9.¡Huele a panceta!

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CAMILA

Me llamo Camila Cabello y... soy una adicta a los culos.
En mi defensa debo decir que el de Lauren era para flipar. Redondo, firme y respingón. Coronado por dos hoyuelos en la parte baja de la espalda y con una suave pendiente que se redondeaba deliciosamente formando dos musculares nalgas que se ahuecaban al contraerlas. Y si a todo esto le añades su encantadora piel de melocotón, te encontrabas ante la imagen de la culidad divina.
Era por la mañana. Lauren yacía boca abajo y yo estaba tendida de lado junto a ella. Todavía dormía y yo me había quedado papando moscas ante su adorable cuerpo desnudo. Por la noche se había apartado las sábanas de un puntapié en algún momento y al despertarme me había encontrado con la espectacular imagen de su delicioso cuerpo en su forma natural. Era espléndido. Aunque me encantaba lo bien que le caía la ropa, en cueros me gustaba mucho más todavía.
Le contemplé la espalda subiendo y bajando al ritmo de su acompasada respiración. Cada músculo estaba definido y mis dedos se morían por reseguirlos. Tenía la cara vuelta hacia mí y me maravilló lo largas que eran sus oscuras y espesas pestañas. Dormía con la boca algo fruncida y en el labio inferior se veía una marquita, el recordatorio de nuestra sesión erótica del día anterior, cuando ella había hecho realidad con creces mi perversa fantasía vampírica.
De pronto una sonrisa asomó a mis labios y le rodeé con dulzura la cara con mi mano. Al deslizar delicadamente el pulpejo del pulgar por su labio inferior, gimió de placer y luego se revolvió en la cama. Sabía que probablemente no debía haberla despertado hasta que sonara la alarma del despertador, pero no pude evitarlo. Tenía que tocar unos labios tan
sensuales como los suyos.
Se despertó parpadeando y sus ojos se encontraron al instante con los míos: eran unas lagunas con remolinos de color verde, marrón, azul y ámbar tan cálidas y profundas que te daban ganas de ahogarte en ellas.

—Bu... días —me saludó con su ronca voz matutina. Frunciendo los labios, me beso el pulpejo del pulgar.

—Lo siento. No quería despertarte —le mentí apartando la mano.

—No pas... nada. ¿Qué hora es? —preguntó acomodándose en la cama para mirar el despertador de la mesita de noche que tenía al lado. Refunfuñó al ver la hora y se tendió de espaldas—. ¡Joder!
Tengo que levantarme para ir a trabajar —suspiró pasándose las manos por la cara.

—¿Quieres que te prepare el desayuno?
Se apartó las manos del rostro y me miró sorprendida.

—¿Sabes cocinar?
Solté unas risitas, porque por lo visto Lauren me estaba conquistando.

—Sí. Los asalariados tenemos que hacer esta clase de cosas a no ser que queramos morirnos de inanición.

—¿Podrías prepararme dos huevos fritos con panceta? —me pidió con una expresión un tanto esperanzada en su adorable cara.
Puse los ojos en blanco y asentí con la cabeza.

—¿Cómo te gustan los huevos?

—No demasiado fritos.

—Si quieres lo puedo hacer, Lauren. Puedo prepararte esta clase de desayuno —le dije seductoramente, imitando su forma de hablar de la noche anterior. Parecía que le estuviera ofreciendo lo mismo que ella me había ofrecido, porque te juro que se le puso dura.

—¡Qué encantadora! Voy a darme una ducha y a vestirme —dijo levantándose de la cama en un abrir y cerrar de ojos, ofreciéndome la oportunidad de contemplar su cuerpo. Sí, me comí con los ojos la obra maestra de su culo, la culoestra.
Yo también me levanté y me puse de momento unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, hasta que me diera una ducha. En cuanto bajé, cogí una sartén de entre los lujosísimos chismes pijoteros que colgaban en medio de la isla de la cocina, y la puse en un fogón. ¡Los fogones! Deja que te diga una cosa. Ni el mismo cocinero Gordon Ramsey sabría cómo hacerlos funcionar. Había botones y teclas a manos llenas y, como es lógico, no sabía para qué servía cualquiera de ellos. De manera que empecé a pulsar al tuntún los botones, como hice con el control remoto universal. Tuve un breve flash-back de aquel día y me estremecí, pero sentí un gran alivio al pulsar el correcto al segundo intento. ¿Y el primero? Prefiero no hablar de él. Al menos conservé las cejas intactas y solo quedó flotando en el aire un ligero tufillo a pelo chamuscado.
Fui bailando a la nevera y tuve que apartar varios productos a un lado para encontrar —no te lo pierdas—, panceta de carnicería. Mmm, mmm.
Por lo visto Lauren Jauregui no consumía carne corriente y moliente del súper. Sacudí la cabeza ante tamaña absurdidad y cogí los huevos.
Después de lavarme las manos a conciencia, preparé mi zafarrancho de combate.

De compra a corazón (Lauren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora