El aprendiz

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Yokohama, Japon

Algún momento en 2010

Toca dos veces la puerta, avisando de su presencia antes de ingresar. No pide permiso esta vez, no se arriesgará a que le diga que se vaya. Es tarde, está en falta.

Intenta pasar desapercibido al realizar el menor ruido ya que no puede ver donde se encuentra, pero aparece de pronto a su lado izquierdo, así que se detiene y evita demostrar que lo ha asustado al devolverle la mirada, aunque no dura por mucho. Su apariencia es muy imponente, es absurdamente alto y fornido para los muchos años de vida que debe tener, demostrado por las ligeras arrugas y la perfilada barba,  sin embargo sus ojos son lo que mas lo hacen sentirse amedrentado. 

No hay nada en ellos, es como mirar un infinito vacío. Son opacos y muy fríos, como si nunca lo hubiese habitado un alma y se tratase tan solo de un cuerpo que continua existiendo porque no puede dejar de hacerlo. 

—Treinta ejercicios —ordena.

Mentiría si dijera que no lo veía venir, aún así no cree que es justo.

—Pero- No fue a propósito, hubo mucho tráfico. Solo son tres minutos.

Tres minutos desde el inicio oficial de la clase, pero si se considera que debe llegar veinte minutos antes...

—No importa si eres responsable o no del error, debes hacerte cargo de las consecuencias y la inteligencia radica en la manera que lidias con ellas. Has venido ya en suficientes ocasiones como para conocer de memoria la longitud de viaje, sin embargo es la primera vez en la que el tráfico te genera un inconveniente, por lo que hoy no saliste de casa con el tiempo necesario para evitarlo. Te excusaste en algo insignificante que solo es producto de tu propia irresponsabilidad, cuando lo correcto habría sido asumir la demora y callar, o quizás, si es que algo haz aprendido en todos estos años, podrías haber inventado una mejor excusa con la que yo no tuviese problema, incluso si era una evidente mentira, y así conseguir ser exonerado de los ejercicios. ¿Siquiera vale la pena seguir con esto cuando no eres capaz de lidiar con algo tan mínimo? Treinta ejercicios, en silencio y sin preguntas.

—Si, señor —responde con voz firme pero baja, avergonzado.

¿Algún día podrá ganar? Lo duda, porque si bien fuera de este lugar es mas que capaz de sostener y salir victorioso de cualquier discusión o debate, aquí siempre se siente como la primera vez que vino, eso es algo que constantemente decepciona a su maestro, el que no se atreva a contradecirlo y defender su punto de vista.

Se dirige a su escritorio designado frente al librero, donde todos sus elementos de estudio se encuentran acomodados al milímetro y toma asiento. Coge el primer libro de la pila en el carrito a su lado, es uno de Álgebra, y continúa con la unidad que no finalizó en la lección anterior.

Es supervisado de cerca unos minutos hasta que su tutor considera que va bien encaminado y lo deja avanzar por su cuenta con los ejercicios restantes, lo que le da un poco de paz al ya no sentir su fuerte mirada por sobre el hombro analizando cada una de sus acciones. Mientras él se enfoca en sus propios asuntos a la espera de que acabe, Shotaro se toma un par de segundos en ahora ser quien lo mire.

Quizás se trata de la gran influencia que ha tenido sobre él porque lo ha educado desde que tenía nueve años, o su actitud tan llena de confianza y seguridad, no importa cuál sea el caso, sino el hecho de que ve en su maestro un modelo a seguir, lo respeta incluso más que a sus propios padres y le tiene bastante aprecio, razón por la que ha guardado silencio sobre el verdadero fin de las clases.

Si bien lo instruye en sus cursos escolares y lo ha ayudado a mantenerse como el primer puesto de toda su generación, que es el motivo por el que su padre lo "contrató", él tiene una motivación distinta: convertirlo en el heredero.

Los adorados secretos de Kim DoyoungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora