11. ES MI CUMPLE. II PARTE. EL REGALO.

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Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas. Mentira. La segunda parte de mi cumple no estuvo mal.

Esperé a Edu en una tienda de ropa interior. Puede que la ropa interior sea de las cosas que más me gusta comprar. Además, las conversaciones con los vendedores suelen ruborizarme bastante: hablar de la forma del slip o el bóxer, de la tela, si es más o menos cómoda, si recogen más o dejan más sueltos. Es de las conversaciones con más subtexto que te puedes encontrar.

—Tenemos estos lisos y luego tenemos esta colección con dibujos.

—A ti, —le pregunté al vendedor— ¿cuál te gusta más?

—No sé, esto va a gustos.

—Pero... —insistí—, ¿cuál suele gustar más a la gente?

—A ver —se me puso un poco serio—, ¿la ropa interior la compras para que te guste ti o para que le guste a la gente?

Empecé a pensar la respuesta, pero me di cuenta de que era una reflexión que iba mucho más allá del para mí o para la gente. Recuerdo un capítulo de Queer as folk en el que un personaje aseguraba que nos vestíamos pensando en ligar, que toda la ropa que comprábamos era, básicamente, para vernos guapos y, en consecuencia, para ligar. El día que vi ese capítulo no me vi capaz de dar una opinión propia, ahora, unos cuantos años después, sigo sin saber mi respuesta.

—Yo lo que quiero es estar sexy. Para mí, para todos. Yo busco el bien común —le dije en broma.

El hombre me miró serio hasta que se rio.

—Yo, personalmente, si me encuentro a un chico con esta marca de ropa interior, procuro quitarla lo antes posible, porque si no, me pongo a pensar en el trabajo y es lo último que me apetece.

Describiría la cara de bobo que se me quedó, pero, por suerte, no la vi.

—Aunque estos de aquí —sacó una gama que no me había enseñado, con un estampado que combinaba la parte delantera blanca con los lados negros—, seguro que te gustan, ni muy básicos, ni demasiado estrafalarios.

Era el momento de pagar y de pedirle el número de teléfono. Yo, evidentemente, solamente pagué.

—Joder —dijo Edu mientras salíamos corriendo de aquella tienda—, ¿puedes dejar de ligar con todo el mundo?

—¿Yo? —me extrañé—, creo que no le he molado nada.

—Te digo yo que sí —me aseguró Edu—. No miras así a un cliente por mucho que se vaya a gastar diez mil euros en ropa interior.

Seguimos callejeando por Portal del Ángel. No teníamos un rumbo fijo. Era buena hora, no había mucha gente y se podía ir por todas las tiendas sin agobio.

—¿Qué me tenías que contar? —le pregunté, intrigado.

—Ayer por la noche tuvimos la boda del hijo del presidente de la compañía.

—Sí, los que se creían que son los reyes de Arabia.

—Exacto —miró alrededor suyo como si pudiera oírle alguien.

Edu tiene algo que muy poca gente tiene en este mundo, y es su actitud a la hora de contarte cualquier cosa: si te habla de un restaurante, parece que le paguen para hacer publicidad del énfasis que le pone a cada detalle y de lo bien que habla de cada comida, si te habla de un viaje, te envuelve de tal forma que puedes llegar a creer que estás en el kilómetro cien de la Muralla China y, si te cuenta un secreto, parece que sea un detective privado dando información totalmente confidencial que acaba de descubrir de una manera casi ilegal.

Podéis llamarme LOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora