V

378 23 15
                                    

Al siguiente día, en la tarde, Sanji preparó los bentos mientras Nami y Jinbe usaron el mapa para navegar a la siguiente isla, Meido. Se encontraron con la nada grata sorpresa de que ni siquiera allí había luz del sol.

—De acuerdo, chicos, si necesitan ayuda, llamen por el Den Den Mushi, por favor. No podemos arriesgarnos a pasar por lo mismo. Aunque Meido parezca más pacífico, no sabemos qué pueda pasar.

—Claro, Chopper —habló ella, dándole una suave caricia y una pequeña sonrisa—. Nos concentraremos en encontrar al Aelis y regresar tan pronto como podamos.

—Muy bien.

—Esta vez no nos dividiremos, marimo, así que asegúrate de no perderte, por favor —lo amenazó Sanji, y una pelea parecía estar a punto de comenzar, pero Nami puso orden antes de que aquello sucediera.

—De acuerdo, vamos. No hay tiempo que perder.

Al caminar por las calles de la isla, bastante similares a las de Yomi, notaron que todos parecían temerles. Robin había tomado la mano de Zoro, intentando que no se perdiera, y llegaron a una biblioteca donde los recibieron amablemente, pero todavía un poco asustados.

—¿Notaron eso? —preguntó Nami, y ellos asintieron.

—Sí. Parecen querer huir de nosotros —puntualizó Zoro—. Esperemos que no salga otro grupo que nos quiera matar.

—No, no lo creo. Creo que genuinamente piensan que somos peligrosos, no herejes. Si nos hubiesen querido matar, creo que lo hubieran intentado desde el principio.

Mientras ellos tres tenían su pequeño debate, la pelinegra conversaba con una anciana muy amable, que les ofreció chocolate caliente y galletas, y ella le entregaba los mejores libros que tenían que ver con la fauna del lugar. Luego de verlos batallar con varias enciclopedias, pensó en ayudar.

—¿Qué es exactamente lo que buscas, cariño? —preguntó, con suavidad.

A Nami le causó ternura el hecho de que casi no pudiera abrir los ojos, pero parecía tener una muy buena vista a pesar de su edad, porque leía libros con letras diminutas sin problema alguno. Zoro y Sanji miraron a la pelinegra, y ella les dio una mirada cómplice, dando a entender que no daría más información de la necesaria.

—Buscamos un insecto. Una araña extraña.

—¿Arañas extrañas? Oh, aquí hay muchas, muchas arañas. Mi nieto les tiene mucho miedo, pero mi hija es una experta en ellas, incluso puede identificarlas con sólo verlas caminar a unos metros. La más rara de todas es el Aelis, ni siquiera ella ha podido atrapar una.

—¿Aelis? Nunca había escuchado de él. ¿Podría describirla? —preguntó Nami, y la anciana rió.

—Es una araña que vuela. Loco, ¿no? Se dice que está en lugares muy fríos. Su picadura produce la enfermedad del sueño eterno, y la cura no se ha encontrado. Aunque dicen que si matas a la araña que te picó y se la das de comer al enfermo, éste despierta, aunque yo no creo en esos cuentos, es demasiado exagerado. Mi hija dice que vio una en las profundidades de la cueva de los espíritus en lo más bajo de la montaña del sur. Miren, este libro habla sobre ellas.

Todos estaban asombrados, habían tenido miedo de preguntar para no pasar por lo mismo que en Yomi, pero al parecer no habría hecho daño.

—Muchas gracias, señora —dijo la arqueóloga—. Creo que esto es justamente lo que necesitábamos.

—Lo supuse —dijo ella—. Sobre todo porque tus notas la mencionan, supongo que la señorita no las ha visto. Eso, o no confía en mí, lo que es entendible. Por cierto, mi nombre es Mandy —terminó, dejando a Nami avergonzada, y atendiendo a algunos visitantes al frente.

El Rey del InframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora