15.Haciendo de pronto el amor

1.4K 79 10
                                    


LAUREN

Cuando solté las palabras que cambiarían para siempre la dinámica entre Camila y yo, oí que se me quebraba la voz, mi conflicto emocional me salió de pronto a borbotones de dentro. Intenté contenerlo, pero al verla en el suelo, con la falda del vestido subida hasta la cintura y su frágil cuerpo tendido sobre los duros escalones, me horroricé por lo que acababa de hacerle. Me había jurado no volver a tratarla nunca más así, pero supongo que rompí mi palabra, decepcionándome incluso a mí misma.
Me pasé las manos por la cara frustrada, soltando un gruñido. No haberle contado todo cuanto yo sabía fue precisamente lo que la obligó a pasarse de la raya conmigo y lo que nos llevó a ese momento. No pude aguantarme más. Tuve que soltárselo. Tuve que liberarme de ese secreto, porque si no lo hacía iba a cruzar esa fina línea entre la culpabilidad y la locura, y las cosas entre nosotras solo hubieran empeorado.
¡Al cuerno conmigo!, lo había hecho. Se lo había contado todo.
Ella se me quedó mirando, atónita.
Y lo único que yo podía hacer era esperar las consecuencias que esto tendría, pero no quería que fuera en ese mismo instante ni allí. Ella ya me iría a buscar cuando se sintiera preparada y yo me sentiría mucho mejor si lo resolvíamos en nuestra habitación. Al menos entre la seguridad de estas cuatro paredes ella no sentiría el irreprimible deseo de empujarme escaleras abajo.
Dejé caer los brazos derrotada y me dispuse a iniciar lo que me pareció un largo trecho hasta la segunda planta. Las piernas me pesaban, mis pies eran como dos bloques de cemento al subir un escalón tras otro, deseando alejarme de allí. Pero todo en mí me gritaba para que fuera en dirección contraria, alzara a Camila en mis brazos y echara a correr como una loca, llevándomela lejos de todo para ir a un lugar donde el mundo no pudiera seguir entrometiéndose en nuestra vida.

Esta era mi parte soñadora. Pero mi lado realista sabía que ya no podíamos seguir ocultándonos de todo.
A cada paso que daba por el pasillo para ir a nuestra habitación, más parecía alejarse la puerta, pero por fin conseguí llegar. Agarré el pomo con mis pesados brazos, lo giré y entré al lugar donde consumamos por primera vez nuestra relación. Incluso tuve que burlarme de eso. La palabra «consumamos» era demasiado pura como para expresar lo que en realidad había pasado allí. Más bien había jodido la relación, la había echado a perder desde el puto comienzo.
Me saqué la chaqueta del esmoquin y la arrojé a un lado como si fuera una toalla sucia en lugar de la carísima obra maestra que era hecha a medida. Me daba igual. En mi vida estaban ocurriendo catástrofes mucho peores que la de si le quedaba una arruga a mi chaqueta. Primera catástrofe: poseía una esclava sexual.
Segunda catástrofe: me había enamorado de la susodicha.
Tercera catástrofe: la madre de mi esclava sexual se estaba muriendo y Camila no podía estar a su lado por mi culpa.
Cuarta catástrofe: sabía todo esto y aun así la había follado como un maldito animal en la escalera.
Agarrando mi paquete de cigarrillos, me dirigí a paso largo al sofá y me desplomé sobre los cojines. La llama del encendedor proyectó un resplandor anaranjado en la habitación a oscuras mientras encendía el pitillo y exhalaba el humo con dramatismo. La nicotina me calmó un poco y Dios sabe cuánto lo necesitaba. Estaba lista para estallar, lista para destruir la casa de mis padres con mis propias manos hasta dejarla reducida a una pila de escombros. Porque eso es en lo que se había convertido mi vida. En una maldita pila de escombros.
Levanté el culo del sofá y me saqué el resto de la ropa, necesitaba desesperadamente darme una ducha. La ropa fue a parar dondequiera que yo estuviera al arrojarla porque como ya he dicho, me importaba un pimiento. Me dirigí al baño sin preocuparme de encender la luz, no quería verme en el espejo. Ya tenía bastante con las imágenes que me estaban viniendo a mi demasiado lúcida mente, recordándome que era como David Stone por más que me doliera, y no me apetecía verlo reflejado encima en el espejo.
¿Qué me estaba pasando? Cuanto más intentaba no ser como él, más lo era. La había follado en los malditos escalones, ¡por Dios! Sin sentir ninguna emoción, sin darle ningún placer, me la había follado y luego la había dejado allí tirada, no sin antes admitir que le había jodido la vida.
Me metí bajo la ducha sin dejar antes correr el agua para que se calentara, porque aunque sentir el agua fría en mis pelotas no fuera nada agradable, me lo merecía. Lo único que quería era relajarme hasta el punto de hundirme en
un coma para no notar el dolor que se había apoderado de mi corazón. Pero lo que yo quería y lo que debía hacer eran dos cosas totalmente distintas.
Afrontaría lo que había hecho. Me plantaría ante Camila y aceptaría su enojo cuando ella me diera por el culo por haber metido las narices en su vida. Le pediría perdón mirándola a los ojos por haberla desvirgado. Le permitiría salir de mi vida sin esperar volverla a ver.
Y además necesitaba sentir el dolor de perderla.
Agotada emocional y mentalmente, recliné la cabeza contra la pared y apoyándome en el antebrazo, dejé que el agua se deslizara por mi cuerpo.
Esperaba limpiarme de algún modo de la suciedad que se me estaba acumulando por dentro, manchándome el alma, pero era imposible, a no ser que encontrara la forma de darle la vuelta a mi piel. Aun así, el jabón y el agua no habrían bastado. Maldita sea, ni siquiera con lejía lo habría logrado.
Lo único en lo que podía pensar era en la mirada de Camila al bajar la escalera cuando nos disponíamos a ir a la fiesta. La forma de contonear sus caderas y el corte de su vestido revelando la aterciopelada suavidad de su pierna. Lo suave que era su piel cuando le puse el colgante alrededor del cuello. Su sabor al rozarme ella los labios con los suyos agradecida. Y todavía podía olerla. ¡Dios mío! Se me puso dura de golpe al recordarlo.

De compra a corazón (Lauren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora