Lección 33: Harmful/Pain gets your name

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Cómo el tiempo puede convertirse en el mejor acreedor de nuestros sentimientos y en esas pequeñas deudas que solemos crear con nosotros mismos. Todos los días, prometemos que vamos a cambiar esto o aquello.

Que si me corto el cabello, cambio el guardarropas y la forma en la que tomo mi café, pues entonces demuestro a no sé quién que ha habido un cambio y que soy capaz de vivir, de disfrazarme como otra persona y seguir adelante.

Mucha gente ha probado esta fórmula con anterioridad y las conclusiones son discrepantes. Yo quise engañarme a mí misma desde esa noche en que descubrí cuan débil fue mi amor y como todo se fue convirtiendo en cenizas de cristal.

Ahora veía ponerse el sol detrás de la ventana y volverse a levantar para continuar una monótona rutina. Ya no tenía la supervisión de mi padre para ir a la universidad y nuevamente me era permitido conducir.

El coche que me había regalado como soborno para que dejara de rebuznar en las cenas familiares, o mejor dicho esos aburridos almuerzos donde yo tenía que fingir que me gustaba Roxanne (su nueva novia, por llamarlo de alguna forma) justificaba mi flojera de caminar en las mañanas.

También era un premio a no saltarme los medicamentos y recibir el anacrónico comentario de mi terapeuta de lo estás haciendo muy bien.

La vida volvía a ser en blanco y negro y me pregunté si la decisión de alejarme de todo un tiempo atrás fue buena de veras. Mei había terminado su viaje a China y según su último email, una galería en Hong Kong estaba interesada en su serie de acuarelas más reciente.

Al menos a alguien le iba bien en medio de tanto drama. Ya ni siquiera me preocupaba evitar las redes sociales o la televisión. Me daba igual que él estuviera a punto de venir al país por los premios Grammys, me valía un cuerno lo que hiciera saliendo con la tal Rosé y no tenía ni el más mísero sentimiento cada vez que me miraba al espejo y reconocía lo corto que había quedado mi cabello después de ser víctima de una especie de ataque en el que enterré los recuerdos literalmente.

Las fotos, las promesas, las flores que se habían secado prueba de la muerte del amor, todo, fueron a dar a una tenebrosa caja de cartón en lo profundo de la cochera. Me corté el cabello dos días después. Volví a usar rímel y delineador.

Abandoné las faldas por una colección interminable de jeans de Banana Republic y olvidé las botas por unas cómodas Vans color negro. Pequeños cambios para un fin mayor, y si fuera posible arrancarse el corazón y poner otro en su lugar, carente de recuerdos y cicatrices, pues yo sería la primera en la lista.

Todo iba relativamente bien hasta que caí en la cuenta de que faltaban dos días para el aniversario de mi madre y los nubarrones parecieron llenar mi cielo nuevamente. Aaron no podría venir, así que seríamos mi padre y yo todo el día o al menos hasta la noche.

Cuando la tal Roxanne decidiera pasarse por la casa como una boa hambrienta y acabara convenciendo a mi padre para pasar el rato en otro lugar. Vaya mujer ofrecida. En fin, mi humor no podía estar más gris ese martes en la mañana después de abandonar la sepultura de mi madre.

Papá conducía en silencio y yo me dedicaba a mirar por la ventanilla deseando que las calles tuvieran otra forma y que una insistente lluvia golpeara el cristal en lugar de un calor asfixiante.

Menos mal que allí hace calor. Odio el invierno.

La voz y el rostro de a quién me empeñaba en odiar los últimos días vino a mí de repente.

—¿Pasa algo? —dijo mi papá dándose cuenta de la reciente palidez que me había invadido.

—¿Qué puede suceder además de lo usual? Todo está como quiere el señor Park, su hija está donde debe estar, su esposa donde debe estar, las traiciones donde deben estar.

No sé si lo hacía por acordarme de Yoongi o porque estaba cabreada de veras con mi padre, pero lo cierto es que sentía la necesidad de lastimar al que fuera con tal de sentirme mejor.

—No voy a discutir contigo, pequeña. Sabes que fue por tu bien y en cuanto a tu madre no quiero hablar del tema.

—Claro, qué podrías decir. Tu mujer se mató hace dos años y medio y a tu hija se le fue la chaveta desde entonces, pero no. Todo está de perlas.

—Lena…

—No voy a callarme, si es eso lo que quieres estoy harta de callarme, de vivir bajo los hilos de ustedes. Creo que mamá si tuvo una razón para matarse y tú estabas detrás de ella…

No sabía cuánto lo estaba afectando hasta que el auto frenó en seco. Tuve que sostenerme de la ventanilla para no salir despedida hacia delante. Los nudillos del hombre al volante habían blanqueado.

—¿Quieres que en verdad te lo diga? ¿Quieres que te lastime a ti también? Sí, puede que Jane se suicidara por mí, puede que yo haya sido el culpable de encontrar en otra parte lo que ya tu madre no podía darme, pero sabes lo que me hirió más, lo que aún me corree por dentro cada vez que te miro…Es esto.

Mi padre me toma de las muñecas y ambos miramos los finos trazos que han quedado allí como pruebas silenciosas de lo que hice en el pasado. Pruebas que oculté de otra persona, aun cuando las descubrió y yo las maquillé con mentiras.

—Saber que tú reaccionaste igual, que fuiste declarada emocionalmente inestable, saber que sería el culpable de la muerte de mi propia hija después de haber perdido a la mujer de mi vida ¿Quieres una condena peor? Por eso sí, te alejé de ese chico y lo haría mil veces, él es como lo fui yo con tu madre, quien te llevará a ser de esa manera. No quiero ver a mi hija otra vez cubierta de sangre por una decepción. No quiero y no me arriesgaré a ver qué sucede.

Las lágrimas caen por nuestros rostros a la vez, son espesas y gélidas. Lágrimas de hielo y culpabilidad. Él por no comprenderme, yo por ceder.

—Olvídalo, papá. Ya es tarde para arrepentirse. Tú crees que es lo mejor. Yo pienso que es una estupidez. Solo quiero que sepas que esto…lo que soy, los demonios con los que cargo, no son culpa de nadie. Ni siquiera de mamá. Yo sabía desde que era pequeña a lo que me enfrentaba, sin embargo tú estuviste allí para compensar el cariño que ella me negó por la depresión. Nunca la culpé, a ninguno de los dos y no creas que no acepto a Roxanne por una especie de fetiche. No, el punto es que no la veo a la altura del hombre que eres. Sigues pensando que soy una niña, tu niña pequeña, pero ya hace tiempo que dejé de serlo. Por eso quiero que me dejes equivocarme, es la única forma de madurar. Te agradeceré por siempre y si rompí con Yoongi, no fue solo por ti y esa promesa tan vieja como para que sea anulada. También fue por mí, nunca estuve tan ciega para saber que estábamos condenados desde el inicio. Yo, al igual que mi madre, poseo el gen que impide entregarse de veras. Un amor de cristal no es suficiente cuando se es tan dañino.

—Mi niña…

Sonrío con amargura y le aprieto la mano que me sostiene.

—Ya, creo que hemos dicho demasiado y los Park tenemos orgullo. Vayamos a almorzar. Me muero de hambre.

Mi padre siguió mi sugerencia y de no ser por el vestido negro y los churretes de rímel yo hubiera interpretado el papel de la perfecta chica californiana. Ya no añoré que lloviera o que la calle tuviera un asfalto impecable.

Me conformé con el color dorado de la Costa Oeste y uní ambas partes de la chica que era hasta ese día y de la que soy. Sonreí con ironía y prometí no mirar atrás.

•FIT ME•© JK #2BSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora