Capítulo 8

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Todos en el palacio corrían de un lado a otro, las mucamas llevaban toallas y recipientes con agua a la alcoba principal. El rey estaba ansioso, no se le permitía entrar a la habitación y tomar la mano de su amada esposa, sus hombres más allegados lo acompañaba en el gran salón, le ofrecían alcohol o tabaco para calmar su ansiedad pero él se negaba, quería estar en sus cinco sentidos cuando conociera a su bebé, el producto del amor más puro que había sentido en sus veinticinco años de vida.

En la habitación la partera trataba de hacer su trabajo, le pedía a la reina que respirara de manera acompasada y pujara tan fuerte como su cuerpo se lo permitiera. Pronto tendría a su bebé en brazos y el esfuerzo habría valido completamente la pena.

Tenían miedo, un parto siempre tenia sus riesgos, pero la reina aun era joven, estaría bien.

Al fin un fuerte llanto lleno la habitación, se escuchó hasta el salón principal donde el rey estaba esperando, no dudo ni un segundo en correr por el largo pasillo hasta encontrarse con su cansada esposa. Era un hombre completamente enamorado de su reina, se arrodilló al lado de su cama tomando su delicada mano entre las de él y le dio un suave beso.

-Es un niño... -La voz de la reina apenas era audible, pero la sonrisa en su rostro era suficiente para su esposo. Quién le agradeció y la llenó de besos.

La partera se acercó con el pequeño bulto en brazos, el recién nacido envuelto en sábanas blancas había dejado de llorar, se escuchaban algunos balbuceos y cuando el rey lo tuvo en sus brazos sintió que su mundo estaba completo, tenía todo lo que cualquier hombre pudiera desear.

Los primeros años fueron hermosos, llenos de momentos felices, todos adoraban al pequeño príncipe, era un niño por demás deseado y bendecido. Su madre lo adoraba intensamente, era la luz de sus ojos y la felicidad de sus días, pasaban gran parte de su día jugando en los jardines del palacio, le cantaba canciones de cuna cada noche y el rey se contentaba con verlos, así tan radiantes y felices, nada podía ir mal o eso creía.

Cuando el príncipe cumplió 3 años una guerra explotó. Como máximo soberano tuvo que enviar hombres a la batalla, proporcionar armamento y protección a su pueblo, amaba a su gente y lo último que deseaba era que pasarán carencias.

Fue un trabajo difícil, durante dos años hicieron su máximo esfuerzo,lograron sobrellevarlo, al menos al comienzo.

Pronto los administradores del palacio se veían consternados, cada día había menos dinero, las cosechas no rendían y la mano de obra escaseaba, pues la mayoría de los hombres habían sido enviados al frente de batalla. Si no encontraban una solución pronto todo se vendría abajo.

El príncipe cumpliría siete años pronto, aún le parecía que el tiempo había pasado demasiado rápido, ya no era su pequeño bebé que podía llevar en brazos por todo el palacio y verlo asombrarse con cada pequeña cosa nueva que descubría.

Había aprendido a leer y escribir, sus tutores decían que era un niño muy travieso, pero igualmente inteligente, le gustaba trepar árboles, jugar con los patos del estanque y montar a caballo con su padre, pero en especial mirar a su madre pintar. Intentaba hacerlo igual que ella y la reina era feliz con él a su lado. Era su único hijo, después del parto, por alguna razón no pudo volver a embarazarse y el príncipe era todo su mundo, quería protegerlo de todo y que viviera feliz...

Llegó su cumpleaños y con eso una noticia. Personas desconocidas aparecieron en el palacio, un hombre, una mujer y una niña, la niña era cuando menos unos tres años menor que el príncipe, era linda, le recordaba a los patitos del estanque con esa larga cabellera rubia y sus brillantes ojos azules.

Profundo como el oceano, ardiente como el infierno... Donde viven las historias. Descúbrelo ahora