Escucha las notas que dictan tus deseos

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Abrí mis ojos perezosamente a una realidad que no terminaba de creer...

Me hallaba durmiendo semi-sentado en el regazo de un árbol, a tan solo unos metros del lago de la academia ¿Cómo es que llegué ahí? Me pregunté de forma interna, al momento que me incorporaba del suelo y comenzaba mi retorno a las habitaciones, vestido tan solo con mi yukata azul marino. Mis pies se hallaban descalzos, por lo que el césped acariciaba profundamente cada centímetro de mi desnuda piel, la brisa existente hacia bailar la tornasol hierba al son de los primeros rayos de luz matutina.

No había caso que hallara razón alguna para haberme encontrado ahí dormitando. Me sentía exhausto, me pesaban las piernas y una sensación de fatiga recorría todo mi cuerpo. Algo estaba claro: no había tenido una noche reparadora.

Caminé lentamente por los prados, percibiendo en cada poro de mi piel, el cálido amanecer que me envolvía con esa tibia manta incandescente, la humedad del roció, el cantar de las aves... y aquel reconocido aroma a rosas.

Cerca del camino que me llevaba de regreso a los dormitorios, se encontraba la explanada en donde existían aquellas magnificas rosas blancas, esas que iniciaron todo... Aquel aroma dulce, que cargaba el ambiente me embelesó. El desvío de mi camino fue inminente; fui en busca de una.

Los rosales se extendían hasta donde mi vista alcanzaba a divisar en el ahora anaranjado horizonte. Cada una de aquellas bellas flores, saludaban con una reverencia al naciente sol. En un vaivén de pétalos y aromas divisé algo inexplicable y apabullante: Jinguji Ren dormitaba completamente desnudo, utilizando como único abrigo, sus propias ropas, que enmarcaban la figura de aquel níveo ser.

Un sonrojo sin fin se hizo parte de mi blanquecino rostro. Solo había una expresión que se me venía a la mente al divisarlo de manera tan natural: Perfecto.

El cabello revuelto por la brisa, delimitaba de forma precisa su delicada y serena expresión. Una brazo flexionado de forma natural, que utilizándolo como cabecera hacia remarcar su fornida y a la vez delicada anatomía. Su otro brazo descansaba sobre su pecho, el cual hacia exposición de lo suyo: amplio, protector y delirantemente adónico.

Continué mi brillante expectación bajando un tanto más mí mirada. Aquellas caderas angostas y esas piernas esbeltas solo eran una introducción para lo que era el clímax de este apasionante ser. Estaba claro que aquello que se postraba frente a mí era un hombre y lo dejaba muy en claro, al tomar en cuenta que el reconocimiento a mejor capítulo de aquella novela que era su cuerpo, se lo llevaba con creces su notable virilidad... no existía descripción alguna para ella.

Mi cuerpo temblaba. Me era tan excitante y a la vez peligroso acercármele, que pronto tomé la decisión de despertarlo en la seguridad de mi actual posición.

-Ren... - De mi boca salió su nombre cargado de lo que se denominaría un profundo y gutural gemido ¿Qué rayos me ocurría? La excitación que me embargaba en ese preciso momento se estaba haciendo escuchar sin escrúpulo alguno.

Sin más, los ojos de Ren se abrieron a la realidad, tan solo para verme a mí con una expresión completamente patética en mi rostro: sonrojado a más no poder, con ambas manos cubriendo mi boca, intentando acallar el más categórico aullido de placer que en mi vida había oído salir de mis labios, acompañado de mi titubeante cuerpo, que amenazaba con desplomarse en el suelo, en un inminente colapso nervioso.

-Música para mis oídos...- dijo Ren, con un dejo lascivo que fue tan incisivo que causó cierta incomodidad en mí. ¿Quién eres? ¿Ren? Se incorporó del suelo y se acercó a mí, con ese cuerpo que homologaba a Adán, en lo divino y, recalcaba, en lo desnudo.

Conociéndome al ConocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora