8. La burbuja se rompe

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CAMILA

Me quedé allí de pie en la ventana y mirando a Lauren. Estaba medio desnuda. No llevaba camisa, ni zapatos, solo un par de empapados vaqueros que se habían amoldado a su exquisita figura y un top deportivo. Tenía el pelo pegado a la frente, sus largas pestañas lucharon contra las gotas de lluvia y su lengua
salió para capturar una de aquellas perfectas gotas que colgaban peligrosamente de su labio inferior. Y me miraba como si fuera la imagen más preciosa del mundo, aunque yo supiera que tenía un aspecto de lo más espantoso.

—Cásate conmigo.

Sus palabras vagaron hasta mí y atravesaron el implacable viento que amenazaba con aporrearlo hasta dejarla toda golpeada.
Sentí el corazón como si alguien hubiera usado desfibriladores conmigo.
Las rodillas me temblaron y el suelo bajo mis pies pareció desvanecerse, así que me agarré con más fuerza al alféizar para intentar mantener el equilibrio.

Lo intenté y fracasé.

Me balanceé hacia delante hasta casi caerme por la ventana abierta, pero me agarré a la rama que tenía delante justo a tiempo.

—¡Camz!

Lauren me llamó con el miedo claramente patente en su voz ronca.
Tenía que llegar hasta ella, saltar a sus brazos y envolverme en ella. Bajar por las escaleras me llevaría demasiado tiempo y, maldita sea, era demasiado tradicional para nosotras. A la mierda, me dije. Ya que tenía medio cuerpo agarrado a la rama, gateé hasta ella con las gotas heladas pinchándome la piel desnuda y empapándome la camisa blanca que llevaba, la de Lauren, la que me había traído conmigo. —¡Vuelve a entrar por esa puta ventana, Camz, antes de que te partas el cuello! —me ordenó Lauren. Pero ¿desde cuándo escuchaba lo que me decía?

Conseguí pasar de esa rama a la otra inferior; ya solo me quedaba una antes de poder saltar a sus brazos. Fue entonces cuando la patosa que vivía en mi interior decidió hacer acto de aparición. Sí, ahí estaba yo intentando hacer una gran hazaña, y esa loca asquerosa se dispuso a partirse la crisma, fea y deforme.

—¡Ah, mierda! —grité y perdí el equilibrio. Imagina mi sorpresa cuando mi cuerpo no tocó el suelo duro y frío, sino una pared de piel. Lauren había evitado mi caída con su cuerpo, pero el impacto hizo que ambas nos tambaleáramos.

Me puse de pie y bajé la mirada hasta ella todavía fascinada por que estuviera allí de verdad. Un trueno rugió en la distancia, pero nosotras no compartimos ni una palabra. Nos quedamos allí tumbadas en el barro mirándonos la una a la otra. Su mirada estaba absorta sobre la mía, y yo busqué sus ojos para ver si podía encontrar algún ápice de arrepentimiento con respecto a su inesperada proposición.

No lo vi.

Lo que sí vi fue un anhelo que competía con el mío, una certeza que disipaba cualquier duda, una verdad que reflejaba la mía propia. Amaba a esa mujer, y ella me amaba a mí, y todo tenía sentido. Tensó los músculos de la mandíbula. Alargó las manos y me acunó el rostro con ellas. Luego exhaló lentamente y me apartó un mechón de pelo mojado que tenía sobre la frente.

—No quiero volver a estar separada de ti. No puedo hacerlo.

Su voz estaba rota, abatida.

Yo me sentía de la misma forma, pero las
palabras se me quedaron estancadas en la garganta, sepultadas tras una miríada de emociones insondables. Así que como mis habilidades de comunicación verbal habían dejado claramente de funcionar, hice todo lo que pude para expresar mis sentimientos a través de otros medios. La besé como nunca lo hube besado antes. Me perdí en Lauren Jauregui. Todo lo demás en el mundo dejó de existir: la implacable tormenta, el hecho de que eran las cuatro de la mañana, los ladridos de los perros de los vecinos.

De compra a corazón (Lauren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora