Mantuve mi promesa sin mucho empeño. Hablar con ella por compromiso, sintiendo una presión en el pecho y comezón en la palma de las manos. Salidas en las que escuchaba parlotear a Silvia por horas y yo solo asentía y añadía unos "Claro" o "Ajá" después de cada oración. Le daba la razón en todo, derrotado. Regalos. Visitas en las que el tiempo se volvía una brea pegajosa que se fundía con la suela de mis zapatos. Nos mantuvimos en ese baile por un mes. Si ella me escribía "Ven", entonces yo tenía media hora para materializarme.
Silvia y yo nos sentamos en el balcón, uno frente al otro. Pese al sol de octubre, ella tenía el abrigo puesto. Tenía los ojos y las mejillas hundidas, había bajado de peso ya que se rehusaba a consumir algo que no fuera té o sopa. Se quejaba de que el cabello se le caía a montones y sentía palpitaciones a cada rato. Una parte de mí, la más idiota, sospecha que son solo exageraciones, sin embargo, mi parte responsable, sabe que dejarla es una sentencia de muerte. Lo pesado era mirar.
Si Silvia se moría, era porque quería morirse. Así de sencillo.
La casa de los Guardiola había pasado de generación en generación. En algún punto, alguien dejó de cuidarla, de limpiarle el polvo, de pasarle capas de pintura, por lo que la casa es un poco más gris que las vecinas. Desde su ventana se puede ver el Malecón, el río Guayas, la noria y las personas como miniaturas, eran ruidos apenas perceptibles desde las paredes.
No se los he dicho. No saben nada. Sonrió con cinismo. A este punto, sería un favor que se los contara y dejara de amenazar con esa información, como una guillotina sobre mi cabeza.
—Pero llegaron las facturas y discutimos. A mis padres no les hace mucha gracia pero quise intentarlo. Por ti. Porque lo valías...
—Sí, sí. Volviendo a la discusión.
—Ni bien llegaron, empezamos a discutir. Me dio otro ataque cuando empezaron con sus gritos. Nadie está muy feliz de recibir una llamada en medio de la noche. Les dije que me había ido con un grupo de la U y que me puse mal. Creen que debe haberme pasado algo muy malo para que me haya puesto así de mal pero entre sospechar y saber algo hay un largo trecho.
—¿Seguro, Silvia?
—Te lo prometo.
—Bueno, me alegra. Me levanto de la silla plegable, dispuesto a salir corriendo de allí. Solo quería ver cómo estabas. No puedo quedarme más. Es viernes, tengo cosas que hacer.
Para ella es un insulto que tenga planes un viernes. Lo sé por como me mira.
—De seguro puedes quedarte unos minutos más. Conociendo a tus amigos, ni siquiera se han empezado a vestir. Son las siete, tienes tiempo de sobra. —Pone sus huesudas manos en mi hombro y aprieta.
—Vivimos a lados opuestos de la ciudad. Me toma una hora ir a mi casa. Haz las matemáticas. No es mi culpa que no tengas vida social.
Su rostro cambia y espero las lágrimas. Estas, para mi sorpresa, no vienen.
—Es un poco difícil cuando no vas a clases.
—Pensé que amabas tu carrera.
—Lo hago, pero no puedo concentrarme cuando me mareo por todo. El lunes pasado tuve una exposición. Casi me desmayo. Fue una vergüenza.
Asentí.
—¿Has intentado seguir escribiendo? No sé, seguir con tu vida.
—¿Qué vida, Tadeo? Tú no eres el único infeliz aquí. No eres el único estancado.
Yo no perdía la esperanza de librarme de ella. ¿Cuánto tiempo podía estar deprimida? En algún momento tenía que recoger sus huesos, fortalecerse y decidir que no quería saber más de mí. Más le valía que fuera pronto. No quería perder el tiempo con Angélica.
Angélica era una galaxia diferente. Si Silvia me quitaba la energía, ella me la devolvía. No era enfermiza, sus mejillas eran rosadas y su cabello fuerte. Su característica más prominente eran sus labios que se molestaba en destacar en las múltiples fotos que se tomaban, en la playa, tomando sol en el patio, con sus amigos del equipo de volley. Ella había conseguido acumular once mil seguidores en Instagram. Siempre grababa historias en las que yo salía en el fondo y me reía de los nervios. Sus seguidores las veían y la llenaban de preguntas. "¿Tienes novio?" No. "Entonces, ¿Quién es el chico en la última historia?
Su cuenta de Instagram tenía más funciones que documentar su vida de forma estética. También le gustaba informar a la gente, dar sus opiniones políticas, hablar de porque el feminismo era tan necesario, descolonizarnos a nosotros mismos y a nuestras relaciones. Reflexiones de párrafos extensos como pie de página de sus fotos de un fin de semana en Montañita.
Ninguna sabía de la existencia de la otra.
Me libro de Silvia a puntillas, como quien se libra de sus padres estrictos. A las nueve, mis amigos me esperan. Pasan por mí en un auto viejo, prestado de sus padres, apiñados entre sí hasta en la cajuela con una jaba de cervezas. Vamos, sube. No me hagas esperar. ¿Va Angélica? Sí, de una. La noche pasa rápido, con el último disco de Bad Bunny en bucle, y shots de tequila servidos por mí. Encuentro a Angélica en la multitud de la sala, en medio de luces rojas y verdes. Sus labios tan rojos como su cabello. Un top negro y una falda pegada al cuerpo. Hola. Hola, ella responde con una sonrisa.
Hablar con ella es como ese momento glorioso en que tu cabeza sale a la superficie después de haber estado aguantando la respiración.
Bailamos, pongo mi mano sobre su espalda desnuda tratando de ocultar los nervios para luego bajarla hasta sus caderas. Mis amigos comienzan a vitorear. Estos se gustan, así que si tiene que pasar algo, pasa hoy. Borrachos, felices, libres. La vida siempre podía ser así de perfecta. Tan solo un paso más, tan cerca que podía besarla.
El teléfono vibra.
Pese a la oscuridad, debo palidecer. Pese a la ebriedad, me he desdoblado de tal manera que me siento omnipresente. Lo siento, me aparto de Angélica.
—¿Estás bien? —Pregunta por encima del sonido de la música.
—Sí, solo que esto es importante.
Me había escrito un número desconocido sin foto de perfil, todo en mayúsculas. POR FAVOR, VEN. SILVIA HA TENIDO UNA RECAÍDA. ¡Qué oportuna! Le explico a mis amigos que ha surgido algo, en el proceso me pongo mal la chaqueta y se me caen algunos centavos.
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Señorita Florero
General FictionTadeo no quiere a Silvia, pero pronto descubrirá que no hay una manera posible de deshacerse de ella.