41. ÉRASE UNA DECLARACIÓN DE AMOR (III PARTE)

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Edu estaba con mi copa de vino en la mano. Se había cambiado la camiseta con la que cocinaba por una camisa blanca, preciosa. Me dio la copa.

—Venga —me dijo con los brazos abiertos y la barbilla levantada—, es mi camisa favorita, me costó ciento veinte euros.

—¿Cómo? —yo no entendía nada.

—Tírame el vino y jódeme la camisa. Es tinto, Rioja —entrecerraba los ojos—, la mancha no se me irá y me quedaré sin mi camisa favorita.

—Pero... —cogí la copa y la dejé en la mesa—, ¿qué dices? ¿por qué te voy a manchar la camisa?

Él no se movía.

—Las veces que me he declarado a una tía y me ha dicho que no o que solo amigos o mierdas de esas que te estoy diciendo yo, lo único que me ha apetecido era incendiarle la casa, tirarle el móvil al váter o estamparle el coche. Así que, quiero que lo hagas conmigo, porque lo merezco.

—Edu —me empezó a entrar la risa floja—, no te voy a tirar ninguna copa de vino.

Edu relajó el cuerpo y cogió un jarrón chino que tenía en una estantería.

—Lo compré hace quince años en un mercadillo. Fue la primera vez que regateé. Costaba cincuenta euros y pagué solo diez. Me jodería mucho que lo rompieras. Por eso, tíralo al suelo. Tiene mucho valor sentimental.

Había entrado en casa enamorado de un Edu, a los poco minutos, tenía a un nuevo Edu, mi amigo, dándome consejos de amor. Y, ahora mismo, tenía la versión de Edu más surrealista que había conocido.

—O coge mi cartera y tírala por la ventana. Quémame los billetes.

—¡Edu! —le grité.

En ese momento, también reaccionó. Relajó la pose que tenía.

Se puso serio. De hecho, más que serio, me dedicó una mirada que era sencillamente tierna.

—Edu, no quiero hacerte ninguna putada. No voy a hacerte ninguna putada. Tú no me has hecho nada. El idiota soy yo.

Él me miró e hizo un amago de abrazarme.

—Ya sé que no he hecho nada, pero es que ahora... —tragó saliva—, después de todo lo que me has dicho viene la fase en la que me odias. Es inevitable. En la que te quieres distanciar... Y en la que... —¿se le humedecían los ojos? — y en la que te das cuenta de que no me querías como amigo, que solo me idealizabas para algo más allá y tal vez ni como amigos quieras ya... yo qué sé.

Se rascó la nariz con el dedo pulgar.

—Y puede ser que a ti te duela que yo no te corresponda o no sienta por ti lo que tal vez debería —se le arrugó la garganta—. Pero es que, si yo ahora empiezo a notar que te distancias de mí, que me empiezas a hablar menos o que dejas de contarme las cosas que me contabas... yo también lo pasaré mal. Incluso peor porque... porque eres el mejor amigo que tengo y... perderte ahora... No sé. Que lo entendería, a lo mejor lo necesitas, pero... pero no. No quiero que te distancies de mí.

Cualquiera diría que le estaba dando la vuelta a la tortilla. Pero lo decía de corazón.

Yo no pude evitar ponerme triste. Verle llorar me iba a acabar de matar.

Los dos nos miramos, con los ojos rojos, y nos abrazamos, como si necesitáramos estar juntos para soportar el chaparrón de lágrimas que se venía por parte de los dos. Nos habíamos abrazado muchas veces, siempre alegres, siempre riendo, siempre celebrando algo, pero ese abrazo, fue el más fuerte de todos. Después de habernos abierto en canal, era como que nuestros cuerpos estaban aún más conectados.

Seguíamos llorando. Me di cuenta que no solo yo lo había pasado mal, también Edu, tras esa fachada de seguridad, de naturalidad, de indiferencia a veces, estaba intentando salvar lo que para él era también muy importante, que era su amistad conmigo.

El abrazo duró todavía un buen rato. Ninguno consolaba a ninguno, los dos estábamos juntos en esto. Sentí como un deshielo de sentimientos que se fundían por todo nuestro cuerpo.

—Joder, Edu —le dije—. Si es que al final serás mejor como amigo que como marido.

Se rio discretamente.

—Como novio soy un puto desastre —dijo, aparentemente sincero.

—Bueno —quise quitar hierro al asunto—. Con que seas la mitad de bueno que como amigo, ya es suficiente.

Por fin, aquella dura conversación estaba terminando. No quería alargarla más.

—Por cierto —dije—, ya que somos algo más que amigos pero algo menos que novios, podemos hacer alguna cosa de novios también de vez en cuando, ¿no?

—¿Cómo qué?

—Pues lo de llamarnos cada día —sabía que yo no dejaría de hacerlo—, si hay cualquier plan, ser el "más 1" el uno del otro.

—Eso me interesa —dijo Edu—, que cuando triunfes con tu comedia romántica y te den el Oscar quiero estar en la alfombra roja contigo.

—Qué va... —pensé frustrado— si eso jamás saldrá.

—Pues saldrá otra cosa —yo necesitaba a Edu el positivo en mi vida, siempre.

—¡Hostia! —me acordé de Javi, de repente.

Le di un besazo en la mejilla y lo aparté.

Fui al móvil, corriendo. Lo tenía en silencio.

Había cinco llamadas perdidas de Javi. Y veinte Whatsapps donde me preguntaba que cómo estaba. Además, me decía que la chica le había dado plantón. Pero que seguía por el barrio por si tenía que venir a mi rescate.

Le mandé un audio:

Hola, Javi. Bueno, ya he hablado con Edu —dije mientras le miraba sonriente, intentando disimular mi voz de haber llorado—. Ha ido bien. Bueno, no. En realidad, me ha rechazado como la mayoría de los tíos en esta mierda ciudad, pero al menos está todo claro y... a partir de ahora... pues a seguir como amigos ¡qué remedio!

Edu se acercó y me pidió que volviera a apretar el micrófono.

Javi —dijo— soy Edu. No nos conocemos pero Lol me ha hablado mucho de ti. Sube a casa. Tengo mojitos y esta noche necesita mucho alcohol.

Le mandé la ubicación a Javi y solté el móvil.

Edu y yo nos abrazamos y nos sonreímos con esa mirada única que solo aparece tras haber hablado mucho rato con alguien, esa mirada que parece que resuma todo lo que se ha dicho, un gesto tan poco habitual como un eclipse lunar o inesperado como una tormenta de granizo, esa mirada de confianza, de calor, esos ojos que solo dos personas que se han entendido a la perfección se pueden dedicar.

La conversación terminaba ahí, pero tenían que pasar los días para saber qué pasaría con nosotros. Quise pensar que haríamos lo posible por seguir unidos, de la forma que fuera, queriéndonos más o menos, o de la forma que fuera, pero unidos, al fin y al cabo.

—¿Otro abrazo? —me preguntó.

Era lo que más me apetecía.

—Por favor —le respondí lanzándome a él.

Y ese fue, seguramente, uno de los días más bonitos que viví junto a él.

Podéis llamarme LOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora