Ya no dispares

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No sé que pasó conmigo. Desaparecí por un tiempo, me siento vacía, y sin ganas de nada, aún respirar me cuesta.

Me levanté de la cama. No sé que día es. He perdido la cuenta hasta de mis años.

Siento mi cuerpo pesado, agotado, débil.

Me levanto de la cama, aún con sueño, y es raro, ya que siento que dormí mil años.

Entro al baño, me veo en el espejo. Ojos grandes, ojeras violetas, piel blanca, labios pálidos, mirada vacía.

Abrí el grifo y cepillé mis dientes, después me bañé, el agua estaba caliente.
Al terminar, humecté mi piel con una crema de pétalos de rosa.
Rocié una loción de coco y vainilla en mi cuello.
Peiné mi flequillo.
Me vestí.
Cogí mi bolsa, y me salí de mi casa.

La mañana aún comenzaba, el cielo estaba violeta.
El viento soplaba amablemente.
Y yo caminaba sobre la banqueta.

Llegué a la cafetería y para mi gran sorpresa, estaba allí Sebastián.
Sentí como si me hubieran dado un golpe en mi estómago con un bate.
Realmente hubiera deseado mejor que me batearán.

Me formé en la fila del café rápido.

Pronto noté su mirada. Tan penetrante como siempre.

-¡Liam!- gritó él, mientras me veía como si intentará devorarme.

Lo voltee a ver, y le sonreí.
Oh, fue tan difícil sonreír, sentí como en ese momento mis murallas se caían, todas las barreras que me protegían de él, ahora estaban derrumbando se, y podía escuchar como caían.

Sebastián se levantó de su mesa, y se dirigió a mí.

-¿cómo has estado Liam?- preguntó mirándome con sus ojos cafés, un café vivo, fuerte.

-Respiro, ¿sirve?- dije arrogante y fría, mientras buscaba fuerzas en los escombros de mi alma.

-Venga Liam, no te hagas la fuerte conmigo, que te parece si vamos a caminar por allí, mientras hablamos de tu vida o mi vida, no como niños, sino como dos personas maduras que hablan entre sí.

-Claro, vamos.- no sé como le hacia, pero siempre caía en sus trampas, y me odiaba por eso.

Pedí mi café y me salí junto con él.
Caminamos un poco sin decir nada y pronto llegamos a un parque y nos sentamos en una banca.

Hablamos de cosas que no recuerdo. Y lo que no quisiera recordar, se quedó clavado en mi mente.
Porque yo conocía a donde iba a terminar esas "conversaciones" con él.

-te invito a mi casa- dijo espontáneamente, tomando mi mano.

-Mmm no sé si sea correcto...- dije viendo como su gran mano tomaba la pálida mano mía, recordando cuando lo hacía por amor.

-Vamos Liam, claro que no es correcto, pero que importa, nada es correcto y debemos tomar riesgos.- dijo con ese tono de voz tan seguro.

-Está bien Sebastián.- dije al fin, dejando en mi mente una guerra entre mis deseos y mi razón.

Tomó mi mano y nos dirigimos hacia su auto, iba con su sonrisa de satisfacción mirando hacia el frente. Ya era tarde y el cielo estaba color naranja con nubes púrpuras.

Me subí a su auto y veía las luces de la ciudad, pensaba en que podía dejar atrás todo, que iba aceptar cualquier cosa que pasará hoy. Que me dejaría llevar.

Al fin llegamos a su casa, ya la recordaba, azul con ventanas blancas y maderas con flores. Su mamá era una mujer muy buena, que me estimaba mucho y yo a ella también.

-¿Tu mamá está en casa?- dije cerrando la puerta de su auto.

-No, salió a la casa de mi abuela.- dijo caminando hacia la puerta principal, abriendo con un truco que yo ya conocía. al parecer los dos años que estuvimos juntos, sirvieron para saber todo de él, y él de mí.
Entramos y subimos hasta su habitación.

Me miró, como muchas veces lo había hecho. Con un deseo en su mirada. Se acercó a mí. Tomó mi rostro, y acercó sus labios a los míos.
Sólo cerré mis ojos con mucha fuerza, pues me dolía saber que aún le quería y que esto duraría sólo una noche.

Me besó.
Y lo besé.

Como se besa unos labios hambrientos. Lo tomé de la espalda y lo acerqué a mi cómo una manta a un cuerpo frió.

Sus manos bajaron por mi espalda y me quitó la blusa, nos seguíamos besando y el bajó mi short, me quitó las bragas y se quitó la ropa él también.
Ambos estábamos desnudos, como otras veces.

-Siempre me ha gustado tu olor- dijo mientras besaba mi cuello.

Yo simplemente, dejé escapar una lágrima.

Se puso arriba de mí, mientras me besaba. Tocaba todo mi cuerpo y mordía mis hombros y tocaban mis pechos.

Abrí mis piernas y con mucho cuidado él me penetró.

Gemí.

Le enterré las uñas en la espalda.
Y el me penetro más lento pero profundo.

Yo lo amaba. Y me odiaba por hacerlo.

Después que el se vino, me abrasó y nos quedamos dormidos.

No me costó dormirme, porque ahí era mi hogar, entre sus brazos, con su cuerpo cálido y desnudo, adherido al mío.
Como uno mismo.

Charchazo a la memoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora