Beso

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Los días de la semana pasaban lentos como el infierno y había estado lloviendo a cántaros. Neuvillette odiaba esos días, sentía cierto rechazo hacia la lluvia que solo él podía comprender, en definitiva prefería los días soleados.

La interacción del guardia y el juez esa semana había sido bastante escasa, después de la conversación del otro día, habían estado un tanto alejados. Por la lluvia, Wriothesley tenía que escapar más temprano. Mientras que Neuvillette debía esperar que cesara un poco, pues no tenía auto, pese al buen dinero que ganaba le parecía inútil y prefería caminar un par de cuadras.

Aquel día, específicamente un viernes, la lluvia y los truenos dejaban en claro que nada haría que la tormenta se detenga, al menos en un par de horas más. Neuvillette suspiró. Ni siquiera tenía un paraguas que lo protegiera, solo tenía la opción de empaparse, pero necesitaba llegar a su casa.

Salió del tribunal y el cielo nublado tornaba aún más oscura la calle. Sus manos bajaron a sus bolsillos y comenzó a caminar, soltando vapor caliente por su boca y mirando sus pies. No quería pensar en nada, y no era secreto que el ambiente lo deprimía.

Notó una luz de auto a lo lejos, a la que no le dio importancia, hasta que escuchó tocar la bocina. Quedó paralizado un momento, con el auto frente a él. El conductor bajó la ventanilla y dijo:

— ¡Sube, Neuvillette, yo te llevo a casa! —

Wriothesley se encontró con la imagen del peliblanco completamente empapado y casi con todo su lacio cabello cubriendo su rostro, que, sin duda, expresaba tristeza. El corazón del menor se encogió, suplicándole con la mirada al contrario para que subiera al auto.

— Muchas gracias —. Dijo en voz baja el mayor, mientras se dirigía al lugar de copiloto en el auto y tomaba asiento a un lado de Wriothesley.

El menor comenzó a manejar por la calle, escuchando como las gotas caían de la ropa y cabello de Neuvillette en el asiento y piso del vehículo. No le importaba mojar su auto, no sin que antes Neuvillette estuviera bien y en casa.

— Por aquí... — Ordenó el mayor, acomodando su cabello para mirar a Wrio. — De verdad gracias por traerme, ¿quieres pasar a tomar algo caliente?

Los pensamientos de Neuvillette se encontraban alborotados, sentía algo raro dentro de él pero no sabía qué. Quizás la amabilidad de Wriothesley, o quizás porque no había conversado con el hace días. Antes nunca hubiese invitado a alguien a su casa, menos de noche.

El menor había aceptado contento por supuesto. Estacionó el auto frente a la casa de Neuvillette y corrieron para entrar, y así evitar mojarse. Era una casa linda, sin duda Neuvillette la había decorado por completo porque se sentía tan acogedor como estar con él.

— Es muy linda tu casa —. Habló el pelinegro mientras observaba toda la habitación, hasta que un detalle lo hizo saltar de emoción. — ¡Wow, tienes peces!

Como un niño pequeño, Wriothesley se acercó a la pecera para ver de cerca la variedad de peces que tenía Neuvillette. El pelinegro ni siquiera imaginaba que Neuvillette era fan de cosas marinas, pero le hacía sentido. El color que siempre usa es el azul, tiene muchos cuadros del mar y de fauna marina, tiene peces, y hasta podría decir que se asemeja bastante a una nutria de mar. Pero no le gusta la lluvia.

Neuvillette volvió a aparecer, con ropa más holgada y dos tazas de té en sus manos. El pelinegro tomó asiento en el sofá y recibió agradecido la taza que le ofreció Neuvillette. Aún tenía un rostro triste, no era el mismo rostro al que Wriothesley estaba acostumbrado a ver.

— Me alegra verte, Neuvillette, esta semana fue algo pesada —. Habló el menor con alegría, dando un sorbo a su té. Y al momento de dirigir la mirada hacia Neuvillette, notó que lágrimas caían por sus mejillas, desembocando en la taza de té que sostenía con sus manos.

El menor se dirigió con rapidez al lado del mayor y, sin pensarlo dos veces, lo abrazó con fuerza. El mayor se sentía pequeño y frágil entre lo brazos de Wriothesley, quien soltaba un poco su agarre para evitar dañarlo.

El lado más vulnerable del Neuvillette había salido, y junto a la persona que menos quería, pero no pudo evitarlo. Llevaba tiempo reprimiendo sus sentimientos y tristeza, por lo que la lluvia, una de las cosas que más odiaba en el mundo, hizo lo suyo.

— No te vi en toda la semana, W-Wriothesley... —. Soltó el mayor mientras temblaba y sorbía un poco su nariz. Su voz se había tornado un poco más aguda por la angustia que le presionaba en la garganta, su rostro se escondió en el cuello del menor, dejando que el abrazo que lo envolvía calentara su frío y tembloroso cuerpo.

— Sí nos vimos, solo que no hablamos. Perdóname por irme tan de repente estos días... — Habló Wriothesley de forma suave, dejando pequeños besos en el cabello húmedo de Neuvillette para tratar de calmarlo. Estar en esa situación lo deprimía y asombraba al mismo tiempo, pero tener a Neuvillette entre sus brazos era una sensación indescriptible. — He tenido algunas cosas que hacer y no me ha dado el tiem-

Los ojos de Wriothesley se abrieron al sentir los suaves labios del mayor callarlo. Sentía que estaba soñando.

El mayor se separó y bajó la cabeza avergonzado, no sabía lo que estaba haciendo pero por alguna extraña razón no se arrepentía de aquello. Wriothesley al procesar lo que había pasado, sintió su corazón casi explotar, alborotando todo dentro de él.

La mano del pelinegro se dirigió a una de las mejillas del contrario para acercar su rostro, volviendo a atrapar los labios ajenos en un beso. Los ojos de ambos se encontraban cerrados y sus labios se movían al compás, como si se desearan hace tiempo, funcionando el beso con las saladas lágrimas del mayor. La tibia lengua de Wriothesley invadió la boca de Neuvillette y la habitación resonaba en chasquidos, quejidos y algún que otro jadeo que emanaba de la boca de ambos. Neuvillette se separó primero del apasionado beso, formando un fino hilo de saliva que unía ambos labios, haciéndole sonrojar.

— Yo... n-no quería... — Habló el mayor avergonzado, escondiendo su rostro entre sus manos.

— ¿De verdad no querías? — Habló divertido Wriothesley y tomó la barbilla del peliblanco para hacer que sus miradas choquen, encontrándose con la tierna imagen de un Neuvillette sonrojado y con sus suaves y pálidos labios tornados rojos y algo abultados por los besos. Claramente él quería.

La noche caía aún más. Después del primer beso entre ambos, la lluvia se detuvo por arte de magia, dejando a Neuvillette más tranquilo. Luego de un rato, la imagen de ambos abrazados y durmiendo en el sofá plasmaba los sentimientos que tenían por el otro, unos más claros que los otros pero con algo en común. Esa noche le hizo dar cuenta a Neuvillette que estaba cayendo, nuevamente, en el amor.

Tribunal De Amor | WrioletteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora