Tallos de flores silvestres

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Terrible primero de enero. Toda la gente está ebria, y con alguna infección de estómago por la noche anterior.
En cambio yo, bueno, no soy de esas personas que les gusta salir a fiestas, así que he decidido quedarme en casa.
Me podrán llamar amargada, es sólo que, no me agradan la personas.
Porque cada año nuevo es lo mismo, te dicen cuanto has crecido, y te cuestionan tu futuro, ¿qué estudiarás? ¿En dónde trabajarás? ¿Tienes alguna relación amorosa? ¿Piensas casarte? ¿Cuándo tomarás importancia por esas cosas? O sea, ni aún yo logro descifrar que es lo que quiero para mí. Y todo eso me frustra, me molesta.

Al fin salgo de mi cama, y me dirijo al baño, me miro al espejo y noto que he cambiado. Los años y los daños han causado el descuido en mí. Puedo ver mis ojos, párpados cansados y con las venas violetas sobresaliendo como si fuesen raíces de árbol viejo. Mis ojeras, tan profundas y oscuras. Mis cabellos enredados como versos aleatorios de un capítulo de Ojos de eclipse. Mi piel es blanca, pálida y suave. Labios rosas, pero un rosa tenue. Soy de manos delgadas con pecas esparcidas en ellas como estrellas en el cosmos. Piernas largas y torneadas, como tallos de flores silvestres de la pradera. Y aunque no puedo ver lo que hay en mi mente, puedo sentir la tormenta dentro de ella.

Al fin, después de no saber quien soy, tomé unos jeans cortos de tiro largo, un top-crop negro y mis vans negros. Me agarré el cabello en una coleta y acomodé mi fleco.
Salí de la casa sin decir nada, ya que mis padres estarían dormidos. Cogí mis audífonos y me los coloqué en mis oídos, y all I want comenzó a sonar mientras caminaba sobre la banqueta.
Viento suave y fresco golpeaba con delicadeza mis piernas desnudas.

Iba perdida. Perdida en la canción y en mis pensamientos.

Cuando casi terminaba la canción, llegué a Bones coffe, mi cafetería favorita. Entré y sonó la campanita, caminé hacia una esquina y me senté en la mesa del fondo.
Mientras ordenaba mi café, noté la mirada tonta de un chico. Pero era una mirada penetrante, era como si quisiera entrar dentro de mí y devorarme.
Aparté mi vista, porque sostenerse la era como darle importancia.
Así que sin importarme mas, seguí en lo mío, saqué de mi bolsa mi libreta, era negra sencilla. Allí escribía un intento de plasmar mis sentimientos. Había versos alterados, revueltos, pero sólo asi, yo podría entender, nadie más sabía el orden, o como iban conectadas las palabras.

Comencé a escribir sobre la mierda que era mi vida.

Después de esperar, mi café llegó, y pude disfrutar de él. Estaba completa, tenía café, mi libreta negra, una mañana perfecta, nublada y con viento suave, sin ninguna otra voz, más que la de mi cabeza.

Todo iba muy bien, hasta que el ingenuo chico de la mirada tonta, se sentó en la mesa de aún lado mío.
Así que tomé mis cosas y pagué el café, salí y me fui sin ver hacia atrás.

Odiaba a la gente, que parte no entendían, los trataba como la mierda y aún así insistían en estar cerca mío.

Masoquistas.

Charchazo a la memoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora