4.La Agente Doble Coñocaliente

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LAUREN

Durante todo el trayecto de camino al trabajo no pude evitar lucir una sonrisa de satisfacción en la cara. Saber que Camila me estaría esperando en casa cuando volviera me haría sin duda el día más soportable. O más insoportable según como se mire, considerando que seguramente estaría pensando en todas las marranadas que iba hacer con mi chica de dos millones de dólares y las que ella tendría que hacerme a mí. Hasta ese pensamiento tan efímero me obligó a recolocarme lo que al parecer había decidido ponérseme tan incómodamente duro bajo los pantalones.
Pero yo era una mujer de negocios, y los negocios debían anteponerse al placer. De ahí que tan pronto como Samuel abrió la portezuela de la limusina y salí a la calle que conducía a la puerta giratoria acristalada de mi segundo hogar, la sonrisa se me había esfumado de los labios. La Jauregui con cara de dura acababa de entrar.
En el despacho tenía fama de ser una tipa dura de pelar. Incluso a los empleados que llevaban trabajando desde que mi padre dirigía el negocio les chocó ver a su revoltosa hija metamorfosearse en un estratega implacable. Pero el mundo empresarial era jodidamente frío y cruel, y para llevarle la delantera a la competencia tenías que mantenerte siempre en guardia, porque a la primera señal de debilidad te cortaban los cojones a machetazos.
Mason, el único tipo en el que confiaba en este lugar, me saludó en cuanto crucé la puerta.
Mason Hunt era mi mano derecha, mi asistente personal y seguramente lo más parecido a un amigo. Él y su mujer, Polly, se encargaban de todos los aspectos de mi vida. Mason se ocupaba del despacho y Polly de mi vida personal. Era mi ama de llaves, la que supervisaba el personal y mis gastos, con lo que nunca tenía que preocuparme de tales tareas. Las sirvientas, los jardineros y los cocineros que trabajaban aquí se iban antes de que yo volviera a casa, lo cual era de agradecer.
Polly también era mi compradora personal y la que se aseguraba de que yo tuviera una pinta estupenda tanto en los negocios como en mis escarceos. Poseía una habilidad portentosa para ocuparse de mil y una tareas a la vez.
Era una joya en su especialidad, al igual que Mason. Trabajaban en equipo con una precisión de reloj suizo. Me gustaba creer que se habían conocido gracias a mí. Después de todo, sus caminos se habían cruzado al ocuparse a diario de distintos aspectos de mi vida. Pese a sus diferencias, se complementaban muy bien. Mason era un tipo tranquilo y relajado que se tomaba las cosas con calma, alto, sureño, y luciendo siempre sus botas de vaquero favoritas. Polly en cambio era una tipa menuda e hiperactiva que no paraba nunca. Bajita y de lo más sociable, por lo visto nunca se ponía la misma ropa más de una vez. No era algo en lo que me hubiera fijado, pero me enteré de este detalle durante una de sus peroratas, de las que intentaba escaquearme. Polly era el yin y Mason el yang, así que al parecer era inevitable que acabaran juntos.

—Hola Hunt —le respondí mientras nos dirigíamos hombro con hombro a mi ascensor personal.
Sí, tenía un ascensor personal. No soportaba estar metida en una lata de sardinas rodeada de veinte personas más, cada una impregnada de una colonia distinta, o tosiendo y estornudando por todo el puto lugar.
Mason introdujo la llave en la cerradura y abrió las puertas para que pasara yo primero. Dejé la cartera en el suelo y me senté en el amplio sofá de terciopelo rojo adosado al fondo. El techo y las paredes estaban cubiertos con espejos para que el pequeño espacio pareciera mayor. Cuanto más grande fuera todo, mejor.

—¿Cómo te ha ido? —me preguntó mientras pulsaba el botón para subir a la planta 40 y se sentaba al otro extremo del sofá.
Yo llevaba viviendo sola desde hacía un tiempo y Polly no había dejado de intentar concertarme citas con mujeres a las que consideraba un buen partido para mí. Para zafarme de sus latosos intentos al final tuve que inventarme la trola de que había conocido en secreto a alguien durante uno de mis viajes a Los Ángeles. Ella se la tragó y dejó de intentar jugar a la celestina, pero entonces empezó a darme el coñazo con que quería conocer a la misteriosa mujer. Normalmente cuando la gente se ponía pesada me la
sacaba de encima echándole una de mis «miraditas asesinas», pero con Polly no tenía nada que hacer, porque no la intimidaba en lo más mínimo. Le dije que aquella noche le iba a pedir a mi misteriosa dama que se viniera a vivir conmigo, por si acaso encontraba en el Foreplay un ejemplar que me gustara y lo adquiría, y así había sido.

De compra a corazón (Lauren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora