VIII

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Pasaron dos días y la situación se tornaba estresante. Los mugiwara habían planeado un frente de batalla, pero todavía esperaban a que su capitán despertara y nada parecía suceder. Robin en particular estaba bastante nerviosa, un sentimiento negativo no salía de su pecho y no podía evitarlo.

Al ver que todos se mantenían en un estado de incertidumbre, cuando se reunieron en el comedor para el almuerzo, Chopper decidió intentar tranquilizarlos.

—Chicos. Sé que todos están ansiosos, pero no deben preocuparse. Luffy está bien, parece estar sano y sus heridas de Wano se han sanado satisfactoriamente. En cuanto a la enfermedad del sueño, según los exámenes que le he hecho su cuerpo ha estado respondiendo muy bien, pronostico que para mañana debería despertar.

—Eso es un alivio —susurró la navegante, y todos suspiraron—. ¿Podrá estar de pie en cuanto despierte? ¿O es necesario que descanse?

—Lo ideal sería que descanse, pero en vista de lo complicada que es la situación supongo que no hará daño que se ponga de pie en seguida.

—De todas formas hablamos de Luffy, es imposible que se quede quieto —puntualizó el cocinero, mientras servía, y todos asintieron, secundándolo.

—Sí, es probable que en cuanto escuche que tienen a Zoro salga corriendo sin siquiera escuchar el plan, es demasiado impulsivo —comentó Jinbe, que ya había comprendido cómo funcionaba la tripulación a pesar de ser el nuevo del equipo—. Debemos tomarlo en cuenta al momento de poner en marcha el plan si queremos que funcione.

—Definitivamente. Robin-chwan, ¿pudiste conseguir más información acerca de esa historia?

—No mucho. Todo lo que encuentro es acerca de los súcubos, íncubos, vampiros y demás. Sé que he escuchado esa historia en específico, pero no recuerdo los nombres en ella. Tal vez si pudiera leer ese pilar de nuevo podría confirmarlo, sé que hay algo que estoy olvidando. Intenté concentrarme en su gusto por la sangre, pero podría tener que ver con un folklore muy antiguo, por lo que sospecho que podría no estar en los libros comunes. Seguiré investigando con lo que tengo luego de comer.

—Sólo asegúrate de descansar, ¿sí? Tu brazo aún no se sana del todo. Queremos salvar a Zoro, pero tampoco debemos sobre exigirnos innecesariamente.

—Descuida, pequeñín. Prometo que tendré cuidado.


Aquella tarde, la arqueóloga se encerró en la biblioteca una nueva vez, volviendo a releer sus notas y todo lo que tenía hasta ese momento. Repasó todo una y otra vez, intentando encontrar algo diferente, pero aquello no la llevó a nada. Pensó en pedir ayuda a Nami, quizá una nueva perspectiva la haría darse cuenta de algo que tal vez no hubiese notado. Ella sabía muy bien que a veces las pistas más importantes podían estar ocultas a simple vista, así que tomó un par de libros más de la estantería, entre ellos un par de novelas de vampiros, y los puso en la mesa antes de ir a buscar a su amiga. Al regresar con ella y notar su estrés, Nami quiso distraerla un poco de su angustia.

—Entonces... Dijiste que esa mujer quiere acostarse con Zoro para tener su hijo.

—Eso dije —afirmó, sin despegar la mirada de la novela que la entretenía.

—Parecías muy molesta. Los demás no se fijaron, pero yo sí. Estabas celosa, ¿verdad?

La pelinegra suspiró antes de responder.

—Mucho, no puedo negarlo. Pero sé que a Zoro no le atrae esa mujer en lo absoluto. Pude ver su mirada cuando ella intentaba tocarlo, el pobre sólo sentía asco. No quiero ni imaginarme lo que le están haciendo. Además... Incluso si le interesara, no tenemos nada, no tengo derecho a reclamarle por ello.

El Rey del InframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora