Tejiendo Delirios.

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El amanecer apenas insinuaba su presencia y ya Rafael tenía todo listo para salir a trabajar, meticuloso, ya tenía todo preparado para su jornada en la finca. En su mente, trazaba un mapa de las labores pendientes para el día.

—¿Realmente piensas trabajar en esas condiciones? —le escuchó decir a su mujer. Ella se refería a aquel golpe en el pie izquierdo, un poco más arriba del tobillo. Claro que dolía, pero él hacía caso omiso.

—Volveré antes de que baje el sol. Trataré de no lastimarme.

Rafael tomó algunas cosas que iba a necesitar, llenó de agua una botella y se fue. Al llegar a la finca, empezó con algunas tareas simples, aún no llegaban los demás trabajadores, y no creyó que fueran a llegar, hacía ya varios días que algunos habían dejado de ir, y luego esos fueron convenciendo a los demás y pues desde que había iniciado la semana no se habían presentado, y con toda razón, ya casi dos meses sin paga, así nadie estaba comprometido a trabajar.

Ese día decidió acercarse a la casa y volver a preguntar a Estela si el señor Ramón había llamado o dado alguna señal de vida, ya que él tampoco había recibido pago y como todos necesitaba el dinero, pero su lealtad lo mantenía presente, era la primera vez que el señor se atrasaba con el pago y él no quería pasar por un mal agradecido.

Estela era la trabajadora de la casa, la que cuidaba a la madre del señor Ramón, está ya era una anciana que en cualquier momento dejaba este mundo, y su único hijo vivo se había olvidado de ella. Rafael buscó en la caseta en la que estaba un paraguas, había empezado a llover desde temprano y no había cesado aún, la lluvia disminuía por ratos y apretaba de nuevo. Cuando se acercó a la casa, vio que Estela justamente iba saliendo.

—¿A dónde vas? —le preguntó.

—Al mercado —dijo ella al verlo acercarse.

—Pero si está lloviendo mujer, ¿por qué no dejas eso para otro día?

—La niña caprichosa necesita que se haga ahora, me tiene harta.

—Tienes que aprender a manejar esa mujer.

—Para no escucharla prefiero hacer lo que dice, quédate a echarle el ojo hasta que regrese.

—No hay problema —contestó Rafael mientras limpiaba sus botas en el escalón donde estaba—. Por cierto, ¿has hablado con el señor Ramón?, tiene algo pendiente conmigo, ¿aún no sabes cuando viene?

—No, no lo sé, pero tú eres libre de irte y no volver más por aquí hasta que te pague tu dinero.

—Eso es lo que no quisiera hacer —murmuró para sí mismo.

Estela abrió su paraguas y empezó a alejarse. Rafael entró a la casa, saludó a la señora Claudia y después de un rato regresó a la caseta, tomó los alimentos de las gallinas y se fue al gallinero para darles el alimento, y luego a los cerdos.

Pasado el mediodía el agua había disminuido un poco, ya había almorzado y se quedó en una esquina de la caseta para descansar, fue entonces cuando vio que alguien se acercaba, una figura amarilla y pequeña se formaba en el camino real mientras se dirigía a la finca, luego de pelearse un poco con la puerta de la entrada, logró traspasar la propiedad y empezaba a dirigirse a la caseta, Rafael se puso de pie y aquella mancha amarilla empezaba a tomar forma, luego, mientras agudizaba su vista vio que quien venía en aquel impermeable amarillo era su nieta Luz.

—Mira nomás —dijo sonriendo— pensé que por la lluvia no vendrías.

La niña le sonrió y cuando llegó a la caseta empezó a quitarse el impermeable que le quedaba enorme, llevaba unos pantalones hasta la rodilla y un suéter de mangas largas, sacó de debajo de su suéter un libro.

Cuentos: Tiempos de lluvia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora