9. Conveniencia

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Mis días suelen ser bastante monótonos, a no ser que haya alguna fiesta de por medio. También acostumbro a asistir a reuniones, muchas de ellas inútiles, pero algunas, necesarias. Me encuentro sentado en la silla de mi padre, porque en teoría, soy el futuro rey. El actual rey ha considerado que el tema no era lo suficiente importante como para asistir, por lo que me toca a mi suplirlo. Es mi deber, después de todo. Reunión sobre la conservación marina. El asunto le debe haber resultado tedioso, pero es de gran importancia. Tenemos peces que están en peligro de extinción, al igual que tiburones. Los humanos cazan con avidez, y cada vez, lo hacen con mejores herramientas, más efectivas. No solo cazan por supervivencia, eso lo tenemos claros todos lo que estamos en la mesa. Savea y Lacidaus toman un papel muy destructivo, queriendo atacar a los humanos, justificando que así no tendríamos problemas. Yo, sin embargo, siento que solo es una excusa para una guerra, una que ya existe y se lucha cada día, sin necesidad de avivarla con fuego.

Terminamos sin llegar a un acuerdo porque no me respetan lo suficiente como para escuchar mis ideas, y solo por eso, ni siquiera les daré la oportunidad de quedarse en mi reinado. Sé que no esperan que lleguen a coronarme, porque creen que no tengo lo que hace falta, que es comprometerme con la corona casándome. Es cierto que no quiero hacerlo, pero si tengo que hacerlo, lo haré, por supuesto. Será bajo mis condiciones, eso sí. Si tengo que pasar por un pasillo, lo pasaré caminando a la velocidad que yo lo quiera, o nadando, vamos.

Ese hipotético pasillo me hace pensar en Raith, que lleva dos días recluida en sus aposentos y según tengo entendido, incluso Agnor ha intentado hablar con ella. No sé si para disculparse por algo o para intentar seducirla, de cualquier modo, el palacio se siente silencioso, como siempre. Ayer mantuve la cita más corta de la historia, con la hija de un mercader, que directamente se sentó e intento seducirme quitándose la ropa. Ni siquiera se lo he contado aún a Anasim así que cuando entro por la puerta de su taberna, me mira y me señala con la cabeza la trastienda. Solo usamos este sitio cuando hay mucha gente en la parte frontal, gente que podría reconocerme y arruinar todo el proposito de venir hasta aquí. Es acogedor, bastante más pequeño y cálido, sin dardos ni grandes mesas donde beber, solo una pequeña, como para albergar a tres personas, con tres sillas y una estanteria con todo lo que usa, como paños, jarras vacías, vasos y muchas conservar en sus recipientes. Tampoco hay demasiada luz, así que es privado, justo lo que necesito de él siempre que vengo. Por el sonido, el local está bastante lleno, así que tengo tiempo para pensar en todo lo que me atormenta. Tengo mucha presión encima y aunque siempre ha sido así, obviamente aumenta cuanto más me niego a casarme. Tampoco ha ayudado meter a una humana en palacio y realizar el Calantide con ella, así que quizás me merezco estar atormentado. Solo por eso, me siento mucho más confundido por mi opinión de ella. Sigo opinando lo mismo, sin cambios, pero no todo es malo. Es probablemente la hembra más bonita que haya visto nunca, incluso siendo humana. Sorprendentemente, parece más inteligente de lo que le había atribuido y solo por eso, sigue viva.

—Verte dos veces en una semana, se empieza a hacer rutina.—Entra en la trastienda secando la botella de vino en el paño que lleva colgando del pantalón y con una sonrisa que me hace sentir más en casa que mi propia casa.

—Quién sabe, quizás acabe pidiéndote trabajo.

—No te pienso contratar, ni de lejos. Serías un empleado terrible.—Levanto una ceja y él se ríe—. Sabes que sí. Eres demasiado prepotente como para que un borracho quiera hacerse el importante contigo. Le romperías un vaso en la cabeza la primera media hora—dice mientras coge dos vasos de la estanteria y los deja sobre la mesa de madera. Abre la botella sin esfuerzo y verte el líquido, rojo y precioso, como cierto vestido—. Cuéntame hermano, qué te aflige.

—Nada, solo venía a verte.

—Claro.—Me pasa el vaso y bebo un trago rápido, solo para notar el sabor. Es afrutado pero algo más amargo de lo que me suele gustar. Respiro hondo y me reclino un poco más en la silla. Quizás no le pediría trabajo, porque tiene razón, pero, ¿cómo de genial sería poder decidir qué rumbo tomar en mi vida?

El mar de Vetr ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora