La grava se puso más pesada en el momento en que puse un pie afuera del taxi y caminé hacia el pórtico. Sus padres me abren la puerta, sus rostros parecen salir de un velorio. Su madre me saluda con cortesía, con sus labios apretados en una línea recta. Su padre me abraza como si fuéramos amigos de toda la vida y me bombardea con información que yo ya sé sobre su piel azulada, su pulso moribundo y su respiración irregular. Gritó por mí, me cuentan. Tadeo, me muero. Tadeo, ven a salvarme. Tadeo, ni te atrevas a tomar un descanso.
—¿Fueron al hospital?
Una pregunta como agua fría. Se quedan quietos.
—Solo fue un susto. Llamamos al doctor de la familia y le mandó medicamentos y un suero. Quizás se ponga mejor en unas horas o días....
Con Silvia, la promesa de mejorar tenía tanto valor como el arrepentimiento de unos malos padres que prometían comportarse de ahora en adelante e ir a tus recitales, pero que el domingo se quedaban ebrios en el sofá.
—Pero la cosa no luce bien.—la señora Guardiola se apresura a recalcar.
—¿Puedo hablar con el doctor? ¿Qué les dijo?
—No. No puedes. Está en Estados Unidos y allá es de madrugada. Escucha Tadeo, nuestra hija está muy enferma. Se va a morir.
Desde la primera vez que conocí al papá de Silvia, en una presentación de la escuela, estuve con la espalda rígida intentando que mi respiración no se escuchara tanto. Con su esposa, las cosas no mejoraban. Tiene estos ojos saltones que a duras penas se aferran a su cuenca ocular.
—Sigo sin entender, está tomando su medicina. ¿Qué pasó? ¿Qué tiene?
—Su corazón ya no da para más.. Es eso. —Responde el señor Guardiola. —Tú como estudiante de Medicina ya deberías saberlo.. Hay pastillas que solo son para ocultar el dolor, pero este permanece.
Buscaba la enfermedad, sólo así se sentía en plenitud. Cuando podía quejarse. Cuando la visitaban, la dejaban dormir, le compraban galletas y le daban calmantes. Lo sé, lo notaba
El cuarto de Silvia es la única luz encendida en el pasillo. Estoy atrapado en una pesadilla recurrente en la que tengo que asomarme de puntillas al marco de la puerta para ver en qué estado se encontraba. Ella está pendiente, ¿Cómo no? Sabe que debe llorar apenas me vea. Su mano derecha es devorada por un tentáculo transparente de solución salina.
La enfermera me sonríe con educación y se marcha.
—Me voy a morir, Tadeo.—Ha tardado en decir su frase favorita. La saludo, exhausto, con un beso brusco en la mejilla.— Puedo sentir como me convierto en cenizas.
Quiero decirle que cierre la boca.
—¿Qué pasó aquí?
—Yo ya sabía que mi corazón me iba a matar. Tú no me tomas en serio, crees que hablo estupideces, que estoy siendo dramática pero te juro que es verdad. Es horrible. Un mal movimiento y ¡zas! Muerte por corazón roto. Y tú no estabas aquí.
—No me he despegado de ti desde que llegamos a Guayaquil. No he tenido ni un solo momento para mí. He hecho todo lo que me has pedido, ¿Qué mierda más quieres? En el mínimo momento que tengo que hacer algo, justo en ese entonces, pasa esto.
—Lo sé, perdón. Solo me gustaría que supieras como me siento.
Golpeo mi mano contra la mesa de noche. Mierda, pura mierda. Ella da un pequeño saltito.
—¡Claro que sé como te sientes! Nunca te callas al respecto.
—¡No me grites! ¡Me estoy muriendo y tú me gritas! ¿Sabes qué dicen los doctores?— Sus suspiros y lágrimas retumban por el cuarto. —Tengo menos de cinco meses. Eso no me alcanza para nada.
—Ah, pero tú querías ir a la playa....
Sus padres, inquietos por el ruido, entran al cuarto. Cuando lo hacen, algo dentro de la garganta de Tadeo muere. Se congela ante sus miradas que juzgan. ¿Cómo se atrevía a lastimar a su hija? ¿En su propia casa? ¿En ese estado? Más lágrimas, más mar. Él quiere unirse, pero permanece estoico.
—¿Hay algo que pueda hacer para aliviar tu dolor?—Le cuesta pronunciar las palabras. Los ojos de Silvia se llenan con el resplandor enfermizo de una idea.
—Cásate conmigo.
Silencio. Sabe lo que significa, pero no se rinde con su letanía. Cásateconmigo,cásateconmigo,cásateconmigo. La enfermera corre a su auxilio, le pide que respire hondo y le pregunta como se siente. Mientras lo hace, le da un codazo a Tadeo, pidiéndole con cortesía que se marche.
Sale sin saber cómo mejorar la situación. O peor aún, sin ganas de hacerlo. Lleva despierto desde la madrugada, tiene resaca y no contento con eso, Silvia había succionado todas sus emociones hasta dejarlo como un fantasma en medio de la calle.
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Señorita Florero
General FictionTadeo no quiere a Silvia, pero pronto descubrirá que no hay una manera posible de deshacerse de ella.