Capítulo 1. Sabrina.

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Desde que tengo uso de razón, pienso que mi vida ha ido por etapas.

Cada una de ellas ha sido diferente, así como necesaria. He sufrido más, menos, pero siempre he salido hacia delante.

Supongo que no puedo quejarme de la vida que tengo, ni de la que he tenido. Desde bien pequeña ya era consciente de la suerte que tenía, o mejor dicho, la suerte de tener lo poco que tenía, porque sabía que siempre había otras personas que ni siquiera tenían eso.

Otra cosa que aprendí a lo largo de los años es que todo pasa, y que si lo bueno no dura para siempre, lo malo tampoco.

Aunque las épocas de mi vida habían estado marcadas más por cosas malas que por buenas, cuando mi vida se puso un patas arriba, todo estaba bien, todo me iba genial, y hasta casi se podía decir que era feliz.

Pero, para contaros las cosas bien desde el principio, tendremos que volver a él. Así que, os pido que nos situemos en la primera semana del mes de septiembre, cuando el calor no se ha ido del todo, pero los atardeceres ya empiezan a cobrar unos tonos más anaranjados, haciéndonos tomar conciencia de que el otoño (mi época favorita) comenzará pronto.

Era viernes, y como cualquier otro día por la mañana, estaba en la oficina. La cantidad de trabajo que tenía aumentaba a pasos agigantados y yo lo único que quería era que todo desapareciera por un momento para ordenar un poco mi cabeza, la cual daba vueltas sin parar a todas las cosas que todavía me quedaban por terminar.

Ahí fue cuando dejé mi tercer café sobre el escritorio del despacho, y mientras me sentaba en la silla negra de cuero, el teléfono fijo comenzó a sonar.

-¿Sí? -descolgué con calma.

-Hola, Sabrina, perdona. ¿Estás ocupada? -preguntó la voz femenina que más escuchaba a lo largo del día.

-No, tranquila, dime.

-Verás, tengo aquí un cliente que necesita una asesora y también alguien que sepa de relaciones públicas, así que he pensado en ti -explicó un poco misteriosa.

Yo sonreí levemente y negué con la cabeza. Siempre me enviaba todos los clientes a mí, no sé si es que se pensaba que me había sacado todas las carreras de este mundo como para saber hacer de todo.

-¿Una asesora en qué sentido? -me interesé divertida.

-Mira, mejor te lo mando y ya te lo explica él -solucionó.

-No, no, espera, Marga -me apresuré-. Tengo mucho trabajo y no creo que pueda ayudarle con eso, mándaselo a Carlos.

-Es el despacho que está ahí enfrente. Espera, te acompaño -escuché que decía mientras se alejaba el teléfono de la oreja y colgaba.

-¿Marga? -pregunté sin sentido, y al no obtener respuesta colgué también-. Genial.

Suspiré y recogí un poco el escritorio mientras veía cómo mi jefa salía de su despacho de lo más contenta, mientras gesticulaba hacia el chico que le seguía.

Intenté adivinar de quién se trataba, pues, aunque la mayoría de veces venían los representantes de los famosos a la agencia, muchas veces venían ellos, y Marga cada día me sorprendía más con todos los que me traía al despacho.

Ese día no fue para menos, porque mientras yo daba un trago a mí café y me removía un poco en la silla, Pablo Gavi entró por la puerta.

-Si necesitas cualquier cosa me dices -sonrió Marga hacia mí a modo de saludo y también de despedida.

Por un segundo ni siquiera supe qué decir, y creo que no reaccioné hasta que el futbolista ya se había acercado a las sillas que había enfrente de mi escritorio.

latidos compartidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora