Confesión

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El día era interminable para Wriothesley, solo veía como la gente entraba y salía del tribunal. Sin duda ellos estaban más cerca de su amado que él, y hasta podía apostar que los sentenciados habían hablado más con Neuvillette que ellos dos en todos esos meses.

La tarde comenzaba a caer, lo que dejaba un poco más tranquilo al pelinegro, porque sabía que pronto regresaría a su casa a descansar. Minutos después, notó trás su espalda como la luz del tribunal se apagaba, viendo la delgada y fina silueta acercarse a la puerta. Le parecía raro, pues Neuvillette solía salir por la puerta trasera, mientras que Wriothesley se encargaba de cerrar el frontis.

- Su señoría, ¿Cómo se encuentra? - preguntó, algo preocupado, el menor de ambos, al notar la cara demacrada del contrario. Aunque para él seguía siendo igual de hermoso.

- Estoy bastante cansado - reclamó Neuvillette, con la voz entrecortada de evidente cansancio -. deberías ir a casa a descansar también.

Luego de tanto tiempo, finalmente eran solo ellos dos en ese frío y oscuro pasillo. Wriothesley tenía claro que esa era la oportunidad perfecta, y que tanto había anhelado, para acercarse a Neuvillette.

- ¿Le gustaría ir a tomar un café? - propuso Wriothesley, mirando al contrario con ojos brillantes, y en un movimiento atrevido sostiene una de las manos del mayor, cubierta por guantes de seda. La mirada de Wriothesley solo dejaba ver las puras y buenas intenciones con las que expresaba sus palabras, algo que Neuvillette notó en seguida. - Claro... solo si usted lo desea, después de todo mañana ninguno de los dos trabaja -

Un ceño dudoso se formo en la cara de Neuvillette, a lo que dio un suspiro rendido y aceptó la invitación. Aquel día había sido tan cansador que lo único que necesitaba era un respiro, y aunque no suele relacionarse mucho con las personas podía notar que Wriothesley era una persona bastante sincera y genuina, sin duda una buena compañía para un café. Sin embargo, aquella notoria felicidad, y esa sonrisa que casi no cabía en la cara del pelinegro luego de aceptar su invitación, le hacía sentir escalofríos, realmente no se quería contagiar, no quería perder su misteriosa escencia.

- Solo te pido que no vuelvas a tocarme así la próxima vez - añadió el mayor, arreglando sus negros guantes.

- ¿Próxima? -

-

Wriothesley estacionó su auto en el estacionamiento de su cafetería favorita. Ninguna palabra había sido emitida durante el camino, pero el solo hecho de tener al chico de traje azul en su auto lo hacía suspirar y querer gritar de la emoción.

- Hoy se lo diré... - pensó el pelinegro, casi con corazones y cupidos revoloteando al rededor de su cabeza.

- ¿Es aquí? - preguntó Neuvillette, a lo que el menor saltó del asiento al ser espantado de sus idealizados pensamientos.

- ¡Sí!, vayamos -

Ambos se dirigieron al piso de arriba, donde el exquisito olor a café y galletas impregnó por completo el lugar. Se encontraban embriagados por el olor, y aunque a Neuvillette no le gustara el sabor del café, sin duda aquel olor lo hacía querer beber una taza.

A este punto, Wriothesley se encontraba más nervioso de lo normal, tenía la piel de gallina de tan solo pensar en su discurso para confesarle el amor que sentía hace tiempo por el hombre que estaba frente a él. El color del alma de Neuvillette se reflejaba en sus ojos, y Wriothesley no podía despegarse de ellos.

- ¿Ya saben lo que van a ordenar? - interrumpió una chica de tono amable y sonrisa grande.

Una vez más le interrumpieron los pensamientos a Wriothesley.

- Yo quisiera un té negro con limón y unas galletas de vainilla, por favor -. ordenó el peliblanco.

- Yo solo quiero un americano muy caliente - añadió Wrio.

- ¡En seguida les traigo su orden! - volvió a expresar la mesera, disponiendoles una reverencia a ambos antes de dejar el espacio.

El lugar era sereno y Neuvillette no podía quitar su vista de las diversas obras de arte que adornaban la cafetería. Él realmente era un amante del arte y nunca había podido estar en un lugar como ese. Claro, porque nunca lo habían invitado.

Ambas tazas habían llegado a la mesa. El tomar una taza de té significaba la octava maravilla del mundo para Neuvillette, realmente disfrutaba de una todas las tardes religiosamente. Sin embargo, Wriothesley amaba el sabor amargo del café, sus días sin una taza de café eran completamente miserables para él y lo ponían de mal humor.

El último sorbo de café recorrió la tráquea de Wriothesley. Realmente se había encargado de que Neuvillette disfrutara cada momento en la cafetería antes de su, arduamente ensayada, confesión de amor diseñada en su mente, donde pensaba que todo saldría bien y sus sentimientos serían correspondidos.

- Neuvillette... - los dedos del pelinegro se deslizaron hacia la mano del contrario con delicadeza -. Yo... Realmente quería hacer esto hace un tiempo - los blanquecinos ojos de Wriothesley brillaron, casi como dos preciosos cristales.

Un cosquilleo invadió todo el brazo de Neuvillette, mientras escuchaba atentamente al menor. Sentía su corazón ir más rápido de lo normal, pero no lo entendía, ni siquiera estaba seguro de qué le diría Wriothesley, realmente nunca había sentido nada parecido y no le agradaba. Cada caricia de la mano de Wriothesley a la de él le proporcionaba unos suaves golpes de corriente, como si una reacción química fuera ocasionada solo por aquel roce, que ni siquiera era directo.

- Yo te amo, Neuvillette -.

Esas fueron las únicas palabras que salieron de la boca de Wriothesley, y sus pálidas mejillas se tiñeron de un color rojizo. Definitivamente no era el mejor confesándose.

Tribunal De Amor | WrioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora