La Cabaña en el Fango.

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Después de una semana que parecía no querer acabar nunca, Tomás estaba feliz de que ya fuera viernes, no porque tuviera algo especial para el fin de semana, era el hecho de pasarlo en casa lo que lo ponía contento, el poder hacer algunos quehaceres pendientes, estar con su gato y descansar, aunque por las mañanas se levantaba a la misma hora de siempre. A Veces se obligaba a quedarse en cama por unos minutos, solo para sentir que le llevaba la contraria a ese reloj biológico o a cualquier cosa que le arrancaba el sueño de súbito y el deseo de estar bajo sus sábanas.

—Hola, Harú—saludó a su gato al abrir la puerta de la casa—, hoy cenaremos sopa de pescado —dijo levantando la bolsa que traía en su mano derecha, el gato se vio ansioso.

«Debes de estar hambriento» pensó Tomás y se dirigió a la cocina para empezar a preparar la cena. La noche estaba más oscura y fría que nunca, mientras preparaba la cena Tomás veía al gato espantarse cada vez que resonaba un trueno causando eco en todo el lugar.

—Tranquilo, Harú, no recuerdo que anunciaran ninguna tormenta, solo es lluvia, al parecer va a llover otra vez.

Después de cenar, Tomás se dirigió al gran sofá en medio de la sala, este estaba frente al televisor, así que tomó el control y se acomodó, Harú saltó hacia el mueble y subió a las piernas de Tomás, buscando acomodarse también en un lugar tibio.

—Mira Harú, esa vieja película otra vez —seguía cambiando canales hasta encontrar algo que ver, pero debido al clima los canales estaban horribles, así que dejó aquel programa tonto, donde la gente hacía estupideces para ganar dinero.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido, aún seguía escuchando la televisión, pero un trueno le hizo "despertar", tomó a su gato, apagó el televisor y se acercó a una ventana, estaba lloviendo a cántaros.

—Al parecer lloverá toda la noche —dijo en voz alta para sí mismo.

Cerró todo bien y se fue a la cama, repasó su plan del día siguiente, como todos los días tenía un plan, había planeado limpiar el patio y tirar un montón de ramas y basura que tenía en un rincón, también unas planchas de zinc viejas y oxidadas que ya tenían mucho ahí tiradas, debía reparar la puerta de la entrada, estaba a punto de quedarse con ella en la mano o caerle encima un día de estos, pero... si la lluvia seguía se la pasaría en casa, quizás viendo televisión y cocinando, al menos sonaba mejor que arrastrar un montón de ramas mojadas hasta el final de la calle, pero él se conocía y ya había planeado casi todo el día, así que en el fondo sabía que aunque quisiera descansar, en cuanto tuviera la oportunidad de salir a hacer los pendientes, lo haría. Después de haber dormido toda la noche, se despertó a las 6:00 a.m., «ni más, ni menos», pensó al ver el reloj. Sintió sus pies tibios y sin moverlos levantó su torso, sabía con qué, o con quién se encontraría, y ahí estaba Harú, vuelto una bola de pelos acostado en sus pies.

—Hora de levantarse —le dijo, y este apenas se movió, así que sacó los pies de debajo de él y de las sábanas, para luego buscar con ellos sus sandalias en el suelo y ponerse de pie. Al salir del baño, lo primero en la lista era una taza de café, así que fue a la cocina a prepararlo, mientras estaba en ello, abrió la ventana de la cocina e inspeccionó el patio, estaba húmedo, miró al cielo y seguía un poco gris, quizás porque aún era temprano, pero ya no llovía así que su plan podía seguir en pie. Con su taza de café en mano salió al patio y empezó a maquinar por donde iba a empezar, toda la basura, ramas y muebles viejos que había sacado del sótano estaban amontonados en una esquina, ver todo eso allí fue suficiente motivación, terminó su café y puso manos a la obra.

Tomaba la mayor cantidad de cosas que sus brazos y manos le permitieran, y se dirigía a la salida para luego caminar calle arriba y dejar la basura del otro lado de la calle que cortaba al final de la calle donde él vivía, por la cual, de 10:00 a 10:30 am, pasarían los del ayuntamiento y se llevaría todo. Ya había dado dos viajes, ya faltaban menos cosas, había empezado por lo más difícil porque sabía que se iría cansado con cada viaje, mientras arrastraba una rama enorme, la cual iba dejando hojas en la calle, empezó a notar que alguna que otra gota de lluvia le caía en el rostro, mientras más avanzaba, más gotas de lluvia caían, logró llegar al final de su calle, antes de cruzar la calle que interceptaba miró a hacia ambos lados y arrastró la rama hasta el montón de basura que ya había armado él. Tomó el camino de vuelta a casa y oficialmente ya estaba lloviendo, al llegar a su patio miró al cielo y luego a la esquina donde ahora solo quedaban 2 o 3 ramas secas y bolsas con basura.

—Solo es un poco de lluvia —dijo como si hablara con alguien más—, es mejor que termine ahora, porque al parecer esta lluvia va para largo y se pondrá peor.

Una vez ya había empezado, no quería detenerse, no hasta haber terminado, así era él, y prefería mojarse que dejar aquello para después; así que tomó todo lo que quedaba allí, excepto las planchas de zinc, y como pudo salió de su propiedad para dirigirse calle arriba con todo aquello encima.

La lluvia golpeaba su rostro con más furia ahora y casi no podía alzar la mirada, así que caminaba con la vista en sus pies, la lluvia hacía ruido tanto a su alrededor como en las bolsas de plástico que llevaba en los hombros, ya estaba cansado pero aquel pensamiento de que ya solo faltaban las planchas de zinc, era reconfortante, pensaba en lo que iba después, en la siguiente tarea para ese día, y quizás por estar envuelto en sus pensamientos, llevar su vista en el suelo y aquel ruido ensordecedor, no notó aquellos autos que pasaban a toda prisa por la calle, ya era tarde cuando escuchó las bocinas, de inmediato sintió aquel golpe sorpresivo y por unos breves instantes sintió como salió volando junto con todo lo que llevaba encima.

El conductor pensó que estaba soñando, no podía tener tanta mala suerte, venía hace rato con un conductor loco intentando rebasar, venía haciendo zigzags hasta que casi lo saca de la carretera mientras le pasaba por el lado a toda prisa, rayando el vehículo y arrancando el espejo retrovisor, para cuando logró tomar el control una vez más, logró ver de repente algo en medio de la calle, sonó la bocina, pero ya de nada valía ni había tiempo a frenar.

—No puede ser —se repetía aquel conductor con los ojos cerrados esperando que al abrirlos no hubiera nadie tirado en el suelo—, Dios mío.

Abrió los ojos lentamente, y notó aquel bulto a unos dos o tres metros de distancia, la lluvia era espesa, pero en ese breve instante en el que los limpiaparabrisas le dejaban el cristal despejado podía ver aquello que parecía ser una persona boca abajo, no tuvo más opción que orillarse y salir del vehículo. Al acercarse vio aquel charco de sangre que se formaba alrededor de aquel hombre en el suelo.

—Madre santa, lo he matado —dijo con las manos en la cabeza mientras todo su cuerpo temblaba, de frío, de miedo.

Volvió al vehículo y abrió la puerta de la parte trasera, se acercó a Tomás y como pudo logró levantarlo y echárselo encima, para luego con mucho cuidado ponerlo en los asientos traseros. A unos metros vio el auto que le había pasado por el lado estrellado contra un árbol, no le extrañó, por la velocidad a la que iba, lo pensó, pero no podía detenerse a ayudar así que solo siguió conduciendo. No tan lejos había un hospital, pero como estaba la lluvia debía de ir con cuidado, además de que aquellos nervios se habían apoderado de él por completo, del temblor en sus manos, ya tampoco veía y ni escuchaba con claridad. Llegó al hospital y salió desesperado.

—¡Ayuda!, necesito ayuda —gritaba mientras entraba a emergencias, algunas personas se acercaron a él, y fueron por una camilla para sacar a Tomás del auto.

—Pulso débil —se le escuchó decir a alguien, y se lo llevaron mientras al conductor lo llenaban de preguntas.

Aquel ruido llevaba un buen rato ya; podía escucharlo incluso entre sueños, pero a Tomás no le molestaba, hasta que un trueno lo hizo saltar en sí y abrir los ojos de súbito. Miró a su alrededor y no sabía dónde estaba, no tenía ni idea de que había pasado, entonces empezó a expandir su vista por los alrededores, pero no encontró nada que pudiera ayudar.

—¿Dónde estoy? —se preguntaba, e intentó incorporarse, entonces se percató que su ropa estaba mojada, que estaba tirado en el suelo y rodeado de un charco de agua. Se puso de pie con la intención de explorar el lugar, al parecer había llovido, estaba en una especie de bosque, con árboles y enormes raíces por doquier envuelto en una espesa neblina que le daba aquel toque sombrío y frío al lugar, aunque él no sentía frío, de hecho, no sentía nada más que confusión. 

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Cuentos: Tiempos de lluvia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora