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Le tomó unos diez minutos darse cuenta que necesitaba ayuda. Tenía que llamar a la ambulancia y trabarse con sus palabras. Estaban en un hotel, en medio de una playa desconocida. No tenía idea de dónde estaba el hospital más cercano pero tendría que lidiar con ella.

—Sí, señor. Pero, ¿Dónde se encuentra? —Él masculló el nombre del hotel y colgó.

Le dijeron que vendrían pronto pero el tiempo parecía detenerse entre las sábanas verdes, el sofá viejo en el rincón y las maletas a medio abrir.

—¿Qué pasó, chico?—Preguntó el recepcionista.

No le contestó. Poco importaba lo que tenía que decir. Eran las nueve, aparte del recepcionista no había nadie más. Esperó, revisando el teléfono con las manos temblorosas, mientras le echaba un ojo cada dos segundos a Silvia.

La ambulancia llegó, su sirena retumbaba en sus oídos.

Los paramédicos se mueven con rapidez, como la marea que se puede escuchar desde afuera. Toman a la bella durmiente, quien apenas puede dar explicaciones con una voz desmayada. Que le duele el pecho, repite. Le han partido el corazón literalmente. Tadeo escucha, intentando no hacer ningún comentario grosero. Con su año de Medicina sabe que es posible. Es como ella lo dice lo que hace que apriete el puño con fuerza y frunza el ceño.

Llenan sus muñecas con suero y las conectan a un monitor. Sus latidos eran picos que formaban parte de un sismógrafo. Una sucesión aleatoria de números. Allá afuera de la cápsula blanca, el mar de Chipipe sigue latiendo. En cualquier momento se podía desbordar y tragárselos.

—¿Es su pareja?—dijo uno de sus paramédicos al momento de bajar y hacer el traslado al hospital. Él lo corrigió con una mueca casi imperceptible.

—No, mi amiga.

—Pobrecita.

10:33 PM. Hora en la que internaron a Silvia Guardiola.

11:20 PM. Hora en que la sacan de urgencias para darle su propia habitación, ahora con el pulso más controlado.

11:40 PM. A Tadeo se le ocurre que debe tener una pinta horrible, como las personas que salen en las fotos policiales.

 A Tadeo se le ocurre que debe tener una pinta horrible, como las personas que salen en las fotos policiales

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Señorita FloreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora