13.Me siento aturdida

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LAUREN

Me fui del despacho temprano. No podía hacerlo, no podía seguir sentada ahí fingiendo que no pasaba nada, ocupándome de los negocios como de costumbre cuando me sentía fatal.

—¡Hola, Jauregui! —exclamó Mason deteniéndome al salir yo del despacho—. ¿Te vas? ¿Va todo bien?
Sí, probablemente debería haberle dicho algo a mi ayudante, ¿verdad? Estaba hecha un lío en mi puta cabeza y a cada segundo que pasaba me sentía peor. Para variar.

—Activa el contestador por si alguien me llama. Yo ya tengo bastante por hoy. Y si alguien pregunta por mí, dile que no sabes adonde he ido.

—Pero es que de hecho no lo sé.

—Exactamente.
Di media vuelta y seguí andando, ignorando la pregunta de Mason de «¿Va todo bien?» La verdad era que no. Y tampoco pensaba hablar de ello.
Lo único que quería era regodearme en mi sentimiento de culpa un rato y encontrar luego la forma de salir de ese atolladero.
Sabía que había solo un lugar donde encontraría la paz y la calma que necesitaba para aclararme un poco y no iba a dejar que ningún empleado cotorra me entretuviera. De modo que tenía que ser antipática y lo fui ... con un puñado. Pero ¿sabes qué? Me importaba un pimiento si les sentaba mal, porque no pensaba sonreír amablemente cuando me preguntaran cómo estaba yo, ni responderles tampoco un superficial «Bien, bien. ¿Y tú?» Me daba igual cómo estaban o si el pequeño Johnny tenía la nariz llena de mocos, o si Susie había creado el equipo de animadoras o siquiera si Bob había conseguido el ascenso. ¡Me importaba un cuerno todo!
Salí del edificio y me subí al primer taxi que se paró al alzar yo la mano, porque no pensaba llamar a Samuel para que me llevara. No quería que nadie supiera dónde estaba. ¿Era una irresponsable por desaparecer sin decir nada? Probablemente, pero a mí me la traía floja.
Hice ondear un billete de cincuenta pavos ante las narices del taxista.

—Llévame al Sunset Memorial.

—De acuerdo. ¿Es usted por casualidad la hija de Jauregui?

—No. Debes de haberme confundido con otra persona —le solté suspirando mientras me reclinaba en el asiento de atrás. El taxista sabía perfectamente que era una mentira como una casa. ¡Por el amor de Dios!, si me acababa de recoger en la puerta del edificio de la «hija de Jauregui».
Pero se lo merecía por hacerme una pregunta tan estúpida.
Al poco tiempo nos libramos del denso tráfico del centro de Chicago y el sol se asomó por el cielo encapotado. Fue extraño ver los rayos del sol abriéndose paso por un minúsculo claro, sobre todo estando tan rodeado de nubarrones que parecía que fuera a diluviar en cualquier momento, pero me tranquilicé un poco al ver que los rayos caían justamente en el lugar al que me dirigía.
La cripta de los Jauregui.
Bueno, supongo que mausoleo era la palabra más adecuada, pero cripta sonaba mejor. De cualquier manera era el lugar de reposo de las dos únicas personas que me habían comprendido y amado por quién era yo. Y una de ellas iba a levantarse seguramente de la tumba para darme una colleja por la mujer en la que me había convertido.

—¿Quiere que la espere? —me preguntó el taxista al detenerse en el sendero al pie de la colina que llevaba al lugar donde estaba enterrada mi familia.

—No. No hace falta —le respondí.

—¿Está segura? Por lo nublado que está parece que va a descargar el cielo.

—Pues mucho mejor —musité, y luego me bajé del taxi. Una lluvia torrencial pegaría con cómo me sentía por dentro.

—Si decide quedarse aquí sola, llévese al menos esto para calentarse los huesos —me propuso el taxista alargando la mano por encima del asiento para coger una bolsa de papel marrón con una botella por estrenar de José Cuervo y ofrecérmela. Qué curioso, era la bebida preferida de mi padre.

De compra a corazón (Lauren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora