XXII. Melínoe

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Si los sabios de los sabios
y el maestro de esos sabios
exclamaran tu nombre
no lo harían con tanta entonación
cómo cuando yo lo musito.
No lo harían como yo.

Cada mañana te vuelves hermosa
y en la luna, de tu belleza no hay par,
pero estás bella, un poco más,
cada vez que te pienso embelleces
tú y los abismos de mi mente
cobran color y tonalidades nuevas.

Perforas mis cimientos,
hasta mis huesos, no, más allá,
tu mano está sosteniendo mis pulmones.
Quítame la respiración, impídela,
haz que mi garganta se seque
y necesite urgentemente tus labios.

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𝑬𝒍 𝑨𝒓𝒄𝒉𝒊𝒗𝒐 𝒅𝒆 𝑳𝒂𝒔 𝑭𝒖𝒓𝒊𝒂𝒔 𝟐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora