No me hace falta ayudarla a bajar, porque lo hace de un salto, mirando a su alrededor con los ojos muy grandes. Mira la repisa del edificio donde aterrizamos, al igual que sobre nuestras cabezas, donde toneladas de mar se dispersan y no se llega a ver el cielo. Se acerca demasiado al borde y naturalmente, se asusta, buscando algo a lo que aferrarse, que resulta ser mi camisa. Me río y la tomo de los hombros para guiarla hacia dentro.
—Vayamos dentro mejor.—Dejo que se empape del interior, de las estanterías que llegan hasta el techo, del cristal que cubre ese mismo dejando ver el mar, de las velas y el olor a libro milenario.
—¿Qué son esos rayos?—pregunta mientras eleva la mano, como si pudiera atrapar la luz que entra. Me río y le explico.
—Es magia que replica el sol.
—¿Qué?—Se gira para mirarme, con los labios abiertos y los ojos fijos en mi
—Este sitio tiene cuenta con un hechizo que replica como se vería si hubiera sol. En otros sitios, por ejemplo, en Sumarr, donde sí hay sol directo, los rayos solares penetran así el agua, mandando rayos de luz.
—¿Cómo alguien ha podido hacer esto? ¿Cuándo? ¿Se puede hacer en más sitios?¿Es difícil? ¿Dura para siempre?—Ahora sí parece una joven de dieciséis, sin el usual desprecio en sus fríos ojos—. ¿Es posible notar el calor del sol en la piel? ¿Si me acerco lo notaré?
—Por desgracia solo es un efecto visual. Pero es exuberante.—La miro fijamente mientras mi estómago se aprieta por su emoción, que se desvanece poco a poco. Ella quisiera poder sentir el calor del sol en la piel, y por desgracia, es de las pocas cosas que no puedo regalarle—. Vamos, tengo que enseñarte algo más.—Caminamos juntos hacia el sitio que le tengo preparado, sabiendo de sobras que se ha enamorado de la luz. Todo está listo para que pueda pintar durante un rato, con un cómodo sofá y algo para comer y beber. Sonríe al darse cuenta de mi elección de bebida, que es ron, solo por añadir el toque gracioso. Me dejo caer sobre el sofá con una fresa en la boca, saboreando su dulzura mientras ella solo me mira, de pie, como si no acabara de entender lo que es este sitio—. Puedes venir aquí siempre que quieras. Este sitio está abierto para ti. Ni siquiera tienes que identificarte y nadie te cuestionará qué haces—le explico y no parece entender.
—¿Sola? ¿Puedo venir aquí sola?—insiste y yo asiento.
—Preferiría que no lo hicieras, más que nada por seguridad, pero sí lo deseas sí. Solo tienes que alertar a uno de los guardias del palacio, para que te preparen el carruaje y ya.
—¿Por qué?
—Pues porque llegar a pie toma mucho tiempo y aunque tú digas que te las apañas con un cuchillo, dudo mucho que deambular por nuestras calles sea un paseo adecuado para alguien como tú. Podría pasarte algo, algo peor que compartir carruaje conmigo.—La miro a través de mis pestañas, esperando que se queje sobre ir en carruaje conmigo, o sobre mi en general, pero no lo hace mientras se sienta a mi lado, lo suficiente lejos como para no tocarnos.
—Me refería a que por qué haces esto por mi.
—Eso no necesitas saberlo.—Me levanto sin saber porqué he dicho eso, porque realmente no tengo un motivo oculto detrás, más que el placer que siento al ver su cara de desconcierto cuando algo le agrada y la lucha que le provoca tener que admitirlo—. Te dejo disfrutar del sitio. Cuando quieras puedes volver por donde hemos llegado, el carruaje te estará esperando.
—¿No te quedas?—lo pregunta de tal manera que por un momento, parece que quiera que me quede.
—¿Quieres que me quede?—Asiente, sin mentiras, ni juegos, ni ron de por medio. Tampoco una habitación hechizada, solo la verdad.
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El mar de Vetr ✔️
Storie d'amore*SPIN OFF de invierno en Leinheim* * POV de Wilder* He leído cientos de libros, todos y cada uno de ellos me han hecho querer algo que nunca será mío, algo que me está prohibido. Quiero poder oler el aire, pisar el césped y sentir el sol en la cara...