8.Fuego, cachiporras vibrátiles y vampiresas, ¡madre mía!

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CAMILA

Lauren me dejó sola después del épico fracaso de nuestra visita a la tienda de lencería.
No estaba celosa. Lo juro. La culpa la tenía el Chichi. Se había agarrado un cabreo monumental mostrándolo de mil y una maneras por toda la tienda.
El Vergazo Prodigioso tendría que besarle algo más aparte del culo para ganárselo de nuevo. Tal vez Lauren lograra solucionarlo con otra ronda de azotes, pero yo no podía asegurárselo.
Me acosté antes que Lauren y cuando ella se metió en la cama sin hacer ruido fingí dormir. Me dolió un poco que se acostara dándome la espalda y dejando tanto espacio entre las dos, sin adoptar desnuda la postura de las cucharillas o la del misionero conmigo, sin manoseos, sin nada de nada.
A la mañana siguiente me desperté antes que ella. Cuando me levanté para darme una ducha Lauren siguió durmiendo, y eso que hice mucho ruido.
No me preguntes por qué quería despertarla, ya que no lo sé. A lo mejor echaba de menos a esa cabrona.
Incluso me fui al baño desnuda, hurgué en su armario buscando algo que ponerme, tiré aposta un par de zapatos suyos al suelo (y los dejé allí) y cerré la puerta del armario con más fuerza de la necesaria. Pero nada. Así que tenía que averiguar hasta dónde podía llegar, ¿no crees? Me refiero a que era imposible que siguiera durmiendo con todo ese jaleo.
Pero de pronto me rugieron las tripas, era hora de desayunar, y acordándome de haber visto en la despensa una caja de copos de maíz, me olvidé en un santiamén de cómo era posible que Lauren Jauregui siguiera durmiendo como una bendita.
Cuando me acababa de tragar la última gota de leche endulzada de mis cereales y de dejar el bol en la pileta, apareció Lauren. ¡Dios santo!, se quedó plantada en la cocina con el pelo húmedo recién lavado, unos vaqueros envejecidos de cintura baja y un top deportivo, aparte de la cinturilla negra de los calzoncillos Calvin Klein. La Lauren desnuda estaba de vértigo, pero esta Lauren semidesnuda, que no llevaba más que tejanos y brasier... estaba para desmayarse.

Esa deliciosa maravilla suya estaba para comérsela a lametazos. Y al decir «maravilla» me refiero a que su plátano mañanero estaba en plena forma, porque el bulto que se le marcaba bajo los vaqueros era descomunal.
El Chichi cruzándose de brazos desafiante, le dio la espalda. Se negó a mirar o incluso a reconocer la presencia del Vergazo Prodigioso.

—Buenos días, Camila —dijo Lauren pasándose sus pornotásticos dedos por entre el cabello.

—Buenos días, Vergazo Prodigioso. Mm..., quiero decir Lauren.
Lauren arqueó una ceja y luego se movió, apuntando con sus pies descalzos hacia donde yo estaba. Cuanto más se acercaba a mí, más reculaba yo, hasta que me quedé contra la pileta. Ella apoyó las manos en la encimera y me encerró en medio de sus brazos antes de inclinar la cabeza y darme un bochornoso beso.
La Agente Doble Coñocaliente la miró por encima del hombro y luego volvió a darle la espalda, recordando que seguía cabreada con ella.
Su boca sabía a menta fresca y por un momento se me pasó por la cabeza chuparle la lengua, pero entonces Lauren hubiera pensado que yo quería acaparar su atención. Y aunque fuera verdad, ella no lo sabía, y yo no vi ninguna razón para dárselo a entender.
Redondeó el beso chupándome el labio inferior y luego hundió la cabeza en mi cuello, pegando su cuerpo al mío. Al sentir su descomunal bulto aplastado contra mis partes femeninas, la resistencia del Chichi flaqueó. Lauren me rodeó la cintura con sus brazos y me ciñó más a ella mientras seguía sobándome licenciosamente. Su cuello estaba ante mis labios, con sus tensos y seductores tendones. No podía contenerme por más tiempo, tenía que saborearla.

Inclinándome hacia ella, le chupé la piel de la cavidad del cuello y Lauren gimió de gusto a mi oído. Se la chupé con todas mis fuerzas, porque por alguna razón que desconocía, seguía cabreada por lo del día anterior y me sentía un poco posesiva.

—¿Estás intentando marcarme, Camila? —me susurró al oído con voz ronca.
Ignoré su risita y le mordí la piel para irritarla más aún.
Pero por lo visto le gustó, porque me estrechó con más fuerza hasta que no quedó ningún espacio entre nuestros cuerpos.
Echó la cabeza atrás ladeándola, exponiendo todavía más su preciosa carne. Sin perder un segundo, devoré su ofrenda con mi húmeda y ávida boca. Agarrándole los mechones más largos de la parte superior de la cabeza, tiré de ellos sin la menor delicadeza. Al notar el sabor metálico de su sangre aflorando a la superficie de la piel, me entraron unas ganas locas de sorbérsela. Sin pensar, le clavé las uñas en el cuero cabelludo, rasgándole la tierna carne de esa zona. Luego le chupé el cuello cada vez con más fuerza, gozando del sabor salado de su piel. Pero yo seguía queriendo más. Te lo juro, en otra vida debí de ser una vampiresa, porque podía imaginarme mis colmillos hundiéndose en su carne y perdiéndome en su misma esencia.

De compra a corazón (Lauren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora