04. El que ríe último...

24 4 7
                                    

Casa de reposo, Yeondamun, Corea del Sur.

Domingo, veintiocho de agosto de 2022

Yeondamun es un lugar de ensueño para cualquiera. Un pintoresco pueblo establecido alrededor de Naneung, un bello lago de agua cristalina que fue formado por la afluencia de uno de los ríos cercanos a la montaña Nuguri, y rodeado por bosques y tierras de cultivo. Si bien era pequeño los servicios básicos no faltaban, así que podría decirse es el sitio perfecto para establecerte si deseas llevar una vida tranquila.

Claro, si no eres Kim Haebin.

Ella no quería lo que Yeondamun ofrecía, es más, lo detestaba con toda el alma, porque ese lugar lleno de árboles y oxígeno puro no era otra cosa más que una cárcel disfrazada. Extrañaba el tráfico de la capital y su aire contaminado, por muy jodido y extraño que suene, pues allí al menos era alguien. Aquí, en este pueblo perdido, nadie sabe el peso que tiene su nombre y todos creen que no es más que una vieja loca rica por los rumores que él había ordenado esparcir luego de su llegada para evitar que alguien la ayude.

Maldito, debió haberse deshecho de él en cuanto descubrió su secreto siendo apenas un escuincle que no sabía nada de la vida. No debió subestimarlo, ese fue su más grande error y la razón por la que su vida se convirtió en lo que es ahora.

Mil veces maldito, si lo tuviera en frente lo mataría, porque qué carajos importa que sea su nieto si a él no le importa que ella sea su abuela.

-¡ASTRID, TE ORDENÉ HACE MEDIA HORA QUE ME TRAJERAS UN MALDITO TÉ VERDE Y SIGO ESPERANDO!

-¡Y lo seguirás haciendo porque yo no soy tu sirvienta! -replica la joven. Segundos después la ve pasar por la sala y detenerse frente a ella, con toalla en mano y el bikini puesto, su sedoso cabello rubio atado en una cola alta. Como la detesta, la desgraciada se aprovecha de que nadie viene a verla para hacer lo que le plazca. -Si tanto quieres tu té, puedes ir a prepararlo tú misma, no eres manca, o sino esperar a que regrese la señora Jung. No se porque te desgastas dándome órdenes si sabes que no te voy a hacer caso, no me pagan para eso.

-Vives de mi dinero, desgraciada, lo mínimo que podrías hacer es actuar como si te lo mere-

-Si si, lo que digas -dice con desdén, sin importarle que la ha interrumpido. -Van a venir unos amigos, así que mejor te recomiendo guardar la compostura. ¿Sabías que en este pueblo, si cumples ciertos criterios y por votación de los habitantes, pueden mandarte a un asilo o un psiquiátrico por seguridad pública? Te lo digo para que lo tengas en cuenta y le bajes a tus ataques de histeria, a no ser que si quieres irte a un asilo porque por mi, encantadísima -se encoge de hombros y se va.

Furiosa, Haebin comienza a lanzar lo que tiene cerca en dirección al pasillo por el que Astrid se fue, sin embargo al no tener la suficiente fuerza todos los objetos se quedan a medio camino, causando que se frustre aún más y grite cosas inentendibles. El suelo de la sala se ha llenado de trozos de vidrio, cerámica y plástico, junto a algunos objetos que no se rompieron como los cojines o sus zapatos.

Mierda, ¿ahora como se supone que salga?

-¡Más te vale caminar con cuidado porque no te voy a curar las cortadas esta vez! ¡Estás muy mayorcita para berrinches, Haebin!

-¡MALDITA LARGATE DE MI CASAAA! -responde con la voz algo quebrada.

Siente que el pecho se le cierra, tal vez por todo el coraje acumulado que tiene o porque no ha tomado su pastilla para la presión hoy. Sus ojos se humedecen, pero no se permite derramar ni una sola lágrima. No le dará el gusto a sus enemigos de verse destruida incluso si no están presentes.

Los adorados secretos de Kim DoyoungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora