Capítulo 11 (Talon)

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Talon se incorporó de golpe, sus ojos como platos y el corazón desbocado. Otra pesadilla. Desde el asesinato de aquellas personas inocentes, Talon había tenido recurrentes pesadillas de lo acontecido. Sus actos, si bien no controlados, pesaban sobre su conciencia como el lastre de cualquier submarinista. Dick se levantó lentamente, tratando de sacudir las imágenes del sueño de su mente, que parecía reproducir en bucle lo que había vivido. Obligándose a calmar su respiración, Talon volvió a lo que había estado haciendo desde su llegada a este mundo donde La Corte no existía.

Talon no se había molestado en hallar un lugar en el que hospedarse. No es como si realmente le importara. Llevaba tantos años sin dormir en otra cosa que no fuera un frío suelo de cemento o metal que ni siquiera le molestaban las ratas que correteaban por su lado cada vez que conseguía cerrar los ojos en cualquiera de los múltiples callejones oscuros de la ciudad de Gotham.

Las inclemencias del tiempo de la ciudad tampoco le molestaban demasiado. La lluvia y el frío no resultaban ninguna clase de inconveniente para él. Las "mejoras" (si es que se le podía llamar así a la pérdida de humanidad que habían supuesto los cambios de La Corte) de su cuerpo le hacían bastante resistente a esta clase de cosas a no ser, claro, que las temperaturas fueran extremadamente bajas (como las de la criogenización), de ser ese el caso, Talon se vería ralentizado y negativamente afectado por las bajas temperaturas.

En parte, le molestaba que el tiempo de Gotham no supusiera ningún problema para él. Dick sentía que merecía ser castigado de algún modo por lo que había hecho. Obviamente, no podía hacerse daño a sí mismo pero que el clima, de algún modo, le incomodara podía servirle como reprimenda. Obviamente, una amonestación de poco iba a servirle para sentirse mejor consigo mismo. Probablemente, de hecho, no le habría servido de nada tampoco.

Suspiró y empezó a andar hacia ningún sitio en particular. Eso se había vuelto una rutina para él. Andaba sin rumbo alguno, perdido en sus pensamientos mientras imágenes de lo que había hecho asaltaban su mente como cualquier maleante de poca monta en un callejón de la ciudad. Al anochecer, se tumbaba en cualquier rincón apartado y dormitaba como podía. Si bien Talon era capaz de dormir, no hallaba ningún descanso en las siestas que echaba. Sus sueños siempre estaban plagados de pesadillas, como si los fantasmas de aquellos cuyas vidas había arrebatado le persiguieran, evitando que descansara adecuadamente. Sinceramente, sentía que se lo merecía.

Siguió andando, perdido en sus pensamientos, tratando desesperadamente de estar todo el rato bajo control. Pensaba meticulosamente cada una de las acciones que llevaba a acabo, queriendo evitar perder la noción de sus actos de nuevo. Sus pensamientos siempre estaban regulados y sus instintos encerrados bajo llave en los más profundo de su ser. De golpe, se detuvo cuando un rostro familiar captó su atención.

No era consciente de qué le sonaba pero sabía que no era la primera vez que veía a la mujer cuyo rostro había reconocido. Se quedó quieto durante un segundo, observando a la mujer, que estaba sentada en una cafetería, charlando alegremente con un hombre. De golpe, lo recordó. Había matado a esa mujer cuando la corte todavía existía, la imagen de su rostro ensangrentado y sus ojos suplicantes por algo de misericordia era demasiado nítida para ser imaginación suya.

¿Cómo era posible que estuviera allí sentada, charlando como si nada con alguien? Los muertos no se levantan o, al menos, no deberían. Aquella mujer no parecía haber muerto antes. Pero... ¿cómo se suponía que uno debía saber cómo era una persona que había muerto con anterioridad? De todos modos, cuando Talon la mató, se cercioró de que no seguía con vida, que estuviera viva era imposible a no ser que... Talon hubiera viajado a otra dimensión. No se había si quiera planteado esa posibilidad. Le resultó raro que la Corte ya no existiera, sí, pero tras lo de la pérdida de control, había estado tan distraído que no se había si quiera parado a pensar en por qué la Corte de los búhos ya no operaba.

Dick era consciente de que había llegado a una conclusión muy precipitada pero fue un consuelo para él, por lo que decidió seguir creyendo en él. Sin previo aviso, sintió que un peso había sido levantado de sus hombros, la gente que había muerto por su mano estaba viva en esta dimensión. Excepto... Las pobres víctimas de cuando perdió el control sobre sí mismo... El buen humor de Dick se disipó de inmediato al recordar la muerte de aquellas personas inocentes. Talon sacudió la cabeza y reemprendió su camino, sintiéndose más aliviado ahora que sabía que gran parte de las personas que habían muerto por su mano seguían con vida.

Volvió a perderse en sus pensamientos, esta vez un poco menos lúgubres. Se fijó en que ahora que sabía que aquellas muertes que tanto pesaban sobre su conciencia no se habían producido allí, hasta Gotham parecía alegre. Y eso que estamos hablando de una de las ciudades con el índice de criminalidad más alto en América, hogar de incontables enfermos mentales que cometen actos de villanía y de un murciélago que se dedica a patearles y encerrarles en el cuestionable asilo del que siempre parecen escapar fácilmente.

Se paró sin ninguna clase de razón aparente y reconoció el lugar al instante. Hacía tantos años que había estado allí que casi parecía surrealista haber regresado de forma inconsciente al lugar dónde habían muerto sus padres. Si bien la carpa de circo había sido recogida años atrás para seguir con la gira, pudo reconocer el claro en el que había estado la tienda donde sus padres habían hecho la última actuación de su vida.

¿Por qué, de todos los sitios, su subconsciente le había llevado a un lugar que le traería tan malos recuerdos justo cuando empezaba a sentirse mejor consigo mismo? Se preguntó mientras se encaminaba al centro del claro. Una vez alcanzado el lugar se paró, mirando alrededor. Muy a su pesar, recordó la caída de sus padres y el doloroso sentimiento de desasosiego que le siguió. También llegó a su mente, cual hoja otoñal impulsada por el viento, el hombre que le ofreció la opción de irse con él. Decisión de la que Dick se arrepentiría toda su vida.

Talon no se percató de cuando los bordes de su visión se empezaron a oscurecer. Tampoco notó que sus oídos se embotaban ni que empezaba a caer mientras todo se tornaba negro a su alrededor. Sin embargo, para cuando se dio cuenta, era demasiado tarde. La negrura se lo había llevado pero, no obstante, su cuerpo seguía moviéndose.

Había perdido el control.

Exceso de... ¿Graysons?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora