2013

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Buenos Aires, Argentina

2013


Anastasia mordía el extremo opuesto de la lapicera con fuerza, con el entrecejo fruncido, las cejas juntándose en el medio de la frente justo donde sentía un agudo dolor. Sintió que la visión se le nublaba por el esfuerzo cuando las letras se le empezaron a juntar.

Apartó la vista por un momento y se apretó los ojos con fuerza, frotándolos y rascándolos, con la esperanza de que surtiera efecto. Cuando volvió a centrar su mirada en el libro del que estudiaba, vio todo borroso.

Largó una puteada por lo bajo. Sabía que un descanso le vendría bien, pero no podía permitírselo. Necesitaba aprobar.

Para cuando la puerta se abrió media hora después, había vuelto a concentrar su atención completamente en el estudio.

Cuando Mauro entró, fue directo al salón donde sabía que la encontraría. La encontró sobre el sofá entre una pila de papeles, libros y diversos materiales del instituto.

Estaba sentada, encogida, con las rodillas casi pegadas al pecho para hacer de mesa, pues ahí tenía el libro del que leía.

Se acercó a ella por detrás y se inclinó para besar su cachete. Anastasia se giró solo un segundo, el tiempo suficiente para saludarlo con una pequeña sonrisa, y luego se volvió nuevamente hacia el libro, sin prestarle demasiada atención.


—Cinco minutos más —habló de manera automática.


Mauro se sentó sobre el respaldo del sofá y la miró. Tenía los ojos ligeramente desorbitados y rojos. Tamborileaba la lapicera, toda mordida por el extremo, sin cesar contra el libro, gesto que él reconoció de puro nervio.


—No extraño esto —bromeó.


Anastasia no pareció escucharlo, en realidad, ni siquiera parpadeó durante un minuto entero que él la observó.


—¿Nena? —trató de llamar su atención.

—¿Mh? —pronunció sin verlo.


Él supo que estaba en piloto automático y que no lo escuchaba realmente.


—¿Ya cenaste, Tas?

—Te estaba esperando —respondió sin sacar los ojos del libro.

—¿Esperándome? —se sorprendió— Tasia, ¿sí viste qué hora es?

—No, ¿qué hora? —preguntó sin verdadero interés.


Entonces Mauro se cansó y le arrancó el libro de las manos. Anastasia se giró enfurecida para enfrentarlo.


—¡Mauro! —exclamó.

—Eu, pero mirá vos, si te fijaste que llegué —habló con sorna.

—Regrésamelo —saltó de rodillas en el sofá, inclinándose hacia él para recuperarlo.


Mauro fue más rápido y alejó el brazo con el libro. Anastasia alzó una ceja en su dirección en señal de advertencia y él levantó las suyas con diversión.


—No estoy jugando.

—Pues yo sí —se paró del respaldo del sofá.

Corazón vacío ~ DukiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora