CAPITILO 2

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El lunes, cuando el despertador sonó a las cuatro y media de la madrugada, Freen se quería morir. Tenía sueño, pero debían levantarse. El bus pasaba a las 05.45 por el paradero y no podía perderlo.
Miró por la ventana; estaba todo oscuro, y además pudo sentir la dureza del exterior.
¡Qué frío hacía en Inglaterra!
Se levanto y, tras esperar su turno para utilizar el cuarto de baño, bajo a desayunar un tazón de leche con pan. Una vez que acabo, se abrigo bien y siguio al resto de las chicas. Todas iban a trabajar a la fábrica Amstrong.
Nada más llegar a la fábrica, las recibió un hombre de pelo castaño, mayor que ellas y vestido con un traje oscuro. Con aire profesional, se acercó a las mujeres y, tendiéndoles la mano, dijo en un Thailandes casi perfecto:
- Señoritas, encantado de conocerlas. Me llamo Richie Amstrong. Soy su intérprete en la fábrica y...

- ¿Thailandes?. Pregunto Tee.
- Soy Ingles. respondió él, sonriendo.
- Ay, ¡qué bonito!. Dijo Nam.
- Pues habla muy bien el idioma. Añadió Freen.
Con una agradable sonrisa, él explicó:

- Mi madre es Thailandesa.

Todas asintieron y el hombre continuó con gesto guasón. Como les decía, soy su intérprete para cualquier duda o problema que tengan. Aun así, procuren amoldarse pronto a sus trabajos.
Dicho esto, les dio una vuelta por la fábrica y les explicó que en aquella zona se trabajaba en cadena, bobinando motores para aviones, camiones o contadores para la luz, y que sus ganancias dependerian del esfuerzo de su trabajo.
Les dijo cuál era el horario: de siete de la mañana a cuatro de la tarde. A las nueve hacían una pausa de quince minutos para desayunar y sobre las doce, otra de treinta minutos para comer.
Después les presentó a sus jefes y les entregó unos uniformes. Unos horrorosos pantalones gris oscuro con unas casacas gris claro.

Una vez quedó todo claro, las llevó hasta la zona donde a los nuevos se les enseñaba a bobinar los motores de los aviones. Aunque se trataba de un trabajo nada fácil, ellas pusieron todo su empeño por aprender, y más al sentir la dura mirada de su nuevo jefe. 
Esa noche, en cuanto regresaron a la residencia, a las seis y media, se acostaron sin cenar. El trabajo las había agotado.

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