El día avanzaba con una parsimonia sofocante, como si el flujo temporal se resistiera obstinadamente a avanzar. Laura, al observar el reloj, experimentó la sensación de que este se mofaba de ella, «apenas son las 2 de la tarde, debe de ser una broma» pensó. Sin embargo, cuando alguien irrumpió en la cocina, ella lo recibió con una sonrisa falsa, forzada, un gesto que se había convertido en una rutina tan arraigada como un reflejo automático.
-Se amable, sonríe, nunca protestes, y no digas nada solo asiente, cuando no te necesiten, desaparece, como si fueras invisible -se repetía esas palabras todas las mañanas.
El día que llegó a la hacienda, la mujer que la recibió y la instruyó en sus labores le brindó aquel consejo antes de dejarla en su aposento. Aunque habían pasado ya seis años, aún conservaba ese recuerdo fresco en la memoria, como si hubiera ocurrido el día anterior.
-Ahhgg, ese perro va a volverme loca! -dijo quien acababa de entrar a la cocina, Se trataba de Barbara, la 'veterana cocinera', quien llevaba tres décadas sirviendo en la hacienda. Todos la respetaban y obedecían sus órdenes, sin importar su rango. Laura observó por la ventana y vio a su hija Anabel, jugando con el perro. Abandonó rápidamente sus quehaceres y se dirigió hacia ella.
-¡Haz que se calle ese perro ahora mismo! -le gritó; la sonrisa que tenía Anabel desapareció al instante. Con un gesto, pidió al perro que se acercara, lo tomó del collar y se lo llevó lejos de allí.
Anabel aún no se había adaptado del todo a aquel lugar. Anhelaba el día en que su madre le anunciara que regresarían a casa, donde estaba su padre, a quien apenas recordaba. Desde que tenía memoria, su padre había estado enfermo, sometido a tratamientos médicos constantes, dependiente de medicamentos. Su madre solía decir que aquello era una maldición, y que no quería estar cerca de alguien que estuviera bajo tal yugo. Así que un día se marcharon y recorrieron diferentes lugares hasta que su madre encontró empleo en la hacienda Jaques, donde les brindaron alojamiento a ambas. Anabel incluso tenía una habitación para ella sola y asistía a la escuela del pueblo junto a los hijos de otros trabajadores.
Mientras deambulaba por los alrededores de la finca y se aproximaba al bosque, Anabel notó que la lluvia comenzaba a caer, pero no le prestó atención. Continuó su marcha como si sus pies tuvieran voluntad propia. Aquel lugar le proporcionaba calma y seguridad. Se escapaba a menudo para leer o simplemente para evadirse del estruendo de su madre. Sentirse envuelta por los enormes árboles le confería paz. Después de adquirir una tienda de campaña, la había instalado en un lugar que consideraba perfecto. Desde entonces, casi todas las tardes se retiraba a ese rincón del bosque para estar a solas con sus pensamientos, acompañada únicamente por un libro y el perro que se había convertido en su fiel compañero y mejor amigo.
-Deberías empezar a comportarte como una señorita -le repetía su madre con frecuencia-, estás todo el tiempo saltando como una cabra loca y jugando con ese perro sucio, ya tienes catorce años, por Dios.
Anabel la escuchaba cada vez, siempre usaba el mismo tono y las mismas palabras en diferente orden. Sin embargo, su aspecto siempre descuidado y el uso de ropa holgada para ocultar sus formas incipientes, atributos que ya habían empezado a formarse, eran su forma de expresar su desacuerdo y, al mismo tiempo, de desafiar a su madre.
Desde siempre, Anabel había sentido que no era del todo del agrado de su madre. La razón era sencilla: le recordaba demasiado a su padre, no solo físicamente por el parentesco, sino también por su manera de actuar, hablar y comportarse, su madre le decía que parecían ser la misma persona.
Hacía dos semanas que Anabel había decidido hablar con su madre sobre las cosas que le estaban sucediendo. Le mencionó las pesadillas que la atormentaban por las noches y cómo estas se estaban volviendo cada vez más vívidas. Le contó sobre las experiencias de las madrugadas que al día siguiente recordaba y parecían tan reales que no estaba segura si habían sido sueños o acontecimientos genuinos. Le relató sobre un monstruo gigante que emergía de debajo de la cama y se abalanzaba sobre ella, dejándola paralizada e impidiéndole moverse. Le confesó que esto ocurría al menos dos o tres veces por semana.
Sin embargo, al observar la reacción de su madre, Anabel se arrepintió instantáneamente de haberle revelado todo aquello.
-No puede ser -dijo su madre cubriendo su rostro con ambas manos-, es esa maldición, te la pasó tú padre, estás maldita igual que él.
Anabel se sintió desilusionada, aunque no había albergado grandes expectativas, sin embargo, aquello tampoco era lo que había esperado. Decidió entonces guardar silencio, optando por no compartir con su madre el más reciente suceso. Resulta que, por alguna razón que Anabel aún no podía explicar, se encontró en medio del bosque en plena madrugada, sola y con frío. Solo recordaba haberse acostado en su cama, haberse quedado dormida y eso era todo. De repente se hallaba en el oscuro y húmedo bosque, pero en lugar de sentir miedo, experimentaba una profunda confusión. No tuvo la intención de regresar a su habitación, así que, valiéndose de la escasa luz nocturna, se dirigió hasta donde estaba su tienda de campaña y se refugió en ella hasta que amaneció.
Originalmente, había planeado dejar este tema para el final, pero ante las repercusiones de lo que ya había compartido, la actitud de su madre al oír lo que le había contado, optó por guardar silencio. ¿Cómo podía contarle esto a su madre? ¿O a cualquier otra persona? Temía ser tachada de mentirosa o incluso de sonámbula. Era la primera vez que experimentaba algo así y no sabía qué pensar. Sin embargo, dos noches después, el incidente se repitió. Esta vez, además, llovía y su ropa estaba desordenada, como si se hubiera vestido a oscuras, con la camiseta al revés, con la parte de atrás hacia delante, casi estrangulándola. Fue aquella mañana, llena de confusión y con la cabeza que parecía pesar toneladas, sintiendo que se tambaleaba de un lado a otro mientras sus piernas temblaban y parecía que apenas sostenían su peso, cuando decidió hablar con su madre sobre lo que le estaba ocurriendo. Obviamente, como la preocupación de su madre se había ido por otro camino, decidió que la viera un médico, después de algunos estudios el doctor no descartó que Anabel pudiera haber heredado la esquizofrenia de su padre, aunque aseguró que, de ser así, no se manifestaría hasta después de los 21 años. A pesar de esto, a Laura no le importó, siguió insistiendo en que Anabel estaba maldita y que esa maldición nunca la soltaría. Después de eso, Anabel reflexionó sobre ello durante varios días y seguía considerándolo.
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Cuentos: Tiempos de lluvia.
Short Story📚Colección: 🌧Tiempos de lluvia⛈ 🔞 No son cuentos para niños. 🗓Publicado en Febrero 2018. Esta es una recopilación de cuentos de autoría propia, seleccionados en base a su escenario y contenido para formar parte de esta colección. ⚠️Contenido par...