FINAL ALTERNATIVO 2

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—Dios, Mila habla ya —dijo Lizeth al borde de la incertidumbre.

—La señorita Annabeth está en la azotea con Perlita y se va a arrojar —soltó de golpe.

—¡¿Qué?! —exclamo mientras volteaba a ver a Percy.

Tan pronto como escucho la noticia, él ojiverde se echó a correr en dirección a la finca, así que Mila y Lizeth corrieron tras él.

Al llegar al jardín pudieron ver a Annabeth de pie en la orilla de la azotea, ella aún sostenía a su hija en brazos mientras parecía sollozar.

—Annabeth por favor no lo hagas —le suplico el azabache con un nudo de angustia en su voz.

Annabeth negó en la distancia mientras daba un paso hacia adelante.

—¡No! —grito Percy lleno de impotencia—. No te atrevas a hacerlo.

—Ahh —grito Mila asustada.

—Dios va a hacerlo —murmuró Lizeth.

—Annabeth —volvió a llamarla Percy—. No hagas una estupidez, te lo suplico.

Annabeth dio un paso adelante.

—Por favor baja de ahí, podemos estar juntos los tres, piensa en nuestra hija.

Annabeth negó, volviendo su vista hacia su inminente caída.

—¡No por favor! Annabeth no te atrevas a hacerlo o te juro que me iré tras de ti.

Annabeth cerro sus ojos mientras algunas lágrimas descendían de ellos.

—Lo siento Percy —murmuró sin que este pudiera escucharla, murmuró mientras su voz se perdía en la profundidad del vacío, mientras ella caía hacia su muerte, su final.

Percy vio con impotencia como ambas caían al vacío y entonces antes de que ellas se impactaran contra el suelo, todo se detuvo a su alrededor, era como si el mismo tiempo se hubiese detenido. Miro desconcertado a su alrededor, todos parecían haberse quedado congelado, todos menos Lizeth ella lo observaba sin parecer sorprendida por lo que sucedía.

—¿Tú estás viendo lo mismo que yo? —pregunto pensado que tal vez todo era una alucinación.

—Si te refieres a todo esto —dijo señalando a su alrededor— sí, puedo verlo porque he sido yo quien lo ha causado.

—¿A qué te refieres con que tú lo has causado?

—Me refiero literalmente a detener el transcurso del tiempo —expreso con demasiada tranquilidad— y lo hice porque quiero advertirte algo. No hagas nada, no puedes cambiar el destino —miró hacia el par de rubias a punto de caer—. Annabeth y Perla están destinadas a morir hoy y no hay nada que puedas hacer para evitarlo, no intentes cambiar lo que ya ha sido escrito.

—¿De qué demonios estás hablando?

—Veo que no lo entiendes —murmuró—, pero te lo explicaré. El destino de los mortales ha sido tejido por las manos de las Moiras a través de sus manos, el destino de la humanidad se ha escrito... ellas a veces se interesan en el destino de algunos héroes y envían emisarios como yo para guiar sus destinos. Has tenido una vida muy larga, Perseus, más de lo que imaginas —lo miro con compasión—, pero el dolor siempre te ha acompañado y siempre has terminado perdiendo lo que más has amado.

—No entiendo de que estás hablando.

—No es necesario que lo entiendas, tal vez solo necesitas recordarlo —dio un paso hacia él mirándolo a través de sus ojos verdes—. Recuérdalo Perseus.

Recuérdalo

Mucho, pero mucho tiempo atrás.

Un joven luchaba contra otro joven guerrero.

Las espadas chocaban ferozmente hasta que él más joven de los guerreros logro desarmar a su contrincante.

—Muy bien, Perseus —dijo el mayor de los hombres poniéndose en pie—, has aprendido bien. Nuestra señora Atenea debe estar orgullosa de que te entrenes en su templo.

—Y para mí es un honor servirle a ella —dijo antes de salir de la zona de entrenamiento. El joven héroe caminó por los pasillos del templo hasta ser interceptado por su usual compañera de entrenamiento.

—Lo hiciste muy bien, Percy realmente me has sorprendido —murmuró la chica situándose a su lado—. Me siento muy orgullosa de ti y sé que mi madre también, ella sabe que serás un gran héroe.

—De verdad, ¿estás orgullosa de mí? —preguntó el chico esperanzado. Para nadie era un secreto que aquel joven semidiós se encontraba interesado en la joven hija de Atenea que lo acompañaba en sus entrenamientos.

—Claro que sí —susurró la chica poniendo una mano sobre su mejilla—. Para mí siempre serás el mejor héroe.

—Y para mí siempre serás la mejor heroína que exista —tomo sus manos—. Annabeth te prometo que en cuanto tengamos la edad suficiente pediré tu mano en matrimonio y seremos muy felices.

—Lo sé.

***

—Así que es debido a ti, es que él se sigue creyéndose el gran héroe —murmuró el cruel Rey de Séfiros.

—Él no necesita de nadie para querer ser lo que ya es.

—Vaya, tienes carácter... eso me gusta y mucho.

La chica retrocedió al ver la perversa mirada del Rey.

—Eres muy hermosa, será una verdadera lástima —dijo mientras sacaba una daga de su túnica—, pero esta es mi mejor oportunidad de herir a Perseus.

Ella corrió al ver lo que el Rey Polidectes pretendía, pero ella no contaba con que el rey estaba acompañado de sus más fieles guardias.

***

—Annabeth, Annabeth, ¿estás aquí? —murmuró el joven héroe en busca de su amada.

El chico continuo su camino por los pasillos hasta que se encontró con una horrible escena. En uno de los rincones del pasillo más apartado se encontraba el cuerpo sin vida de la joven. Él se acercó hasta el cuerpo inerte de la chica, las suaves telas de su vestido se encontraban empapadas de sangre a causa de las puñaladas que había recibido.

—Annabeth, despierta por favor —suplicó sujetando su rostro.

—Lo ves, el destino ya ha sido muy cruel con ustedes —murmuró Lizeth sacándolo de ese doloroso recuerdo.

El joven la miro con dolor al saber lo que el destino les deparaba.

Una vez más el amor de su vida le sería arrebatado de las manos.

El tiempo volvió a su curso lentamente mientras él las veía caer.

—La felicidad no ha sido generosa con ustedes en sus dos vidas, tal vez en la otra, al fin los destinos se apiaden de sus almas y les permita estar juntos.

***Décadas después***

—¡Annabeth!

—Tranquilo, ¿Qué pasa? —murmuro la chica atrapando en sus brazos al chico que se aferraba a ella—. Tuviste otra pesadilla.

Él no respondió, simplemente se aferró más a ella.

—Todo estará bien Sesos de alga —le dijo mientras él poco a poco salía de sus abrazos mirándola con cierto miedo en sus ojos—, estoy aquí, estamos bien.

Tal vez en su última vida, los destinos se apiadan de sus almas y les permitan alcanzar la felicidad que tanto anhelan.

El azabache asintió abrazándola nuevamente.

—Esta vez será distinto, esta vez sí habrá un final feliz.

—Después de todo, ambos lo merecen.

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Fin. 

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