2019

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Buenos Aires, Argentina

2019


Anastasia estaba pasada de trago.

Habían pasado cinco meses y todavía no superó el dolor del corazón roto que Mauro le dejó, y era aquello lo que la llevó al boliche aquella noche, donde sabía que lo encontraría. Nunca fue una persona vengativa, nunca tuvo la necesidad ni le encontró el sentido, pero ese pibe le jodió la vida. La rompió en pedazos tan chiquitos que todavía no se vio capaz de recomponer.

Por si fuera poco, él tomó a la piba con la que le pintó el cuerno y la hizo públicamente su novia. ¡Su novia!

Anastasia tenía tanta bronca que sentía que desprendía fuego. Era tiempo de tomar represalias. Si él jodió su corazón, ella jodería su cabeza. Mauro podía estar enamorado de Iara (aparentemente), pero seguía siendo Mauro y ella seguía siendo Anastasia, siempre su perdición... Y ella lo sabía bien. Él era solo un pibe, y al final del día, todos se movían con lo mismo, como él bien le demostró hacía ahora casi medio año, con la de abajo. Anastasia era su debilidad, igual que él era la de ella, por más que le joda reconocerlo. Pero esa repulsiva obsesión que mostraron tener el uno por el otro toda la vida jugaría a favor de Anastasia esa noche.

Sabía que si se presentaba en el boliche con la pollera tan corta que apenas y cubría sus nalgas y tan ceñida que prácticamente no podía respirar como la que traía puesta, sabía que si la veía con el corsé con transparencias que cubría únicamente ambos pezones, sabía que no se podría resistir.

Embriagarse como lo hizo no entraba en su plan, en primer lugar. Eso fue algo que se fue dando a lo largo de la noche. Ella solo pidió un trago, los siguientes vinieron solos. Cada varón que se detuvo a su lado en la barra durante un segundo la convidó a algo distinto, y ella lo aceptó todo con una sonrisa antes de rechazarlos amablemente.

Ahora solo paseaba por el boliche, esperando encontrarlo pronto. Lo que no esperó Anastasia en absoluto fue que, cuando lo hizo, cuando lo encontró solo media hora después de empezar a su búsqueda, su corazón iba a dar un vuelco.

Se veía hermoso. Estaba arriba del reservado, vestía una camisa corta con estampado de camuflaje, un pantalón corto negro y un estúpido y ridículo sombrero beig que solo podía verse caliente en él. Tenía dos cadenas con grandes medallas colgándole del cuello. Y sentada sobre su regazo, estaba ella. Iara.

La bilis le subió por la garganta cuando notó que ella lo rodeaba con los brazos, una de sus finas manos sobre su cuello, rodeándolo de manera posesiva con los dedos largos. Y Mauro... Él lucía totalmente ido. Su cabeza inclinada de manera casi inconsciente hacia atrás, los ojos chinos y un trago en su mano, el vaso apoyado en su pierna.

Casi como si sintiera su presencia, abrió los ojos en aquel momento y miró en su dirección. Una sonrisa perezosa se dibujó en su rostro, iluminándolo por completo. Parecía lúcido de pronto, a pesar de que era una ilusión, claramente.

Anastasia apenas tuvo que actuar cuando se mordió el labio y le sonrió de vuelta, haciéndole una seña con el dedo, indicándole que baje.

Vio que le dijo algo a Iara al oído, que asintió y se paró de sus piernas para dejarlo levantar, sentándose después nuevamente en el lugar que él ocupaba anteriormente.

Mauro bajó a toda prisa a la pista de baile, creyendo que estaba teniendo visiones. Un delicioso éxtasis en forma de alucinación, como cuando uno está perdido en el desierto muerto de sed y de pronto sueña despierto con un oasis. Un hermoso espejismo. Salvo porque era cierto, Anastasia estaba allá, frente a él. En un corsé y una pollera ridículamente pequeños que a duras penas le cubrían las partes más erógenas de su cuerpo. Su exquisito atuendo mostraba más piel de la que tapaba, y a Mauro se le hizo la boca agua.

Tan pronto como llegó a su lado, colocó una de sus grandes manos sobre su cadera solo para comprobar que era real. Anastasia respondió de manera receptiva, dándole otra sonrisa y acercándose para esconder su rostro dentro de su cuello. Mauro aprovechó para enterrar su nariz entre su cabello e inspirar, inspirar duro. Se sintió como una fantasía tenerla de nuevo entre sus brazos. Fantaseó con aquello durante los últimos cinco meses.


—Gordo —gimió ella por lo bajo, lamiendo su cuello—, cómo te extrañé... —lloriqueó.


Y Mauro se sintió enloquecer.


—Tasia —gruñó, atrayéndola hacia sí.


Lo siguiente que ambos podían recordar es que se estaban comiendo, con hambre y necesidad, empujando a todo el que se interponía en su camino hasta llegar al baño del boliche. Se encerraron en uno de los cubículos y echaron el cerrojo. Justo después, Anastasia arrojó a Mauro sobre la tapa del WC y se subió arriba de él para besarlo con fuerza y desesperación. Más de la que creyó que sentiría realmente.

Sentía cómo su plan se resbalaba entre sus dedos, pero no pudo importarle menos. La venganza quedó en un segundo plano, pues lo único que quería en aquel momento era sentir a Mauro por todas partes: sus manos sobre su cuerpo, sus labios sobre los de ella y sobre su piel, su pija llenándola. Aunque sea una última vez más.

No sabía bien qué esperaba de aquella noche, pero aquello, estaba segura de que no. Sus propias manos picaban con necesidad de él, de tocarlo, exigiendo ser saciadas con su piel tatuada.

Se sacaron la ropa con fiereza, sin rastro de dulzura o ternura, todo dientes y toques duros, firmes. Pronto se desnudaron, besándose de manera desprolija: chupones por todos lados y saliva recorriendo los cuerpos desnudos.

Mauro la cargó sobre su cadera, empujando dentro de ella mientras la apoyaba contra la puerta, que empezó a golpear una y otra vez al ritmo de sus embestidas.


—¿Por qué será que siempre terminamos en un baño, vos y yo? —habló con voz ronca a su oído.

—Porque está más cerca que la cama —respondió ella, haciéndolo reír de manera grave.

Corazón vacío ~ DukiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora