Capítulo 2: Rosas blancas.

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31 DE ENERO DEL 2013, 3:45 A.M.

Una mujer sin rostro me perseguía por toda la calle, una calle desconocida. Gritaba maldiciones a mi nombre y dejaba sangre por cada paso que daba. Sus horribles, largas y sucias uñas, se enterraron en mi brazo izquierdo haciéndome chillar de dolor. Su boca invisible llegó a mi cuello y mordió este sin piedad.

Caí al suelo y vi mi reflejo en un charco de agua iluminado por la luna pero esa no era yo, sino Olga. Miré nuevamente a la mujer sin rostro y para mi sorpresa pude ver su cara, era yo, llena de sangre en la boca y uñas largas y sucias. Olga había muerto a causa mía; maté a Olga.

-¡Mierda! -Grité con una voz irreconocible- ¡Grandísima mierda! ¡Mierda!

Desperté.

...

31 DE ENERO DEL 2013, 8:50 A.M.

Bajé a servirme mi desayuno. Había tenido una pesada noche y los recuerdos de la pesadilla seguían intactos en mi mente. Recordaba perfectamente lo que había pasado en mi sueño y llegaba a sentirse tan real al punto de tener el sabor a sangre en mi boca. Miraba mis uñas repetidas veces asegurándome de que no estuviesen largas y sucias, esperando que sólo fuese eso, un mal sueño.

Serví un vaso de leche y lo bebí en cinco segundos, como si esta fuera apaciguar mis recuerdos. Sin nada de apetito regresé a mi habitación con un poco de miedo; miedo a convertirme en aquel monstruo que dejaba un rastro de sangre y mataba a su única amiga en el lugar.

Vivía sola. No había ni un papá ni una mamá a quien acudir en estas circunstancias. No había ningún hermano o hermana a quien abrazar al sentirme temerosa de mí misma. No tenía a nadie más que un gato que encontré hace un año en la calle pero incluso ese viejo y feo gato llegaba a olvidar que vivía aquí conmigo y no regresaba hasta después de tres noches. Hoy era una de esos días en los que el gato decidía no estar.

Temblorosa, me metí en la cama tapándome por completo sin cerrar los ojos.

Cuando era pequeña solía tener pesadillas recurrentes, por lo que mis padres decidieron cambiarme a la habitación de junto. Recuerdo meterme en su cama solo para sentir la barba rasposa de mi papá en la cabeza, eso me calmaba más que los cuentos. Mi madre solía cantarme al odio hasta que yo durmiera. Otras veces mi hermana mayor se metía conmigo en la habitación y rezaba para mí, luego se quedaba y no se iba hasta que yo ya estuviese completamente dormida.

Puedo presumir que tenía una vida y familia muy buena, hasta que mi hermana murió.

Para ese entonces las pesadillas habían cesado, tenía doce años de edad y un perro que desapareció después del funeral. Lidia, ese era su nombre.

Una noche antes de su muerte había soñado que Lidia se perdía en algún lado para nunca más volver y sin darme cuenta se había vuelto realidad. No se perdió precisamente, pero sí se fue para nunca más volver.

Mis padres quedaron devastados y ambos cayeron en un tipo de depresión temporal. Mi hermana tenía quince años cuando falleció. Tenía un novio que amaba con todo el corazón, y él a ella. Era increíblemente buena en todo lo que se proponía y era mi guardaespaldas. Todos sentimos su partida y nadie logró recuperarse en su totalidad.

En estos momentos de soledad era cuando más le necesitaba pues, por más enojada que estuviera conmigo, nunca me dejaba. Su presencia era esencial en mis noches de desvelo por pesadillas. Hoy no tenía a una Lidia a quien acudir.

Desesperada por la incomodidad de mi cama, fui al baño a darme una ducha. Pensé en hablarles a mis padres pero, sabía que no querrían oírme del todo, no este día.

Rompe Flores. (EN EDICIÓN) -Zaira Nápoles Díaz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora