1. EL PEOR DÍA DE MI VIDA, PERO NI TAN MAL

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Pocas veces en la vida me he sentido tan desgraciado como la noche en la que conocí a mis mejores amigos. Suena paradójico, pero fue tal cual.

El día fue bastante horrible y la noche fue aún peor. Eso sí, de madrugada, se arregló todo, que fue cuando conocí a Camilo, a Fran y a Edu.

Pero vayamos por el principio. Empecé el día con resaca. Además, una de esas resacas tontas e innecesarias fruto de esas noches que bebes por beber y alargas por alargar pero que, al final, ni te diviertes, ni nada. Pero, bueno. Me desperté, me duché, no desayuné, sí tomé un poco de zumo, no hice la cama, sí me vestí, obvio, pero no con ropa cien por cien limpia, sí la interior, no la camiseta, ni el pantalón.

Fui a trabajar a Palomitas, como cada día desde hacía siete años.

Palomitas pretendía ser una productora de cine, al menos, eso me prometieron cuando entré, pero solamente hacíamos vídeos corporativos para empresas, alguna pieza para el ayuntamiento y un anuncio para una clínica dental que abrió en el barrio. La clínica se llamaba Lol y como lema tenía "Lol, ríete a gusto." Con la mala suerte de que falló el actor y yo acabé haciendo el papel de cliente que sonreía diciendo esa frase horrible. Pero la mala suerte siempre viene acompañada de más mala suerte, se ve que son íntimas amigas, así que aquel anuncio, de lo cutre que era, se hizo viral, y todo mi alrededor, familia incluida, dejó de llamarme por mi bonito nombre real para empezar a llamarme Lol.

Pues bien, aquella mañana, la empresa cuyo mayor éxito había sido un anuncio cutre, viral, pero cutre... quebró.

Lol.

Supongo que la empresa llevaría quebrada algunas semanas, pero nos lo comunicaron, a los ocho empleados que éramos, aquella misma mañana. "Sintiéndolo mucho, nos hemos declarado en bancarrota y va a ser imposible daros finiquito".

Yo pensaba que lo peor del día era la resaca, pero que cierre tu empresa, lo supera. Pero aún quedaba la noche. Un compañero de trabajo, con el que jamás habíamos tenido buen feeling, me dijo de salir aquella noche, para ahogar las penas y para, al menos, hacer algo juntos. El típico con el que siempre decíamos de tomar algo algún día y jamás llegaba el día, pues llegó. No me apetecía, pero pensé, ¿qué puede salir mal? Lo que no sabía es que todo iba a salir mal. Todo, todo y todo.

Para empezar, me aburrí mucho. Como me aburría, empecé a beber. Pero no cerveza, ni cubatas, me di a los chupitos. La borrachera es como llegar a la cima de una montaña. Si quieres, puedes ir a cervezas, que es como ir andando, poco a poco, tardas en llegar, pero a base de insistir acabas llegando. Si quieres ir a cubatas, llegas antes, las cosas como son, es como si te llevaran. Ahora, si lo que quieres es llegar a lo más alto de la montaña, lo antes posible y hasta tocar un pedacito de cielo o revolcarte entre las nubes y creer por unas horas que eres Dios, es momento de tomarse un chupito, o cinco, como me tomé yo. Eso sí, la hostia que te metes al caer suele ser, lo menos, histórica.

Hablando de cosas de la empresa y dando mil motivos por los que sí hubiera funcionado, mi compañero o, mejor dicho, mi excompañero y yo fuimos a cenar a un mexicano y fue después de los margaritas que nos dirigimos a una discoteca cercana a la que hacía meses que no iba, básicamente, porque lo había dejado con un novio mío que sí la frecuentaba, pero, claro, cuando vas borracho todo te parecen ideas maravillosas. Y tras un margarita, en mi mente, todo con él estaba superado.

Tengo recuerdos claros hasta que llegamos a la cola de la discoteca. A partir de ahí, solo tengo lagunas. Mi ex compañero de trabajo me dijo que jamás me contaría lo que hice porque le daba demasiada vergüenza, vergüenza ajena y todos los tipos de vergüenza que podía sentir. Evidentemente, nunca volvimos a hablar.

Podéis llamarme LOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora