Epílogo: Creeré en tu corazón, hasta el fin del mundo.

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Al despertar, un reflejo dio de lleno en mis ojos, despabilándome y haciéndome ver que lo ocurrido la noche anterior, estaba muy lejos de haber sido una simple ensoñación.

Masato estaba frente a mí, cobijado por mis brazos, regalando a sus anchas la postal de hombre durmiente, soñador... y alegre. Esa sonrisa, que en contadas ocasiones me había regalado, ahora y de una forma sumamente natural, casi como una rutina, me la estaba regalando, en medio de tu obvia inconsciencia matutina.

Ren, te amo... Aún resonaba, fuerte y claro en mis oídos. Ren, te amo... Aún conseguía rememorar cómo esos delicados labios lo habían pronunciado para mí. Ren, te amo... Aún podía sentir cómo su cuerpo recibió tan complacientemente al mío, acariciándome, besándome y vociferando mi nombre tan candentemente. Mi esquivo y terco amante, el que por nueve largos años ha sido el custodio de mi desenfrenado amor, el que titula el sinfín de frases que mi corazón escribe con la tinta azulina que lleva su esencia, el que convierte hasta el más puro sentimiento en un tira y afloja sin sentido, el que esconde bajo su solemne figura, un cuerpo fogoso y sensible ante mi tacto.  Él... él había declarado finalmente aquella frase... la frase. Esos ojos, esa expresión, ese aroma que diste a relucir, nunca lo olvidaré. Todo era mío, todo era para mí. Ese encanto desbordante que recorría tu cuerpo, hacia nacer en mí un desquiciante impulso de hacerte mío una y otra vez. Viajar por tu piel, quemarte con mi deseo irrefrenable de poseerte, incitar a tu cuerpo a mostrar esos lascivos secretos que escondía de mi candente espada, para así hundirme en las profundidades de tu delicada entrada, haciéndote entender que, en ciertas ocasiones, los cuestionamientos sobran...

Tal vez fui duro, tal vez me sobrepasé. Mis intenciones de demostrar mi amor sin freno, hicieron caer en la inconsciencia a tu cuerpo, aunque, debo confesar que me sentí obscenamente curioso ante la postal que me regalaste... Tan delicada flor, al ser desojada por el salvaje jardinero, cayó deshecha en las manos del mismo... vertiendo su ultimo gramo de vitalidad en una sonrisa y un susurrante te amo...

Qué felicidad... qué plenitud. Masato, mi inmutable Masato me amaba.

-Ya tienes los ojos hinchados de tanto llorar. Deja ya de hacerlo, me haces sentir culpa.- Masato había despertado y me observaba con su ya conocida expresión... Era tan bello.

-Lo siento- dije, mientras limpiaba el mar de lágrimas que empañaba mi visión.-... la verdad no me había percatado que lloraba.

-Pues déjalo ya. No tienes por qué hacerlo...- dijiste en una entonación tan profunda, que mis cabellos se erizaron... Qué perversidad, estás jugando con mi autocontrol... Mientras limpiaba mi rostro, una de tus manos se posó en él, ayudándome a enjugar mis propias lágrimas.

-Pareces un niño...- agregaste, mientras terminabas de secar mi húmedo rostro... Sonreías, sonreías como lo hiciste ayer, como lo hacías hoy, sumergido en tus sueños. Volvías a sonreír, a sonreír para mí... ese era mi pago...

-Tú me haces volver a la infancia, al sonreírme de esa forma. Siempre lo hacías cuando jugábamos, ¿lo recuerdas?

-Si...- respondiste, desviando tu mirada, intentando esconder tu naciente nerviosismo... ¡Q-qué adorable!

-¿Recuerdas cuando fui a tu casa, te entregué aquella blanca rosa y luego...?- Tu mano acalló mis palabras, cuando la posaste sobre mis labios. Me observabas con los ojos muy abiertos, dando a conocer tu sorpresa, emoción y nerviosismo ante mis palabras.

-Esos recuerdos del pasado deben de pertenecerle al olvido...- Siempre tan apabullantemente pomposo... que encanto me produce el oír tus palabras tan ceremoniosas...-Ren, no remuevas las tierras de los dominios de lo antiguo. Para ambos, es duro revivir esos años. -Era cierto... Te observé, asentí en silencio, tomé tu mano con una de las mías y la besé en son de disculpas... Había sido desconsiderado hablar de esa forma tan indiferente de uno de los parajes más duros de tu vida... de nuestras vidas.

Conociéndome al ConocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora