19 de Abril de 2012 1:00 a.m.
Las cervezas se agotaron y pasaron al wiski. Cuando la botella se terminó Greg desempolvó una de tequila llena de polvo reservada para grandes ocasiones. El inspector posó el alcohol junto con la sal y un limón en la mesita del salón y se tiró en el sofá cansado.
-Greg no debería beber más- murmuró el trajeado desabrochándose la corbata y dejándola perfectamente plegada en el respaldo de la cama.
Greg dejó de mirar el vaso. Derramando por completo el líquido y manchando toda la mesa. Clavó los ojos en el cuello, ahora desnudo, de Holmes y se perdió contando todas aquellas pecas. Tragó con dificultad. Su mente le traicionó preguntándose cuantos caminos empezarían esas minúsculas y excitantes manchitas en la clara piel del trajeado.
Un carraspeo lo sacó de su ensoñación. Levantó la mirada, encontrándose con el ojiazul. Nadie dijo nada. La casa volvió a llenarse de un silencio incomodo al cual ya estaba más que acostumbrada.
Sin embargo, aunque sus labios estuvieran sellados, las mentes de los líderes de Gran Bretaña eran a cada segundo más ruidosas. La cabeza del hombre de hielo estaba ocupada con datos sobre las pequeñas arrugas que enmarcaban los oscuros ojos de Greg. Mientras que la imagen de rose, el calendario y la nota habían sido completamente olvidas por un conjunto de pecas en el recuerdo del inspector.
Un conjunto de pecas casi mágicas, capaces de borrar todo el malestar y dolor que sentía su corazón. Cerró los ojos con fuerza y agachó la cabeza ¿Cómo podía sentirse tan mal por sentirse tan bien? La respuesta era clara. Porque esa felicidad y el descanso que sentía, no era gracias a Rose, no era provocado por su sonrisa ni su rubio cabello. El único culpable de aquella felicidad era Mycroft Holmes. Pasó una mano por su pelo intentando pensar.
Intentado con todas sus fuerzas olvidar tanto sentimiento. Tantos "Clubs de lectura" falsos. Todas esas ansias, cada vez más fuertes, de venganza. Gregory Lestrade, el hombre con más paciencia que existía en Londres se había hartado y hasta él sabía que era el momento de cambiar.
De cambiar el juego. De meter a otro jugador en el tablero. Pues Rose llevaba demasiado tiempo jugando con sus propias reglas y era el momento de contratacar.
-¿Qué pasó?- preguntó Greg intentando olvidar ese momento incómodo y retomando la conversación del accidente de avión.
-Que me has mirado y me has puesto nervioso-Murmuró avergonzado Holmes. Bajó la cabeza, clavando los ojos en la alfombra que ahora apestaría a alcohol destroza gargantas.
-Me refería al aeropuerto...- contestó automáticamente.
No obtuvo respuesta. "¿nervios? ¿Yo he puesto a Mycroft Holmes, el hombre de hielo, el Gobierno Británico en persona nervioso?" Agitó la cabeza intentando olvidar sus perdidos pensamientos.
Intentó secar la mesa torpemente. Las finas servilletas no servían para nada. A cada pasada se empapaban al instante, goteando y manchando la camisa de Greg. Mycroft empezó a reír y se acercó al cano.
-Deberías vigilar, te estas manchando...- comentaba suavemente mientras le remangaba las manga de la camisa.
Greg miró al castaño preguntándose si todo aquello, si todo lo que estaba sucediendo aquella tarde era una simple ensoñación. Temió pensar que, por un casual, él aún siguiera vigilando dos gotas de lluvia en la ventana y canturreando algo imposible de adivinar. Tembló al imaginar que ni el alcohol, ni la escena del cigarro bajo la lluvia, ni la cena casi cita y mucho menos un Mycroft a cinco milímetros de sus labios habían existido fuera de su mente, fuera de sus sueños.
Levantó la mirada y observó el azulado cielo nublado en los ojos de Holmes.
"¿Sabes acaso lo que producen esos ojos azules dentro de mí?"
"No."
Descendió los oscuros ojos perdiéndolos en sus sonrojados labios. Suspiró incapaz de creer estar viendo la sonrisa más preciosa y atrayente que conocería en toda su vida
Su sonrisa. Su maldita sonrisa, era de las pocas cosas capaces de paralizar a nuestro querido ID.
"¿Sabes cuantas veces has conseguido derrumbarme con ella?"
Pero no esperó respuesta. Pues todas aquellas declaraciones, nunca se atreverían de escapar por sus labios. El inspector sabía que para Mycroft Holmes solo era un ciudadano más. Un número perdido entre tantos. Un londinense común que se mojaba cuando llovía y se despeinaba con el viento.
Sin embargo, aun sintiéndose inferior, aun sabiendo que esos ojos nunca titilarían por él ni por su nombre, Greg Lestrade no podía quitarse de la cabeza al político. Su sonrisa, sus ojos, sus pecas, su maldita pedantería. Todo en él llamaba "peligro" y Greg era atraído como las polillas a la luz.
"Eres mi pieza" pensó el casado mientras Myc reía aun por la patosidad del inspector. "Contigo conseguiré ganar la partida" sentenció.
-Si vuelves a sonreír te besare- murmuró Lestrade mirando serio al castaño.
-Creo que has bebido demasiado inspector- sonrió de incredulidad- es hora de...
Sin pensarlo un minuto más. Olvidó la botella sobre la mesa. Agarró el chaleco con fuerza del trajeado, borrando los pocos centímetros que separaban. Y mientras observaba el mar en plena tormenta, lleno de olas y espuma, depositó un violento beso en los labios del trajeado.
-Greg... que...-los labios del cano lo callaron de nuevo.
-Te dije que si volvías a sonreír-suspiró sonriendo- te besaría...- comentaba sin apartar la mirada de los maltratados labios de Mycroft-...solo esta noche...-mordió su labio- solo se mío hoy-suplicaba entre susurros- Una partida, juguemos una sola partida y después te dejaré libre
-¿Partida? Greg tu muj...
Fue entonces cuando Holmes lo comprendió todo. Esto sería "Solo una partida" y él, solo una pieza más del tablero.
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Queja y notas de amor, me harán ilusión las dos y las contestaré todas XD
Por cierto, intentaré publicar lunes si y el siguiente no (espero haberme explicado bien xD)
No olvidéis votar!!! BESOS!
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Eramos Formidables (Nous Étions Formidables)
FanficAunque Mycroft Holmes crea lo contrario, un paraguas no te puede proteger de cualquier cosa. Mystrade. relación entre Mycroft Holmes y Gregory Lestrade. Fanfic inspirado en la canción ''Formidable'' de Stromae