Frunciendo el ceño, Carlos observó a la hermosa mujer que acababa de aparecer. Al principio, pensó que era una actriz o una modelo desconocida que quería salir con él.
Pero por alguna razón su rostro le resultaba muy familiar.
Mientras estaba perdido en sus pensamientos, Debbie lo apoyó contra una puerta y se puso de puntillas para besarlo.
El hombre era tan alto que bloqueaba su vista. Para todos los demás, parecía que él la estaba obligando a besarlo, cuando en realidad era todo lo contrario.
Carlos estaba furioso, ya que nadie lo había ofendido de esa forma.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de empujarla, Debbie le desabotonó la camisa y le acarició el pecho descaradamente.
Por un momento, se puso rígida en cuanto sintió sus pectorales duros y tonificados. '¡Vaya! ¡Qué hombre tan musculoso!', pensó.
Los vándalos que la estaban persiguiendo se retiraron apenas vieron aquella escena íntima. No pensaron que uno de ellos era su objetivo.
Como si el beso no fuera suficiente, Debbie también se acurrucó entre los brazos de Carlos. Tan pronto como se dio cuenta de que los vándalos se habían ido, ella empujó al hombre y le sonrió aduladoramente. "Ups, lo siento. Te confundí con otra persona".
Asqueado, Carlos se limpió el lápiz labial de los labios. Luego, percibió un tufillo a vino tinto en el aliento de la mujer y en su propia boca, por lo que supuso que ella debía haber bebido.
En ese momento, Debbie alzó la cabeza para mirar al hombre y se encontró con su rostro.
Tenía unos profundos ojos oscuros, unas gruesas y deslumbrantes cejas, una nariz alta, y unos hermosos labios que mostraban su elegancia y nobleza.
Sin embargo, su mirada era helada y su insatisfacción estaba escrita en todo su rostro.
Al darse cuenta de esto, Debbie le dedicó una sonrisa. "Como compensación, ¡te daré dos mil dólares!", anunció con un tono de disculpa.
Era el hombre más guapo que jamás había visto, así que dos mil dólares valían la pena.
Rápidamente, ella abrió su bolso para sacar el dinero, pero, para su sorpresa, solo le quedaban doscientos dólares y algunas monedas. Haciendo una pausa de unos segundos, se aclaró la garganta y agregó: "Mmm, ¿puedo obtener un descuento?".
"¿Un descuento?", repitió Carlos con indignación. Mientras más miraba a esa mujer, más seguro estaba de que la había visto antes.
No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que ese hombre estaba bastante molesto. Parecía como si estuviera planeando arrojarla al mar para alimentar a los tiburones. Si las miradas pudieran matar, ella ya debería estar muerta.
De repente, el rostro de Debbie se iluminó y sacó su celular. "¡Ya sé! Te haré una transferencia a través de mi celular".
Rápidamente presionó la pantalla, pero esta no se iluminó. Su corazón dio un vuelco cuando vio que no tenía batería.
Avergonzada, Debbie levantó la cabeza con una sonrisa torpe.
"Parece que mi celular ha muerto...", murmuró.
Carlos estaba echando humo de ira, ya que sentía que esa mujer lo estaba dejando en ridículo. Estaba a punto de perder los estribos cuando, de repente, Debbie puso todo el dinero en su mano y salió corriendo.
Carlos se quedó perplejo y se quedó mirando los billetes con aturdimiento. Luego, se volvió hacia la dirección en la que ella acababa de irse.
Emmett Cooper, su asistente, acababa de estacionar el auto. Y cuando caminaba hacia el bar, vio a Carlos completamente inmóvil con una expresión sombría. Tragando saliva, Emmett trotó hacia él.
Carlos estaba sosteniendo cientos de dólares en la mano mientras emitía un aura aterradora. "Señor Hilton, ¿desea...? ¿Desea comprar algo?", preguntó cautelosamente.
Carlos lanzó una mirada feroz a su asistente y le arrojó el dinero. "¡Atrapa a esa mujer!", ordenó con los dientes apretados.
"¡Sí, señor!", Emmett estaba confundido, pero obedeció de todos modos.
En ese momento, Debbie logró salir ilesa del bar. No pasó mucho tiempo antes de que pudiera reunirse con sus compañeros de clase.
Aún tenía el rostro sonrojado mientras se subía al auto de Jeremías Hampton. Lo que acababa de suceder era lo más loco que había hecho en su vida.
'¡Ay, Dios mío! ¡Le di mi primer beso a un extraño! ¿Acaso fui infiel? ¿Acabo de engañar a mi esposo?'.
Pensándolo bien, Debbie no creía que hubiera un problema. De todos modos, ya había firmado el acuerdo de divorcio.
Karen Garcia estaba sin aliento y bastante conmocionada. "¡Oh, Dios mío!", exclamó.
"¿Qué ocurre? ¿Siguen persiguiéndonos esos hombres?", preguntó Kristina Lawrence con nerviosismo. Estaba tan aterrorizada que casi saltó de su asiento en cuanto la escuchó, y luego se apresuró a mirar por la ventana trasera.
Karen se inclinó más cerca de Debbie, quien todavía se encontraba en trance, y le sacudió los hombros con entusiasmo. "Debbie, ¿sabes quién era ese hombre?".
Fue entonces cuando ella recobró el sentido. Era consciente de que Karen se asustaba fácilmente. Sin embargo, no le importaba, ya que estaba acostumbrada. "¿Quién era?", preguntó indiferentemente.
"Es el hombre con el que todas las mujeres sueñan. ¡Es el famoso director ejecutivo de un grupo multinacional en Alorith! ¡Es el señor Hilton!".
"Oh... Nunca he oído hablar de él". Debbie agarró una botella de agua y tomó un sorbo tranquilamente.
"¡Su nombre es Carlos Hilton!", insistió Karen, con la esperanza de obtener el mismo entusiasmo. Carlos era una persona tan importante que nadie se atrevía a ofenderlo.
Debbie escupió el agua ante la mención de ese nombre, salpicando el rostro de su amiga. Karen le dirigió una mirada de impotencia a su amiga, quien por alguna razón se encontraba presa del pánico.
"¿Qué? ¿Estás diciendo que ese borracho barrigudo es Carlos Hilton?", preguntó Debbie con los ojos abiertos de par en par.
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