23: SUEÑOS INALCANZABLES

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Aquella noche tardé en coger el sueño. Estaba demasiado exaltado. Habían pasado demasiadas cosas.

            Me acosté en la cama, no sin antes revisar todas las aplicaciones de mi móvil, redes sociales, juegos, fotos, redes sociales otra vez, whatsapp, grupos, etc. Dejé el móvil en la mesita de noche y apagué la luz.

            Pensé en ponerme una alarma. Así que, cogí otra vez el móvil. Puse la alarma a las 9h —cuando uno no tiene trabajo, las 9h es madrugar—, al poner la alarma, abrí Instagram otra vez, no fuera yo a perderme algo, de ahí vi una foto que me hizo gracia, hice pantallazo, la envié al grupo de Felices los 4, y volví a hacer toda la ronda de redes sociales, whatsapp, fotos, juegos, etc.

            Dejé el móvil.

            Aunque lo suelo tener en silencio y sin vibración, en aquella habitación, oscura, una notificación ilumina más que el Faro de Alejandría. Miré el móvil, Edu había respondido a mi foto, cómo no, puso un socorrido "jajajaja" seguido de un "Buenas noches, guapoo".

            Vi el mensaje sin abrir el whatsapp, entonces ya sí que apagué el móvil y lo puse boca abajo. Los móviles también tienen que descansar, porque durante el día tienen que aguantar también demasiadas cosas...

            Me puse yo también boca abajo, es la posición que adopto cuando no puedo dormirme y necesito decirle a mi cuerpo: ¡Duerme! Tenía una sonrisa tonta, me había hecho ilusión es último "guapooo" de Edu.

            El móvil volvió a iluminarse. Esta vez, parpadeaba un poco.

            Me acerqué, le di la vuelta... Era una llamada entrante de Edu.

            —¿Hola? —dije extrañado—, ¿me estás llamando?

            —Buenas noches, guapooo —respondió Edu—, ¿estás en tu casa? Es que justo estoy pasando por debajo.

            Me levanté de la cama antes de seguir hablando y me dirigí al interfono.

            —¿Edu?

            Bajo el ruido de calle, me habló Edu.

            —Lol, ¿podrías abrir? Pasaba por aquí y pensaba en subir.

            —Claro, sube.

            Entré en la cocina y abrí una bolsa de patatas, una lata de olivas y saqué un túper de macarrones. Lo puse todo en la mesa del comedor y nos pusimos a hablar.

            —Hace tiempo que quería visitar tu casa —me dijo mientras miraba las fotos mías de la pared—, ¿tienes agua?

            Yo le respondí que sí.

            —De hecho, en la habitación tengo siete garrafas, puedes coger todas las que quieras.

            Edu se metió en la habitación y se sentó en la cama. Se bebió una garrafa casi hasta la mitad.

            —Muchas gracias por el agua —me dijo—. Y, en realidad, muchas gracias por todo lo que haces.

            —¿Yo? —pregunté extrañado—, yo no hago nada.

            Me senté a su lado y fue cuando, de repente, empezó a acariciarme el pelo.

            Yo le miraba y, aunque era el mismo Edu que había conocido, tenía un brillo especial en los ojos, una sonrisa cómplice, unos gestos bastante más cariñosos de lo habitual.

            —Tenía ganas de visitar tu casa —me repitió—, muchas gracias por el agua.

            Me dijo todo sonriente. Sus labios se entreabrieron.

            Yo no me podía creer lo que estaba pasando.

            Edu, en mi habitación, acariciándome, no solo el pelo, también la espalda, bajando incluso la mano y acariciándome bajo el pantalón.

            —Es muy raro, esto, Edu —le dije—. Además, ¿no eras hetero?

            Me empezó a besar el cuello. Me quitó la camiseta.

            —Quiero aprenderlo todo. Contigo.

            Sus caricias, cariñosas al principio, empezaron a ser más duras. Me empujó hacia la cama y cuando me quise dar cuenta, estábamos los dos, sin camiseta, con el cinturón desabrochado, los pantalones abiertos y rozándonos la entrepierna.

            No me creía nada.

            Era como si Edu hubiera estado toda la vida con chicos.

            Nos besamos mucho.

            Besos en la comisura, en los labios, besos con las lenguas revolviéndose como si necesitaran embadurnarse de saliva la una a la otra.

            Nuestras piernas, seguían rozándose. Edu estaba durísimo.

            —Necesitaba hacer esto contigo.

            Yo estaba muy excitado. Era como si cada beso suyo me recorriera todo el cuerpo, desde el paladar, bajando por el cuello, llegando al vientre y llegándome a los genitales donde parecía acumularse uno tras otro, llenando cada vez más mis testículos que me provocaban un hormigueo fuera de lo habitual, la sangre me había hecho empalmar por completo. Sentía incluso dolor, como si necesitara sacudirme antes que pudiera explotar.

            Me la empecé a tocar, sin creerme todavía que estuviera viviendo eso con Edu.

            Edu ya no me besaba. De hecho, Edu ya no estaba encima de mi cuerpo.

            Con la mano que me quedaba libre, empecé a palpar por mi cama buscando a Edu.

            ¿No estaba? No estaba.

            No me podía creer estar despertando en mitad de la noche.

            Lo único real, era mi excitación. Edu en mi cama había sido un sueño.

            Conseguí despertarme. Encendí la luz.

            Cogí el móvil y vi el mensaje de Edu en la notificación: "Buenas noches, guapoo".

            Era el mismo mensaje con el que me había ido a dormir. Pero al leerlo sentí algo diferente. Como si un fuego ardiera en mi barriga al leer su mensaje.

            ¿Por qué había soñado con Edu?

            No podía estar gustándome Edu. No, justo el hetero, no.

            Me hice la gran pregunta: ¿Me gustaría que Edu estuviera aquí y  nos liáramos como en el sueño? Respuesta: Sí.

            Otra pregunta: ¿Me gustaría que se quedara a dormir? Respuesta: Tal vez, sí.

            Y la pregunta que menos me atrevía a hacerme. ¿Podía ser que me gustara Edu? Respuesta: Mierda, sí.

            Lol.

Podéis llamarme LOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora