CAPITULO 5

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El vehículo que las había embestido estaba parado unos metros más atrás y de él salió un hombre de avanzada edad, que corrió hacia ellas gritando algo en Ingles que las chicas no entendían.
Sin mirarlo, Freen fue a toda velocidad hacia la puerta de su amiga para abrirla. Tenía que sacar a Nam de allí. Pero entre los nervios, el frío, la flojera del momento y la lluvia, le era imposible. El anciano, tan asustado como ellas, también intentó abrir la puerta, pero nada, estaba trancada.
Tras decir algo nuevamente, el hombre corrió de nuevo hacia su coche, mientras Charlotte y Tee lloraban asustadas. Freen, a quien le temblaban las manos, volvió a subirse al capó del vehículo.
Movió a Nam con delicadeza y aliviada vio que respiraba.

- Te vamos a sacar de aquí, te vamos a sacar de aqui. susurró a punto de llorar.
En ese instante, Nam se movió, abrió los ojos y, mirándola, murmuró:

- Lo sé... lo sé... ¿Están bien?

Al ver que se movía, la miraba y, sobre todo, hablaba, Freen sonrió aliviada, mientras el anciano se acercaba sosteniendo una barra de hierro. La metió por la ranura de la puerta y comenzó a hacer palanca. Pero nada. No conseguía abrirla.
Desesperada, Fren miró a Nam, que poco a poco recuperaba la conciencia, y tras darle un rápido beso en la frente, dijo al ver que una furgoneta se paraba para socorrerlos:

- Te voy a sacar de aquí como sea.

Se bajó del capó del coche de un salto, temblando. Cada vez llovía más y cuando llegó a la altura de Charlotte y de Tee, le quitó al anciano la barra de hierro de las manos. Y sin esperar a que los dos hombres que llegaban corriendo la ayudaran, comenzó a hacer palanca con todas sus fuerzas,
hasta que la puerta del Volkswagen se abrió y ella cayó hacia atrás.
Al llegar a su lado, los hombres se apresuraron a ayudar a Nam a salir del vehículo. Por suerte, estaba bien, sólo había sido una conmoción momentánea, y cuando Freen se levantó del charco donde se había caído, la chica la abrazó sonriente y murmuró:

- Al final tendré que regalarte los guantes de piel rojos.

Ambas rieron. La suerte las había acompañado y no había pasado nada que no se pudiera remediar. El coche era algo material y sustituible, pero ellas no.
Minutos después, y tras tranquilizar al anciano que las había embestido y éste explicarle a Nam por enésima vez que su vehículo había patinado por la lluvia y el hielo, los hombres de la furgoneta los llevaron a todos al hospital más cercano, donde los atendieron, y, por suerte, les dijeron que estaban bien.

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