi –dijo Azael ya sin sonreír.

-Toda yo es bello. –Le guiñé un ojo mientras me encaminaba a la salida.




Rompe Flores. (EN EDICIÓN) -Zaira Nápoles Díaz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora