2023

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Buenos Aires, Argentina

En la actualidad


Mauro no pudo dormir en toda la noche. Anastasia accedió a verse al día siguiente, prometiendo llevar a Alejandro con ella para que pasen la tarde juntos.

Dio vueltas en la cama incansablemente, sintiéndose ansioso por fumar un faso detrás de otro, conteniéndose y fumando tabaco en su lugar, y bebiendo litros de Red Bull, también. Acabó con una cajetilla de cigarrillos en hora y media.

Cuando los primeros rayos de luz salieron, no se demoró en salir de la casa para llegar a la de su vieja. Ni siquiera se había cambiado la ropa del día anterior.

Cuando Sandra abrió la puerta, todavía en pijama, se sorprendió de ver a su hijo.


—Mauro... ¿Qué haces acá, bebé? Son... —miró el reloj y sus ojos se abrieron con sorpresa—. Hijo, son las 7 am. ¿Sucedió algo?

—Tengo un hijo —soltó sin más, abriendo la puerta para pasar.

—¿Qué? —preguntó ella sin entender.

—Tengo un hijo, ma —subió las escaleras al piso de arriba de dos en dos, con Sandra siguiéndole el ritmo a duras penas.


En cuando llegó a la habitación, empezó a buscar por todos lados.


—Mauro, mi amor... —Sandra se acercó despacio por detrás—. Me estás asustando.

—Acá no está —tras vaciar los cajones sobre el piso, fue a mirar en el closet.

—Mau... —la voz de Sandra se resquebrajó—. ¿Qué tomaste, bebé? —se acercó a él con cautela—. Estás delirando.


Revolviendo toda la ropa antigua que tenía en el armario de su habitación de casa de su madre, trató de explicarle:


—No estoy flasheando —le aseguró convencido—. Tengo un hijo con Tasia. Se llama Alejandro. Tiene 3 años y medio. Es de la última vez que... —miró a su vieja de soslayo, no necesitaba tanta información—. De la última vez, ma. Tengo un hijo y no sabía. Nadie sabía, excepto Iara —sentía la necesidad de escupir toda la información que recibió en las últimas horas, incluso si esta salía de forma desordenada.

—Tenés un hijo con Anastasia... —repitió, aunque no parecía darle credibilidad alguna, tampoco era como si a Mauro le importaba en aquel momento—. ¿Y qué estás buscando ahora, mi amor? —habló con calma, poniendo una mano sobre su espalda.

—Las fotos. Las fotos de cuando era chiquito. Es idéntico a mí, ma, igualito a mí —siguió su propio hilo de pensamientos mientras tiraba toda la ropa al suelo—. Si lo vieras, es mi copia...

—Mauro —una tercera voz nueva se unió a la conversación, sobresaltándolo.


Volteó en dirección a la puerta, se trataba de su hermana menor. Tenía a su madre entre sus brazos, que temblaba violentamente con el rostro mojado y los ojos rojos. A Sandra se le enrojecían los ojos fácilmente.

Parpadeando, Mauro pareció entender por primera vez qué estaba sucediendo. Asustó a su madre, pensaba que estaba drogado.


—Ma... —bajó un toque a la intensidad de pronto, acercándose despacio—. Estoy bien —le aseguró—. No consumí nada, te juro —abrió los brazos hacia ella, ofreciéndole un abrazo—. Es Red Bull, ma —juró—. Y la excitación de saber que soy padre de un nene hermoso.


Con una nueva mirada, una más de cerca, Sandra lo miró fijo a los ojos, tratando de decidir si lo que decía su hijo era cierto o no, tratando de decidir si creerle o no.

Finalmente, lo estrechó fuerte entre sus brazos.

Mauro cerró los ojos, apoyando su barbilla en la cabeza de su vieja.


—Perdón si las asusté —le dio una mirada a su Candela y abrió un brazo hacia ella para que se sume al abrazo, cosa que hizo con gusto—. Lo lamento. Estoy sobrio, les juro. Acelerado, pero sobrio.

—Me asustaste tanto —Sandra se aferró de su remera.

—Lo lamento, ma. Lo lamento posta, no quise.


Secándose las lágrimas, Sandra le pidió que se siente con ella en la cama y le explique todo bien, más calmado esta vez.

Mauro les explicó todo a ambas: el reencuentro con Anastasia, acompañada de un nene que entendió pronto que era hijo suyo, cómo ellos estuvieron todo este tiempo creyendo que él no quería saber nada de ellos, y todo por culpa de Iara, que Anastasia no se mostró resentida en ningún momento y le ofreció conocer al niño de a poco, si era lo que quería, y finalmente que quedaron esa misma tarde para merendar los tres.

Madre e hija se miraron atónitas.


—La pobre Anastasia —se lamentó Sandra con horror—. Teniendo que pasar por todo sola, sintiendo que nadie de la familia la queríamos apoyar.


Candela se paró del piso donde estaba sentada para ir a buscar algo a su pieza. Cuando regresó, lo hizo con una cajita en las manos que Mauro reconoció perfectamente.


—Lo tenía en mi pieza, lo siento —se la ofreció—. Me gusta ver fotos de cuando éramos chiquitos de tanto en tanto.


Mauro rebuscó entre sus fotos de cuando era nene, queriendo encontrar una en particular. Estaba abajo de todo, una en la que él no debía de tener más de cuatro años y estaba disfrazado de Saiyajin. Sonrió como un tonto.


—Si lo vieras, ma... —suspiró—. Es igualito a mí.


Secándose las lágrimas, Sandra sonrió.


—Tenés que descansar un poco, mi amor. Si vos quedaste con ellos en la tarde, tenés que tratar de dormir un poco y bajar todo el Red Bull.


—Sí, y ducharte después. Tenés alto olor a chivo —añadió Candela.

—Kendi... —la regañó su mamá mientras bajaba la persiana para que no entre sol y su hijo pueda descansar.


Mauro se tumbó en la cama, apoyando su propia foto sobre su pecho. Sabía que era algo estúpido, que era solo una foto suya y no de Alejandro, pero de algún modo el parecido entre ambos lo reconfortó.


—Igual sí —dijo su madre antes de cerrar la puerta y dejarlo por completo a oscuras—. Deberías darte una ducha y ponerte ropa limpia antes de encontrarte con ellos.

Corazón vacío ~ DukiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora