¿Ansioso? No, por supuesto que no. De todas las cosas que pasaban por su cuerpo y por su mente, la ansiedad no era una de ellas. Habían pasado dos días desde que se había reencontrado con Bill y nunca se había sentido tan deseoso de algo.
Ese escritor nada tenía que ver con el muchacho de diecisiete años que había conocido tanto tiempo atrás. Al contrario, era cien veces mas atractivo, mas deseable, mas caliente, poco quedaba del rostro inocente que recordaba, el hombre al que había visto ahora portaba una mirada salvaje, un aspecto tan espectacular que Tom juraba que solo el movimiento de sus labios sería suficiente para matarlo de un orgasmo.
Había pasado la ultima noche satisfaciéndose con prostitutas y se dio cuenta que ninguna era lo suficientemente buena. Hacía diez años que no se sentía tan insatisfecho, tan deseoso de más, pensó que aquellas ganas se habían quedado atrás, sin embargo, sus caricias, sus besos, cualquier esfuerzo que aquellas chicas trataran de hacer para hacer sentir mejor al mayor resultaron vanas y vacías. Aún si había alcanzado el climax, había sido tan superficial que tal vez si solo se hubiera masturbado se hubiera sentido mejor. Ya no había vuelta atrás, se dio cuenta con horror, en su mente solo había un solo pensamiento: Bill Trumper
Como resultado, había llegado a La Oficina con un humor peor que el de costumbre, le había gritado a todos los que habían tenido la desgracia de cruzar en su camino. Algunos incluso comenzaron a huir para evitar ser regañados. No así con el pobre chico que había entregado un reporte en su oficina, poco después que casi escupiera su café porque le sobraba azúcar.
-Te dije que lo quería para las diez, ¿no viste la hora?- preguntó furioso señalando su reloj varias veces con el índice, tan fuerte que el vidrio podría quebrarse -¿Estás buscando que te despida o que?-
El aterrorizado empleado solo atinaba a asentir a todo lo que Tom decía -Un sólo minuto de retraso le puede costar millones a la compañía, ¿eso quieres? ¿llevarnos a todos a la ruina?- volvió a gritar tirando los papeles al suelo.
No quería gritar, pero no podía evitarlo. Todos lo ponían así, en esa mañana parecía que todos sus empleados eran incompetentes y todo lo tendría que hacer él.
-Vete, necesito hablar con Kaulitz- la voz seria de Gustav sonó en su oficina, mientras el empleado corría despavorido para escapar del carácter de esos dos
-¿Se puede saber porque estás tan de buen humor? Llevo toda la mañana escuchando quejas sobre tu actitud-
El mayor suspiró abriendo ligeramente los ojos mirando a su amigo -Hago las entrevistas personalmente para evitarme el contratar gente estúpida, pero hasta yo me equivoco, a veces-
-Ja- se burló Gustav -así es querido, no eres perfecto. Pero deberías dejar al muchacho en paz, solo lleva un mes aquí y apuesto que te tiene mas miedo a ti que a las arañas-
-¿De qué querías hablarme de todas formas? O sólo viniste a regañarme?-
-Tendremos visitas, Listing y su editor vendrán en la tarde para revisar algunas cosas-
Al escuchar la mención, Tom sonrió ampliamente, ahí estaba la oportunidad perfecta para hablar con el otro y sacar información de Bill. La ansiedad que se rehusaba a aceptar se hizo presente de nueva cuenta, su cabeza iba a mil por hora pensando cómo podría acercarse al editor si ser obvio en su interés.
-Supongo que tienes todo bajo control- dijo Tom restándole importancia. Nunca formaba parte de esos encuentros cuando se trataba de compañías pequeñas, si insistía en estar presente podría levantar sospechas.
Gustav chasqueó la lengua y asintió -Es mi trabajo, ya sabes, revisar todos tus asuntos legales- se levantó sacando su celular para revisar su agenda -te aviso porque cancelé la junta de las cinco y la pasé para mañana, quiero estar presente antes de que cometas otra de tus locuras-
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DELIRIUM
FanfictionEl problema era que a Bill nadie le decía que hacer, hasta que Tom Kaulitz le dio una órden por primera vez. Una obsesión que no sólo los llevó al borde la pasión, los llevó casi al desastre.