Mostrar su amor

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Karen puso los ojos en blanco y dio unas palmaditas en la cabeza de Debbie. "Ese no, tonta. ¡Estoy hablando del hombre al que besaste!".

"Espera, ¿qué? ¿Besaste al señor Hilton? Eres toda una alborotadora, ¿no es así, Debbie?", comentó Jeremías con una sonrisa. Había sido el primero en reaccionar. Estaba tan sorprendido con lo que acababa de escuchar que pisó fuertemente el acelerador.

Su padre era el gerente general de una empresa financiera en Alorith, y conocía a Carlos desde hacía años.

Kristina recordó quién este último era apenas escuchó su nombre. "¡Oh, Dios mío! ¡Debbie, acabas de besar al señor Hilton! ¡Ven aquí! ¡Déjame besarte para sentir sus labios y oler su aroma!".

Rápidamente se arrojó sobre su amiga.

"¡Detente!", exclamó ella mientras la empujaba con molestia. Luego, secó el agua del rostro de Karen con un pañuelo desechable. Aquella nueva información la había dejado tan perpleja que se olvidó de disculparse con ella.

"Carlos rara vez aparece en los medios. ¿Cómo sabes que es él?", preguntó seriamente.

"Lo sé porque cooperó con mi padre en una ocasión, y lo conocí", respondió Karen impacientemente.

"¿Estás segura de que es él?", insistió Debbie.

La verdad era que estaba a punto de derrumbarse.

"¡Cien por ciento segura!".

Aunque haber besado a Carlos Hilton debía ser un gran honor, Karen estaba sorprendida de que Debbie, quien nunca había coqueteado con hombres, fuera tan atrevida.

De repente, le entró un gran desasosiego. Estaba condenada.

Al darse cuenta de esto, Karen palmeó la mano de Debbie para consolarla. "Escuché que muchas mujeres quieren acostarse con el señor Hilton, pero él las rechaza a todas. No tienes ninguna posibilidad, Debbie. Pero si quieres ver el lado positivo, no todas pueden jactarse de haberlo besado".

Ella apartó la mano de su amiga. "Carlos no se lo merece", dijo con tristeza.

"Bueno, de todos modos, tenemos que celebrar. ¡Vamos de compras mañana! ¡Y luego pidamos a Debbie que nos invite a cenar!", exclamó Kristina con emoción.

Debbie la miró con los ojos en blanco y se recostó en el asiento trasero, sumiéndose en sus pensamientos. Ni siquiera prestó atención al entusiasmo de sus compañeros de clase.

A diferencia de ellos, se encontraba muy angustiada.

Tres años atrás, se había casado con Carlos, y los trámites del matrimonio estuvieron a cargo de su asistente.

Una vez que todo finalizó, Carlos le pidió a Phillip que le diera a Debbie lo mejor, sin importar lo que ella necesitara.

Durante esos tres años, recién esa noche tuvo la oportunidad de ver a su esposo.

Carlos mantenía un perfil bajo y nunca aceptaba entrevistas. La prensa ni siquiera tenía permitido publicar sus fotos en Internet.

Sin embargo, un día tuvieron un desliz y subieron una foto de Carlos, en la que se lo veía sosteniendo el brazo de una actriz en una conferencia de prensa. Sin embargo, solo aparecía de espaldas. No era de extrañar que a Debbie le hubiera p

arecido muy familiar.

Y acababa de besarlo en el bar... Si Carlos hubiera firmado el acuerdo de divorcio, ahora sería su exesposo.

Una hora más tarde, ella llegó a casa. Para su decepción, Carlos aún no había firmado el acuerdo. Estaba tan angustiada que ni siquiera logró tranquilizarse cuando se acostó para dormir. Simplemente se retorció y dio vueltas en la cama durante toda la noche.

Al día siguiente, Debbie paseó de la mano con Karen y Kristina por la Plaza Internacional Shining. No obstante, tenía círculos oscuros debajo de sus ojos, ya que había pasado una noche de insomnio.

Llevando bolsas de compras, Jeremías y Dixon Stevenson siguieron a las chicas a dondequiera que fueran. Las tres llevaban horas comprando, y los chicos se encontraban exhaustos.

Jeremías ya no podía soportarlo más, así que les dio una palmadita en los hombros. "Señoritas, nunca antes las había visto mostrarse tan enérgicas en largas caminatas. ¿Por qué no se toman un descanso?".

"¿Para qué?", preguntó Kristina y señaló una tienda. "Estamos aquí, y es nuestra última parada".

Jeremías juntó las manos y respiró aliviado. "¡Muchas gracias!".

Las tres jóvenes entraron a la tienda mientras susurraban entre ellas. La vendedora vio que Debbie estaba sosteniendo una caja de labiales, y esbozó una sonrisa. "Buenas tardes, señorita. Ese labial es bastante popular aquí. Puede llevárselo si desea. Tiene suerte de que aún nos quede uno para usted".

Debbie miró la etiqueta de precio. El labial costaba alrededor de ciento treinta mil dólares. '¿Debería comprarlo?', se preguntó a sí misma.

"¿Acaso has olvidado que eres rica, Debbie? Conduces un auto valorizado en decenas de millones de dólares. ¿Por qué estás tan indecisa? Esos labiales solo cuestan más de cien mil dólares. Puedes permitírtelo. Si estás dudando, entonces yo decidiré por ti. ¡Tienes que comprarlo!", insistió Jeremías.

"Ese auto no es mío. Solo lo uso por el momento", respondió Debbie.

En realidad, el vehículo le pertenecía a su esposo, no a ella. No tenía nada que presumir.

De repente, no muy lejos, se produjo una conmoción.

Debbie levantó la mirada para ver qué estaba pasando. Sus ojos se abrieron de la sorpresa, y casi dejó caer la caja de labiales.

Varias personas estaban entrando a la tienda en la que ella y sus amigos se encontraban. El recién llegado era un hombre que vestía un costoso traje oscuro que hacía destacar su alta y erguida figura. Tenía unos ojos profundos y tranquilos, pero su aura era tan imponente que la gente retrocedía para darle el paso.

'Este hombre es... ¡Oh, no! ¡Es mi esposo! Pero, ¿quién es la mujer que está a su lado? Tiene la piel clara y una figura perfecta. Es absolutamente deslumbrante', pensó Debbie, maravillándose para sus adentros.

Era inusual que Carlos tuviera novia, y mucho menos que se mostrara públicamente con ella yendo de compras. '¿Acaso está tan ansioso por mostrar su amor?', se preguntó Debbie.

Nunca Nos Separaremos Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora