Una Vieja Grieta

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Después de 3 años, San por fin había regresado a la enorme y gris casa de su familia, un sitio ubicado en una zona privilegiada de la capital, el cual contaba con terrenos extensos donde cada construcción se levantaba de forma impecable e imponente. Realmente no quería estar ahí, pero la insistencia en los mensajes que dejó su hermano lo obligaron a tomar una decisión.

Tocó el timbre y luego de intercambiar algunas palabras por el intercomunicador, la pesada puerta de acero se abrió, haciendo un chirrido propio del material, casi imperceptible, pero San lo reconocía y le disgustaba bastante. Atravesó un jardín perfectamente cuidado, cada flor y cada hoja habían sido planeadas para estar donde debían estar y eso simplemente lo asqueaba.

Conocía el camino hasta el vestíbulo, así que lo recorrió mirando cómo el tiempo se había detenido en ese sitio y absolutamente nada cambió. Todos los recuerdos estaban volviendo y con ellos, la incesante ansiedad en el pecho. Entró a la verdadera construcción, tratando de ignorar la abrumante y desesperante perfección que lo acompañaba en cada paso, sólo para encontrarse con dos de las tres personas que juró no volver a ver.

Su madre, una alfa relativamente joven, delgada, de facciones preciosas y tan alta como él; Y su hermano, un alfa de la misma edad que él, de sonrisa burlona y presencia fuerte.

Ella lo miró detenidamente a modo de bienvenida, su dura expresión era la misma de siempre y eso lo hizo sentir incómodo. Ella usaba un elegante vestido azul cobalto y San no tenía ninguna duda de que se trataba de alguna prenda cara de las que tanto le gustaba alardear, además llevaba el cabello rubio en un recogido pulido delicadamente y que dejaba al descubierto sus orejas y cuello, ambos adornados con joyas elegantes, pero innecesariamente grandes.

Su hermano, vestido con una chamarra de cuero negro y lentes negros sobre la cabeza, lo abrazó despreocupada pero bruscamente, mientras daba golpes secos que atravesaron su cuerpo, retumbandole en el pecho.


—¡Bienvenido, hermano! —gritó


San se soltó al tiempo que mostraba un rostro neutral ante su familia. No le hizo ninguna gracia estar ahí, y mucho menos solo, pero era lo que debía hacer.


—¡Me alegra verte! —fue muy ruidoso y molesto a propósito— ¿No te alegras de verme?

—No Wooyoung —respondió cortante

—Pasa y toma algo, hijo, seguro estas cansado —dijo la mujer comenzando a caminar al interior de la casa y siendo seguida por los dos chicos


Él realmente no tenía intenciones de quedarse demasiado tiempo, pero accedió porque al final se trataba de su familia. Antes de sentarse con ellos en el salón principal, fue al baño a mojarse un poco el rostro para despejarse, tras una noche sin poder dormir por la ansiedad que sentía, un molesto dolor de cabeza lo estaba persiguiendo desde que llegó a la capital.

Se reunió con ellos sólo para darse cuenta de que el salón tampoco había cambiado nada, allí estaban los mismos tres sofás antiguos, de terciopelo rojo y el mismo tapete pasado de moda. Alrededor se encontraba un enorme espacio muerto custodiado por pinturas horrorosas colgadas en las paredes. Lo único bonito era el ventanal, que llegaba hasta el techo, pero que su madre mantenía cubierto para evitar que el sol entrara, dañando el valioso parquet de roble perfectamente pulido.

Tomó asiento en uno de los sofás frente a su madre y hermano.


—Mi querido San, me alegra mucho que decidieras venir —su voz sonaba carente de cualquier emoción— pero no es una grata sorpresa ver un anillo de compromiso en tu mano

LOVE || SanSangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora