sin alas

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Los recuerdos son otro tipo de cicatriz

Capítulo 16

Mis pasos eran solitarios, el suelo tapizado con piedras olía a muerte. Mientras que mis pies descalzos marcaban huellas de aquel liquido rojo, espeso y amargo, ajeno a mí.

No podía mirar atrás; no debía mirar atrás.

Mis alas proyectaban sombras aunque el sol estuviera ausente. Las nubes color cobre ocupaban su lugar, por su parte detrás de ellas estaban las estrellas próximas a su visita.

Sentía en la espalda un viento gélido que se posaba sobre mí. Que me hacía estremecer cada milímetro de mi cuerpo. Entonces sentí el terror, solo en ese momento.

Quería gritar, que mi garganta aullara y mi voz corriera por aquel enorme lugar. Pero en su lugar, solo salió un vapor ante aquel frio que parecía aferrarse a mis huesos como un abrazo. << Eres más fuerte que esto >> me dije.

— ¡corre! — escuche, pero no sabía si era dentro o fuera de mi cabeza. ¿Debía importar a estas alturas? — ¡deprisa! — Y mis pies comenzaron a posarse uno delante del otro, cada vez más y más rápido— ¡CORRE! — pero mis muslos suplicaban piedad mientras que mis rodillas se rendían y mis pies hacían el intento por "seguir", si se le podía llamar 'seguir' a lo que sea que hacían.

Caí de rodillas como una niña estúpida, mientras mis lágrimas al brotar de mis ojos se convertían el humo al tocar el inicio de mis mejillas.

Una cuchillada de dolor rajo mi espalda, haciéndome sentir como se abría mi piel. Me inmundo el olor de la sangre, y en ese momento mis alas descendieron. Debía llorar, supongo. Es lo que se hace al sentir dolor, ¿no? o solo quizás estaba siendo demasiado suave conmigo misma.

Para entonces ya me había arrastrado hasta un rincón privilegiado, tratando de curar torpemente mis heridas. Resultaba tentador desvanecerse en la agonía, olvidarme así del pasado, las vidas destruidas, el remordimiento y los rencores.

Y en ese último segundo desperté, discutiendo conmigo, para saber si fue solo un sueño o una alerta de algún presagio. Mire arriba y en ese instante las estrellas si se encontraban en el cielo, acompañadas por una luna en cuarto creciente.

Dominic estaba acomodándose a mi lado, frente al lago. Cerrando la casa de campaña mientras que las cenizas de la hoguera tronaban por última vez.

— ¿porque no me despertaste?

—Te veías muy cómoda— y miro de reojo la parte de tierra donde había estado hace un momento.

— ¿Cuánto tiempo?

— ¿dormiste? Solo un par de minutos, no más de una hora— una sonrisa delatadora se pasmo en su rostro, como si fuera algo placentero.

—No me has contado mucho de ti, aun.

— ¿qué gustas que te cuente?

— Bueno...no lo sé...que hay de tus padres. ¿Dónde están? ¿Vives con tus abuelos, no?

—Así es—tomo una botella de agua que se encontraba junto a él, y bebió un sorbo como si necesitara meditar el que saldría de su boca o que era incluso lo que el sabia respecto al tema— bueno, mi padre era un imbécil. O eso era lo que me decía mi madre cada que preguntaba por el cuándo era un niño.

— ¿y nunca tuviste curiosidad, de quien era?

—La tuve, hasta los ocho o diez años.

— ¿Qué ocurrió?

—Encontré una carta en su habitación. En el armario. Esa maldita carta, me la aprendí de memoria; Doce líneas, noventa y dos palabras, veinte comas, once puntos seguidos, quince acentos ortográficos, y ni una sola verdad. Fue la única carta que escribió, o al menos la única que llegue a encontrar.

— ¿y cómo lo tomo ella? —Dominic estaba conmigo todo ese rato, pero su mirada y su mente estaban enredados en sus recuerdos.

—Pasaron unos años— sus labios soltaron una carcajada de ironía— iba a la iglesia todos los malditos domingos...usaba una cruz en su cuello, ¿y eso hizo...alguna diferencia? No. Dios se cegó un ojo, y la dejo morir sola y asustada.

— ¿Cómo murió?

—Nunca supe de qué. Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.

—Eso es malo. Cada suspiro es como un sorbo de vida.

Entonces me miro profundamente, como si yo fuese la respuesta que ha estado buscando.

—me siento como si para el pasado, yo fuera un prisionero.

Quise decirle algo más, consolarlo, tal vez pero las palabras en mi mente eran mudas y mi boca le seguía el paso.

—venga vamos a dormir, que ya es de madrugada. Y le prometí a tu abuela cuidarte bien, con tal de que pudieras venir.

Sus dientes se asomaron para decir algo pero solo me beso la frente y se puso de pie en dirección a la casa de campaña. Cada uno durmió de su lado, pero conforme pasaban las horas el frió era más intenso. A la mañana siguiente despertamos abrazados.

El ultimo ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora