—Enma-sama, le ruego que me perdone esta falta de respeto, he sido completamente desatenta.
Mirume se encontraba frente a él, con la cabeza pegada al suelo, habiendo abandonado toda intención de pelear.
—Mujer, no entiendo ni mierda de lo que está pasando —le susurró a Robin, mientras la sostenía con fuerza contra sí mismo de forma inconsciente.
—Creo... Creo que ellos piensan que eres el señor del inframundo. Probablemente por tu espada, seguramente el Haoshoku que liberaste ayudó. Y esta es supuestamente la tierra de los muertos, así que... Técnicamente, tú serías su rey.
—Estos tipos están desquiciados...
—Lo están. Pero no deberíamos desaprovechar esta oportunidad. Si nos vamos, debe ser ahora o nunca. Retirémonos mientras podamos.
—Sí, tienes razón... Aunque adoraría cortarle la cabeza a esa infeliz por lo que te hizo, lo mejor es que hagamos lo que vinimos a hacer —la soltó, y envainó a Wado y a Sandai, pero mantuvo a Enma fuera.
—Enma-sama —habló Mirume—. Por favor, júzgueme. Aceptaré el castigo que desee.
—Yo--
—Detente, Mirume —interrumpió otro monje.
El espadachín lo miró, y Robin también. Sanji y Nami se acercaron a sus nakama, aliviados por ver a Robin sana y salva.
—Marimo, ¿qué coño está sucediendo aquí? Escuchamos que los tenían, así que fingimos ser de la isla y vinimos con ellos.
—Creen que Zoro es el señor del inframundo —les susurró la pelinegra, y ellos se vieron aún más confundidos, en especial el rubio, al ver a Zoro aún abrazando a la pelinegra—. Les explicaremos después, por ahora, tenemos que irnos. Antes de que se den cuenta de que no estamos solos.
El rubio asintió, y entonces escucharon una discusión entre la mujer de pelo rojo y el monje en cuestión, quien los había interceptado a ellos. El hombre vestía una túnica negra, como todos los demás, con un pedazo de tela del mismo color con los bordes dorados y un símbolo en su pecho, diferente al de Mirume. Tenía el pelo azul oscuro, bastante largo, y lo recogía en una cola de caballo alta, sus ojos eran blancos y su nariz de gran tamaño.
— ¡Kaguhana! ¡¿Cómo te atreves a interrumpir a nuestro señor?! ¿Acaso dudas de él?
—Ese hombre no es nuestro señor. Está dentro de él en alguna parte, en eso tienes razón. Sin embargo, puedo oler orgullo en él. Orgullo, arrogancia, instinto asesino... Todas emociones vanas de los humanos, emociones que nuestro señor no es capaz de sentir, este hombre las siente. Está claro que ha sido corrompido. Y es nuestro deber como sus fieles servidores despertarlo de su letargo.
— ¡Qué insolente eres!
—Mirume, te estás dejando cegar por el poder que ha liberado. Pero te recuerdo que esa es sólo una mínima demostración de nuestro rey, él tiene un poder mucho más inmenso. Y está más que claro que jamás protegería a una simple humana —se acercó a ella, y sostuvo su rostro entre sus manos, mientras ella lo miraba como en un trance—. Tus ojos son los ojos del señor del inframundo. Aquellos capaces de ver en lo profundo de los corazones. Míralo, mírame y dime si eres capaz de verlo. Si lo eres, sabrás que él no es nuestro señor.
Con sus manos, hizo que la pelirroja mirara a Zoro con sus ojos de color amarillo miel. El espadachín sintió una extraña sensación recorrerlo, pero ella no buscaba infligirle dolor como a Robin, sino simplemente ver en su interior, encontrándose con lo que Kaguhana le había descrito.
—Tienes razón... Nuestro señor está dormido en su interior... Este hombre no es nuestro señor —habló, aún en el trance, y por alguna razón el peliverde sentía que no podía apartar la vista de ella.
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El Rey del Inframundo
FanfictionTras partir de Wano, los Sombrero de Paja se ven asediados por el gobierno e intentan escapar de una emboscada, lo cual los lleva a un oscuro país en el que un culto muy extraño está teniendo lugar, y Zoro parece ser estar en el centro de todo. En...