La cabeza me da vueltas, parece que me va a estallar, miro a mi alrededor y solo veo personas, veo vidas, veo historias.
Cada una diferente a la anterior, historias independientes que en estos momentos efímeros se entrelazan, en una misma estación pueden ocurrir muchos acontecimientos a la par.
Una pareja se puede enamorar, se puede conocer, una familia se va de viaje, dos extraños se ayuda, una abuela se reencuentra con su nieto, una niña ya mayor llega por primera vez a la ciudad.
Momentos fugaces que se pierden en la memoria de una sociedad que confluye al rededor de los trenes, una sociedad veloz, frenética, dinámica, ensordecedora.
Una sociedad que no atiende a los pequeños momentos al menos que se pare a observarlos, un ejercicio difícil en medio de toda la marabunta.
Maletas para un lado, maletas para otro, maletas que cargan ropa y recuerdos, pequeños cuadrados tridimensionales con ruedas que recogen en su interior aquel primer viaje con la familia, la primera aventura en coche, la primera travesía en solitario.
Pequeños contenedores de recuerdos que a la vuelta guardamos en un armario, al igual que con los momentos fugaces. Nadie se acordará en unos minutos de la chica que vieron sentada en una pared de Atocha escribiendo en su ordenador, todos pasaran de largo obviando la reflexión que surge en mi teclado.
Una reflexión insulsa, fruto de mi estrés, fruto de mi frustración, vivimos a un ritmo demasiado frenético que nos impide respirar, que al fin del día nos impide vivir.
Sobrevivimos en un mar de trenes y tecnología, en un mar de relojes que marcan la hora y fechas límites, vivimos a son de las agujas marcadas por la sociedad.
Es en estos momentos cuando me pregunto sobre mi existencia, un tópico, una crisis que parecemos evitar.
En pocos días cumpliré veinte años y mi existencia se desdibuja como las memorias de las maletas, pocos recuerdos en las mentes de mis amigos, soy una persona hecha de recuerdos.
Pero también soy un recuerdo.
Un recuerdo de todas aquellas experiencias que me hicieron vivir, que me convirtieron en persona y en recuerdo dentro de otros recuerdos.
Una existencia que existe para complementar la del resto, pero para satisfacer la propia, ojalá supiese donde entra esta nueva experiencia que se desdibuja en el cajón donde guardo mi maleta.
Bueno, maletas. Nunca he sido de mezclar experiencias. Si sé olvidarlas.
Ahora tú estas escondido entre una reflexión y muchas palabras mientras espero tus mensajes, y es algo que me gusta, esconder a la gente entre palabras, así como la gente acaba por esconder sus maletas cuando el recuerdo es embarazoso o incomodo.
Pero no eres eso, eres un recuerdo nuevo, una memoria sin estrenar y yo una persona con una maleta vacía disponible para que la llenes de experiencias y recuerdos.
Quizá algún día la maleta se paseé por Atocha, y quizá vea a una muchacha sentada en el suelo, escribiendo y reflexionando, pero por el momento la maleta está abierta, sin candado, y la contraseña la pondrás tú.